domingo, 17 de abril de 2011

Cuentos y poemas. Antología Vicki Ferreira

Monteador

Hacha y hacha por el monte
el monteador.
Viene cortando la noche
antes que el sol.
El coronilla nudoso
ya lo sintió.
Tala de costa o caroba
¿Cuál volteará?
Astilla en sangre que salta,
hacha y sudor.
Canta que canta al acero
sin compasión,
como chilla la chicharra
calienta el sol.
Hacha y hacha por el monte
El monteador;
El coronilla temblando
se derrumbó.

Juan Capagorry y Daniel Viglietti.

Guitarreros

La nostalgia de mi tierra
de mi campo el de otro tiempo
me anda siempre en las sienes
y se me asienta en el pecho.

A veces es nube y pájaro
a veces galope y eco
ah esa majada esa tropa
y yo silbando ah tropero.

Paisanos de rostro serio
ancha mano y gesto lento
cuando me ausento a las veces
al paso me los encuentro.

De noche veo fogones
con rueda de mate y cuentos
y el llanto de las guitarras
que a rachas me trae el viento.

(la nostalgia de mi pago
me pone triste el acento
viene de allá campo afuera
y se me va pecho adentro).

Guitarreros (fragmentos) de Juan Cunha


Otoño

Las hojas son nubes del cielo.
Las nubes son hojas del cielo.
Azules y rojas
las nubes, las hojas.
Las aves son naves de estío.
Las naves son aves del río.
Se van con el frío.
Las aves, las naves,
las nubes, las hojas.
Otoño ha venido.

Emerson Klappenbach,

La enredadera

Por el molino del huerto
Asciende una enredadera.
El esqueleto de hierro
Va a tener un chal de seda.

Ahora verde, azul más tarde
Cuando llegue el mes de enero
Y se abran las campanillas
Como puñados de cielo.

Alma mia: ¡quién pudiera
Vestirse de enredadera!

Juana de Ibarbourou









Pastoral

La luna doraba el río
-¡fresco de la madrugada!-
por el mar venían las olas
teñidas de luz de alba…

El campo débil y triste
Se iba alumbrando… quedaba
el canto roto de un grillo,
la queja oscura de un agua…

Huía el viento a su gruta,
el horror a su cabaña,
en el verde de los pinos
se iban abriendo las alas…

Las estrellas se morían,
Se rosaba la montaña,
allá en el del huerto
la golondrina cantaba.

Juan Ramón Jiménez.





Mariposa Bella.
Cuenta la historia que un día de primavera todos los animalitos del bosque se preparaban para una gran fiesta. Todos estaban invitados y querían ponerse muy lindos; pero Bella la mariposa se creía muy superior a sus amiguitos. Decía que no iba a ir al baile porque no tendría alguien con quien estar y que estuviera a su altura, o que fuera tan hermosa como ella, y tan inteligente.

Todos los animalitos se prepararon, con adornos de flores, ramitas, sombreritos y muchos colores. Tanta dedicación se debía a que en el baile encontrarían pareja para formar sus hogares y familias.

Bella, la mariposa, decía que no se iba a poner nada porque ya era muy linda.
Cuando llegó el momento todos fueron al baile y Bella para no quedarse sola también se fue.

El gran salón estaba decorado con hermosas luces, guirnaldas y un gran espejo que era el centro de la fiesta. Todos bailaban contentos y se divertían. Bella encontró a un ser precioso pero que no hablaba, no pensaba, solo sonreía si ella lo hacía, y le saludaba cuando ella también lo hacía.

Los animalitos comenzaron a reírse de Bella, pero ella no les hizo caso y siguió encantada con esa persona fascinante.

Fueron pasando las horas y todos encontraron pareja y se iban a sus casas muy contentos. Y cuando ya no había nadie en el salón, Bella desesperada se dio cuenta de que el ser fascinante que había estado con ella toda la noche, era su propio reflejo en el gran espejo del salón.

Bella llorando se dio cuenta que había estado toda la noche con un ser frío y sin vida, que era muy hermoso pero que no le podía brindar nada, y ya se había quedado sola.

¡NO SEAS COMO LA MARIPOSA BELLA, QUE POR TANTO QUERERSE SE QUEDÓ SOLO CON ELLA! MÁS VALE MIRA A TU ALREDEDOR Y DISFRUTA DE TODO CON MUCHA PASIÓN.

Autor: Anónimo


Ranita, la rana.

Ranita era una rana como todas las demás. Tenía la piel llena de circulitos muy parecidos a los cráteres de la luna, pero mucho más chiquitos y de un color verde-marrón, ojos saltones, y una larga lengua que estiraba para capturar insectos y alimentarse de ellos. Vivía muy feliz en una laguna a las afueras de la ciudad. Cierto día, una familia que por allí paseaba, la vio y le pareció tan simpática que decidió llevarla al jardín de su casa. Ranita de repente se encontró en una latita con un poco de agua, que se movía al compás vaya a saber de qué y sin tener la menor idea de cuál sería su destino, se preocupó un poco. Cuando la familia llegó a su casa, la dejó en el jardín, que a partir de ese momento se convertiría en su hogar. Sus ojos saltones miraron ese nuevo lugar: no era feo, al contrario, estaba lleno de plantas, flores, algunos bancos de madera, una hamaca y una pileta que Ranita confundió con una laguna que le pareció un poco extraña.

Ranita no era la única habitante de ese jardín, había caracoles, bichos bolita, gusanos, lombrices, un conejo y dos perritos. También estaban los pajaritos que hacían nido en los árboles, y mariposas curiosas que iban de aquí para allá. Los ojos de Ranita parecían aún más saltones que de costumbre, todo la maravillaba, todo le parecía lindo, a pesar de ser desconocido para ella. Miraba las cosas con los ojos del corazón, de un corazón bueno, sencillo. Comenzó a saltar chocha de la vida dispuesta a recorrer cada rincón del jardín y hacerse nuevos amigos.

Lo que la pobre Ranita no sabía era que no sería bienvenida por sus compañeros del lugar. Ninguno de los animalitos que allí vivían había visto en su vida una rana, por lo tanto no sabían bien de qué tipo de animal se trataba y aún menos cómo era Ranita por dentro más allá de su aspecto físico. Tampoco les importó mucho que digamos. Todos y cada uno tenían algo que decir acerca de nuestra amiguita. Convengamos que la ranita no era muy bonita que digamos, pero en realidad ¿qué importaba eso?
- Está llena de verrugas ¡Qué asco! Dijo el caracol, a quien le costaba mucho terminar una frase.
- Me quiere imitar todo el tiempo saltando y saltando, pero no va a lograr saltar tanto como yo. ¿Vieron sus patitas? Parecen palitos de helado al lado de las mías, comentó el conejo.
-¿Y el color de su piel? Digo yo, ¿no estará medio podrida?, preguntó una mariposita que volaba por allí.

No sólo ningún animalito del jardín le dio la bienvenida, sino que en vez de preocuparse por conocer a Ranita y ver así si podían ser amigos, se ocuparon de criticar no sólo su apariencia, sino todo lo que hacía.
- ¡Es una burlona! Se quejaba un gusanito ¿No se dieron cuenta cómo nos saca la lengua?
- ¡Tienes razón! Nos burla a todos, no hace más que sacar esa lengua larga y finita que tiene ¿qué se cree?, agregó el conejo.
- Yo opino igual, dijo el caracol, cuyas frases nunca eran muy largas, porque si no tardaba demasiado en decirlas.
- ¿Y los ojos? ¡Parecen dos pelotitas de golf!! Para mí que los tiene tan afuera para poder mirarnos bien y burlarse mejor. Por ahí algún día se le caen vaya uno a saber. Comentó un bicho.
- Pues si ella nos burla, haremos como si no existiera, dijo una mariposita.

Lo cierto es que Ranita sacaba su lengua a cada rato para alimentarse de insectos, como hacen todas las ranas hechas y derechas y no para burlarse de nadie. Tampoco tenía los ojos saltones para mirar a los demás, sino porque todas las ranas y sapos los tienen. Lo que ocurre, es que nadie se tomó el trabajo de preguntarle, de conocerla bien y así poder saber cómo era la ranita realmente. Pasado un tiempito, Ranita empezó a sentirse muy solita. Intentaba hablar con sus vecinos, pero ninguno le hacia caso. La ranita quería volver a su laguna, pero por más que saltara lo más alto posible, sabía que no podría llegar hasta allí, ni salir del jardín siquiera. Dándose cuenta que no era bienvenida Ranita se metió dentro de un agujero que había en el pasto y trató de salir de allí lo menos posible para no molestar a nadie. Llegó el verano y con él una invasión de mosquitos nunca antes vista en el jardín de la casa. Todos los animalitos se rascaban sin parar, trataban de esconderse bajo una piedra (los que entraban), los perritos en sus casas, el conejo en una cajita donde dormía, pero aún así los mosquitos avanzaban sin parar.
- ¡Esto nos va a matar!, decía el caracol dentro de su caparazón.
- ¡Ni saltando los puedo esquivar!, se quejaba el conejo.
- Menos mal que yo puedo esconderme debajo de las piedras - comentó aliviado el gusanito - pero algún día tendré que salir a buscar comida.

Todos en el jardín estaban muy nerviosos y molestos. La única que estaba feliz era Ranita, nunca había tenido tan a mano tanta comida y además estaba muerta de hambre por todo el tiempo que había estado dentro del agujero. Dispuesta a hacerse una panzada, la ranita saltó al jardín y empezó a recorrerlo persiguiendo cuanto mosquito se cruzaba en su camino. Con su larga lengua, que tantos problemas le había traído, agarraba todos y cada uno de los insectos que habían invadido el jardín. Al cabo de un tiempo, los demás animales empezaron a ver el resultado de la gran comilona de Ranita, no sólo porque la ranita ya tenía una panza que parecía un globo, sino porque ya casi no quedaban mosquitos dando vueltas.
- ¡Nos salvó, la gorda nos salvó! decía el caracol, quien en realidad quería gritar de contento pero no le salía demasiado.
- No entiendo, decía el gusanito- primero nos burla y luego no saca de encima a los insectos molestos ¿quién la entiende?
- ¿Yo qué quieren que les diga? ¡Salto de contento! ¡Por fin nos libramos de esos bichos! Agregó el conejo.
En eso intervino Koko, uno de los perritos de la casa, quien hasta ese momento, no se había metido demasiado en el asunto.
- Yo diría que hay que ir a agradecerle ¿no les parece amigos?
- ¿A la gorda llena de verrugas, con color medio podrido y que encima se burlaba de nosotros todos el tiempo? ¡Ni loco que estuviera! Gritó el gusanito.
- Es lo que corresponde y es lo que harán todos y cada uno de ustedes o de lo contrario me encargaré personalmente que ese animal verdoso y feúcho no coma más mosquitos. Koko estaba enojado por la actitud de sus amigos.
- ¿Vamos chicos? Preguntó tembloroso el caracol que se había asustado mucho de sólo pensar que los molestos mosquitos volvieran.

Y allí fueron todos, no muy convencidos por cierto. En una larga fila los más chiquitos primero y los más grandes después, con Koko incluido, fueron a agradecerle a Ranita. En realidad iba a empezar a hablar el caracol, pero tardó tanto que el conejo tomó la palabra.
- Mire doña, la verdad es que queremos agradecerle.
Ranita no entendía por qué le agradecían, pero de sólo ver que sus todos sus vecinos se habían acercado a hablarle, le sacaba una sonrisa más grande que su boca misma.
- Perdón, no entiendo. Dijo Ranita humildemente. Agradecerme a mí, ¿Por qué?
- Usted nos quitó esos molestos insectos, lo que no entendemos es por qué desde que llegó no hizo más que burlarse de nosotros y luego nos ayuda con los mosquitos.
- ¿Burlarme yo? ¿De quién? ¿Por qué lo habría hecho? Ranita entendía menos aún que sus vecinos.

La verdad es que en ese jardín todo era un malentendido. Eso pasa cuando las personas no se comunican y entonces no se conocen.
- Vamos confiese, de sacar esa lengua, todo el día sacándonos la lengua ¿se cree que no la veíamos?
- No sólo que nos sacó la lengua todo el tiempo, sino que para poder burlarse mejor, sacaba esos ojos que tiene bien para afuera.
- Lamento desilusionarlos vecinos, pero yo no me burlé de nadie. Me llamo Ranita, mis ojos son así saltones de nacimiento y la lengua la saco para cazar insectos. Si alguno de ustedes se hubiese acercado a hablarme o me hubiera dejado a mí acercarme, nos hubiéramos conocido y hubieran sabido bien cómo es una rana.
-¿Una qué? Preguntó el caracol que ya empezaba a sentirse avergonzado.
- Una rana caballeros, soy una rana con ojos saltones como todas las de mi especie y con una lengua larga que uso sólo para alimentarme y no para burlarme de nadie.

Muy dolida Ranita se fue a su agujerito, aunque ahora le costaba más entrar porque estaba mucho más gorda por todos los mosquitos que se había comido. Todos los animalitos quedaron en silencio. Sabían que habían actuado mal. También sabían que si se hubiesen presentado ante Ranita el día que ella llegó, jamás hubieran pensado que se burlaba de nadie. Hubiera sido tan fácil, sin embargo no lo hicieron. Ahora, ante el dolor de Ranita, se daban cuenta del daño que habían hecho. Sin necesidad de decir una palabra, uno por uno, otra vez en filita se acercaron al agujerito de la rana. No hizo falta ponerse de acuerdo, pues todos querían hacer lo mismo.
- Doña Ranita se nos olvidó algo. Dijo el conejo con voz un poco temblorosa
- Pedirle perdón. Agregó el caracol.
Con esta esa última palabra, simple pero muy grande, Ranita salió de su agujerito dispuesta a darles a sus vecinos una nueva oportunidad. Al cabo de un tiempo, los dueños de casa trajeron una lagartija. Los animalitos del jardín nuevamente veían un espécimen que no conocían. Sólo que esta vez actuaron diferente. Y una vez más, todos en filita, Ranita incluida, se acercaron al nuevo habitante, pero en esta ocasión para presentarse y darle la bienvenida.

Autor: Anónimo

Me gusta como soy
Había una vez, un chico que tenía el pelo color blanco, pero blanco-blanquísimo, como la nieve, como la crema, como el algodón. Nació un día de sol brillante. Los papás estaban tan contentos que no dejaban de sonreír, y a todos les comentaban emocionados, lo hermoso que era su bebé.

Cuando salieron del sanatorio, los rayos de sol iluminaron la cabeza de Ezequiel, y la mamá le dijo al papá - Mira, parece un angelito - Sí, es el bebé más lindo, del mundo- contestó radiante, el papá. Así creció Ezequiel, contento, querido y orgulloso de su pelo blanco, blanquísimo.

Vivió en el campo hasta que tuvo 5 años, allí se crío jugando con los animales, alimentando a las gallinas y sus pollitos, hasta aprendió a andar en un caballito, que el papá le regaló, especialmente para él, al que le puso de nombre Petiso, y se convirtió en su mejor amigo.

Una noche llena de estrellas, Ezequiel escuchó que los papás conversaban en la galería de la entrada de su casa. Se acercó despacito porque los notó preocupados, al verlo los papas le dijeron que era muy tarde y debía ir a dormir. Ezequiel queda tan intrigado, que se escondió detrás de la puerta para escuchar. ¡¡¡Qué sorpresa se llevo!!! Los papás estaban hablando de mudarse, ¿mudarse? ¡Sí! Ir a vivir a otra casa, nada más ni nada menos que a la ciudad, y todo el asunto era porque Ezequiel tenía que empezar a ir a la escuela, y por allí donde vivían no había ninguna cerca. ¡QUE ALEGRÍA! Conocer la ciudad tener nuevos amigos, eso sí que parecía divertido. Así fue que juntaron sus cosas y se mudaron a una linda casita en la ciudad que quedaba muy cerquita de una hermosa escuela con sus paredes pintadas con dibujos que habían hecho los chicos junto con las maestras.

Ezequiel estaba tan entusiasmado, que no podía quedarse quieto. Fue con su mamá a comprar el guardapolvo y los útiles escolares, él eligió todos con la marca de su cuadro favorito. Esa noche casi no pudo dormir, de tan entusiasmado que estaba. Entonces llegó el día tan esperado, ¡el primer día de clases! Ezequiel se levantó muy temprano, contento y nervioso. Se lavó la cara, los dientes y se peinó su blanco-blanquísimo pelo blanco. Ese pelo que era su marca especial en la vida, ese pelo que su mamá acariciaba todas las noches antes de que se duerma, su hermoso pelo de nieve, como le decía su papá. Llegó a la escuela junto con sus papás, lo besaron en la entrada, y Ezequiel, con paso decidido, se acercó al patio a la fila de primer grado. Allí se empezó a sentir raro, todos los chicos lo miraban, no sólo los de su grado, de todas las filas los grandes, los chicos, y Ezequiel no entendía por qué, quería que lo tragara la tierra. De pronto un chico se acercó y le dijo - Che, ¿por qué tienes el pelo así? Ezequiel no contestó, no sabía qué decir, se preguntaba -¿así cómo, lindo como la nieve?.- Ante su silencio todos lo miraron, algunos empezaron a reírse y otros a cargarlo, le gritaban: - ¡cabeza de crema, cabeza de papel, cabeza de azúcar!

Ezequiel miró a su alrededor y de pronto, con espanto descubrió que no había ningún chico con el pelo blanco-blanquísimo como el suyo y parecía que esto les molestaba a los chicos de la escuela. Lloró en silencio, como para adentro, ya no le gustaba la escuela, se sentía triste y quería volver a casa.
La maestra los saludó uno a uno con un beso y los llevó hasta el aula de primer grado. El aula era lindísima, estaba decorada con los nombres de todos los chicos, con dibujos, letras y números. Pero Ezequiel estaba tan triste que no podía ver lo linda que era su aula, solo quería llorar y salir corriendo. Se sentó solo, nadie quiso sentarse con él, porque todos pensaron que su color de pelo lo hacía un chico raro.

María Luz, la maestra, les dijo que iba a tomar lista, que a medida que los nombrara fueran parándose al lado de su silla. María Luz comenzó - que se paren los altos- los chicos desorientados se miraron – vamos, dijo la smaestra, párense los altos- Los chicos se pararon. La maestra siguió diciendo, ahora los petisos, los de pelo color rojo, los que usan anteojos, los que no usan anteojos, los morochos, los pálidos, los que tengan aparatos, los de pelo blanco, los de pelo marrón, los que tengan dientes chiquitos, los de dientes grandes, los que se portan bien, los que se portan mal, los simpáticos, los tímidos, los charlatanes, los calladitos y así siguió con una lista interminable.

Los chicos no hacían más que pararse, sentarse y volverse a parar, porque todos, todos, todos, se sentían nombrados varias veces. Algunos eran bajitos, charlatanes, de pelo amarillo y a veces se portaban mal. Otros eran calladitos, altos, de dientes chiquitos y simpáticos. Todos tuvieron que levantarse tantas veces que quedaron agotados. Pero faltaba lo último. María Luz dijo – ahora que se paren, los que quieran divertirse, los que quieran aprender, los que quieran hacerse amigos, los que quieran jugar, los que quieran reírse- Se imaginan lo que pasó, ¡SIII! Se levantaron todos juntos, gritando yo, yo, yo, yo, maestra. Entonces, María Luz dijo.- No importa las diferencias que tengamos, miremos que tenemos en común para así poder respetarnos y pasarlo bien todos juntos. Ezequiel había dejado de llorar. Otra vez se sentía contento y con ganas de estar en la escuela. De pronto se acercó un chico y le preguntó si podía sentarse con él. Ezequiel le contesto que sí. De ahí en más, lo que conozco de esta historia es que Ezequiel se hizo muchos, muchos amigos, y otra cosa que me contaron, es que cuando había que actuar de Papá Noel, siempre lo elegían a él, lo que lo hacía sentirse muy, pero muy orgulloso de haber nacido con ese pelo blanco- blanquísimo.


Autor: Anónimo

El día y la noche
Había una vez, un planeta llamado Tierra, en el que por una parte del planeta era de noche y por el otro lado, era de día.
Julia, una niña de tan sólo 5 años, se había dado cuenta de que por el día había luz y que por la noche se encontraba todo muy oscuro. Así que un día, cuando Julia estaba en su cama leyendo un cuento antes de irse a dormir, llegó su madre para darle un beso y desearle felices sueños.
“Buenas noches Julia, que tengas dulces sueños“, le dijo su madre mientras que la arropaba.
“Mamá, ¿por qué por la noche todo está oscuro y no hay sol?” le preguntó Julia.
Entonces, la mamá de Julia se sentó en el borde de la cama, junto a ella, y le dijo: “hoy te voy a contar una historia sobre el día y la noche, y estoy segura que serás capaz, de entender por qué existe el día y por qué existe la noche“.
Julia, estaba deseando escuchar la historia que le había dicho su madre, pues sería entonces cuando comprendiera muchas de las preguntas que se había hecho sobre el sol y la luna.
La mamá de Julia empezó a hablar: “Hace mucho tiempo, se crearon los planetas, y entre ellos, el planeta en el que vivimos, llamado la Tierra. Nuestro planeta gira sobre sí mismo, como si fuera una peonza dando vueltas, pero con una diferencia, y es que la Tierra gira más despacio, tardando 24 horas en dar una vuelta. Así es como la Tierra gira sobre sí misma, y recibe el nombre de movimiento de rotación“.
Mientras tanto, Julia seguía muy atenta a todo lo que le estaba contando su mamá, pues nunca había escuchado nada sobre los planetas y el sol.
La madre de Julia prosiguió: “Así que cuando el planeta Tierra se encuentra girando sobre sí mismo, por un lado será de día, pues el sol hará que este iluminado. Y en la otra mitad del planeta, es de noche, pues no recibe ningún rayo de luz, y hay oscuridad. Por tanto, mientras que en un lado de la Tierra es de día, en el otro lado, es de noche“.
Julia, tras haber escuchado a su mamá contarle esa historia, entendió que hay día, porque el sol nos ilumina cuando nos encontramos frente a él, y que se hace de noche cuando nos alejamos de los rayos del sol.
Hoy, Julia había aprendido algo nuevo que no sabía, y aún siendo tan pequeña, tenía la sensación que aquello que le había contado su mamá era muy importante para todos los habitantes de la Tierra, pues gracias a el sol, existe la vida en nuestro planeta.

Autor: Anónimo
La magia de los libros.
Hace muchos años, en un pueblito llamado “El buen leer” ocurrió un hecho muy curioso. Cuenta la historia que los habitantes del pueblo amaban la lectura. En todos los hogares había una biblioteca, por pequeña que fuera. Ningún niño se iba a la cama sin haber leído o escuchado un cuentito de boca de sus papás. Los libros vivían felices pasando de mano en mano. Sabían que, gracias a ellos, los niños aprendían, soñaban e imaginaban. Pasaban sus días alegremente, haciéndose compañía unos a otros.
En esos tiempos, un libro era un excelente regalo de cumpleaños, incluso Papá Noel llenaba su bolsa con ejemplares de todos los tamaños y colores. Cierto día, llegó al pueblito una bruja que no había tenido la suerte de poder leer en su infancia y a quien sus papás jamás le habían contado un cuentito.
Se instaló en una casa alejada con una televisión como única compañía. Como se aburría bastante, comenzó a observar a todos y cada uno de los habitantes del pueblo, todos eran cultos, divertidos y con una imaginación prodigiosa. Quiso entablar conversación con sus vecinos y a pesar de ser muy bien recibida, al tiempo se dio cuenta que poco tema tenía para compartir.
No era lo mismo hablar de aquello que veía en la televisión que de historias fantásticas, de misterio o de amor. La brujita sintió envidia por todo aquello que desconocía y que tanto enriquecía a la gente del pueblo. Decidió entonces que, para estar en igualdad de condiciones, haría desaparecer todos los libros de “El buen leer”.
- ¡Hablaremos de las mismas cosas!. ¡Ya nadie sabrá más que yo, ahora seremos todos iguales! –dijo para sí.
La decisión más acertada hubiera sido comenzar a leer ella también, pero la envidia es un pésimo sentimiento que sólo nos hace tomar decisiones equivocadas.
Preparó una pócima maloliente y tomó su escoba. Sobrevoló todo el pueblo salpicando con el líquido verde cada hogar, cada escuela, cada libro. En pocos minutos, todos los libros del pueblo habían desaparecido y habían sido reemplazados por televisores. Nadie entendía lo ocurrido.
Las bibliotecas comenzaron a caerse debido al peso de los aparatos. Los niños se acostaban tristes, ya que sus papás no podían leerles un cuento. En poco tiempo la fisonomía del pueblo cambió. Los niños soñaban cosas feas, imaginaban poco, y comenzaban a olvidar palabras y datos importantes que habían aprendido.
Todo el pueblo se iba empobreciendo día a día. Ir a la escuela se complicaba pues sin libros, no era fácil estudiar. Las mamás cocinaban sólo cosas muy sencillas pues las mejores recetas que atesoraban en valiosos libros ya no estaban. Los jueces estaban en problemas, pues no recordaban de memoria todas las leyes y no podían aplicarlas como era debido.
La única que estaba feliz era la envidiosa brujita quien ahora sentía que no era tan diferente al resto de la gente. Pero sabido es que lo que no se hace con amor, no funciona.
La brujita enfermó. Comenzó a dolerle mucho la pancita y tuvo que llamar al médico del pueblo.
- Yo debería recetarle un remedio, pero la dosis justa se encontraba en el libro de medicina que ya no tengo, no creo poder hacer mucho –le dijo el doctor revisándola.
- No importa –dijo la brujita- iré a la farmacia, seguro allí podrán ayudarme.
Llegó a la farmacia tomándose la panza pues le dolía mucho, tampoco tuvo éxito.
- Lamento no poder ayudarla –dijo el farmacéutico –todos los remedios venían con un libro de indicaciones que ha desaparecido.
- Bueno, no importa, ya pasará –contestó orgullosa la bruja.
Regresó a su casa, dispuesta a acostarse y ver un rato de televisión para ver si se distraía y se le calmaba el dolor, pero no pudo hacerlo porque se había cortado la luz. El aburrimiento era mucho, las horas no pasaban más y el dolor tampoco.
- ¿Qué puedo hacer? -se preguntaba la dolorida brujita, quien sin televisión se sentía perdida.
Mientras tanto, la gente del pueblo extrañaba sus amados libros, para quien conoce el valor de la lectura, sabe bien que no hay televisión que reemplace un buen libro.
- Algo debemos hacer –dijo el alcalde muy preocupado- no puede ser que nos resignemos a no leer más, no me explico qué ha pasado con los libros.
- Hemos buscado por todas partes y nada encontramos –comentó un niño.
- Yo creo que la bruja algo tiene que ver en todo esto. Al poco tiempo que ella llegó desaparecieron todos y cada uno de nuestros libros – agregó un papá.
- ¡Es cierto! –dijo el alcalde- averiguaremos si ha sido ella y le daremos un buen escarmiento –propuso.
- ¿Irá a prisión? –preguntó el niño.
- ¡Y sin televisión! –contestó el alcalde.
Todo el pueblo comenzó a acusar a la brujita y a proponer diferentes castigos para ella.
Todos, menos el niño que pensaba bien distinto.
– ¡Esperen, esperen! – gritó el niño para que todos lo escuchen- esto no es lo que nos han enseñado los libros. De ellos hemos aprendido el valor de la justicia y de la palabra, déjenme a mí, verán que pronto todo vuelve a la normalidad. Todos callaron y el alcalde le permitió al pequeño que se ocupara del asunto.
Entusiasmado con su misión, el niño fue a visitar a la brujita, quien seguía molesta por su dolor de panza. Golpeó la puerta, se presentó y al ver su cara de dolor, le preguntó en qué podía ayudarla.
– En nada, pequeño, no eres doctor, ni farmacéutico, y aún menos electricista para arreglar el corte de luz –le dijo la bruja muy seria.
– Si estuviese entretenida, el dolor pasaría más pronto –contestó el pequeño.
– Tu lo has dicho, pero ya ves, no puedo ver televisión, por lo tanto me aburriré mucho y tu nada puedes hacer al respecto.
– No crea señora, tengo una idea –dijo el niño. Le pidió que se sentase en un sillón y le contó uno de los cuentos que sus papás le habían leído muchas noches.
De a poco, el dolor se fue pasando. La magia del cuento fue envolviendo el corazón y la imaginación de la brujita, quien se transportó por un instante a tierras lejanas y desconocidas. Por primera vez en su vida, alguien le contaba un cuento, le regalaba una historia, un momento compartido, le abría las puertas a un mundo desconocido y hermoso.
– Bella historia por cierto ¿En qué programa de televisión la has visto? –preguntó la asombrada brujita.
– Es un cuento, mi preferido. Me lo leían mis papás casi todas las noches, por eso lo se de memoria. Bueno, antes de que todos los libros desaparecieran claro está- contestó triste el pequeño.
– ¿Tienes otro para contarme? –pidió la brujita entusiasmada. Entre príncipes, princesas, sapos encantados y valientes caballeros, la tarde pasó tan rápido que ninguno de los dos se dio cuenta.
El niño volvió a su casa. En su camino de regreso se dio cuenta que no había preguntado nada acerca de la desaparición misteriosa de los libros, pero igual estaba contento, sentía que había hecho algo importante. Al despedir al pequeño, la brujita ya sola en su casa, recordó cada una de las historias relatadas por el niño y sobre todo, recordó la magia que la había envuelto mientras las escuchaba.
Se dio cuenta que nunca, jamás, un programa de televisión había despertado en ella tal sentimiento y decidió enmendar su error. Volvió a preparar una pócima, pero esta vez con efecto contrario. Tomó su escoba y volvió a sobrevolar todo el pueblo. Al poco tiempo, todos y cada uno de los libros volvieron a su lugar.
El amanecer encontró a cada biblioteca poblada de ejemplares. Hogares, colegios, librerías, todos volvían a tener sus libros como si jamás hubiesen salido de allí. Nadie fue a prisión sin televisión y nunca supieron bien cómo y por qué los libros habían desaparecido. Suponían que la brujita algo había tenido que ver en el asunto, pero ya no importaba.
Ahora era ella quien tenía la biblioteca más completa del pueblo, leía cuanto podía y se sentía feliz. La brujita aprendió mucho leyendo: historia, geografía, literatura, pero lo más importante fue que supo que nada en el mundo reemplaza la magia de un libro sostenido entre las manos o de un hermoso cuento leído por un ser querido.
Liana Castello, escritora argentina.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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