jueves, 22 de septiembre de 2011

Ejercicios...

VAMOS A MARCAR TILDES
1. Digame si este libro de biologia incluye un capitulo de genetica.
2. No se por que todavia dudas tanto de aquel musico.
3. Aun no has puesto fin a esa situacion tan incomoda para ti.
4. Fui un discipulo de quien jamas aprendio a sonreir.
5. Por eso le pregunte al huesped donde habia olvidado su equipaje.
6. Sirvale el te con bastante azucar y lleveselo despues del desayuno.
7. Cortesmente le dio a entender que no creia en un exito tan repentino.
8. Porque aquel no fue el ultimo periodico que publico su espontanea renuncia.

RESUELVA EL MULTIPRODUCTOR DE PALABRAS.
Utilizando las sílabas del cuadro, construya 20 palabras de 2 sílabas y 10 de 3 sílabas. NO puede repetir sílaba dentro de UNA MISMA PALABRA. Todas las palabras que construya deben ser SUSTANTIVOS COMUNES.

ES RA DA
CA TO SO
LE RI MA
¿Cómo era el primer libro?
¿Estaba impreso o escrito a mano? ¿Estaba hecho de papel o de cualquier otra materia? Si existe todavía, ¿en qué biblioteca se le podría encontrar?
Se dice que hubo una vez un hombre que quiso buscar en todas las bibliotecas del mundo este primer libro. Pasaba días enteros hurgando entre montones y montones de libros carcomidos y amarillentos por los años. Sus ropas y sus zapatos estaban cubiertos por una espesa capa de polvo, como si acabase de realizar un largo viaje sobre una carretera polvorienta. Al fin, encontró la muerte al caerse de una de esas grandes escaleras que se apoyan contra los estantes de una biblioteca. Pero aun cuando hubiera vivido cien años más, sus búsquedas no hubiesen conducido a nada. El primer libro estaba ya integrado a la tierra, muchos millares de años antes de que él hubiese nacido.
Este primer libro no se parecía en nada a los de nuestros días. Tenía manos y pies, y no descansaba sobre un estante: sabía hablar y hasta cantar. En fin, era un libro vivo: era el hombre.


En: “Negro sobre blanco”, M. Ilin

Trabajo con la novela Lengua II

LENGUA II. 2012.
Trabajo: novela.
Se deberá elegir una novela, escrita en español (no traducida); consultar título y autor con docente, y leerla durante abril y mayo.

Primera tarea:
Se realizará una ficha de lectura:
1. Título de la obra y autor
2. Editorial, ciudad de publicación, año, ISBN.
3. Breve información sobre el autor.
4. Vínculo del alumno con la obra elegida: ¿cómo llegó a ella?, ¿tenía referencias?, ¿conocía el tema o el autor?, ¿se la recomendaron?
5. Reseña de la obra: elaborar un informe.

GUÍA PARA PARA REALIZAR EL INFORME.

Género literario
Se debe indicar el género al que pertenece el texto (narrativo), así como el sub-género (cuento, novela...).

Estructura
Es importante señalar si existe división en capítulos y cuántos son. Se mencionará también la existencia de prólogos, epílogos.

Los hechos narrados Se debe realizar un breve resumen de los hechos, indicando las acciones principales del relato.

Los personajes
Se debe clasificar a los personajes en principales y secundarios y caracterizar brevemente a los personajes principales.

El ambiente
Es necesario caracterizar el lugar donde transcurren los hechos y ubicar ese lugar dentro de un ámbito mayor.

Si es posible, se debe indicar la duración de la acción del relato y la época en que transcurre.

El narrador
Se debe señalar si es una primera persona protagonista, primera persona testigo o tercera persona.

La realidad representada
De acuerdo con la realidad representada en la narración, se debe indicar si se trata de un relato fantástico, realista, maravilloso, u otro.


Interpretación personal
Se debe proponer una interpretación personal de las situaciones y los símbolos que aparecen en el texto

Valoración personal
Es posible concluir el análisis del texto con alguna indicación del interés que tuvo su lectura o las reflexiones a las que condujo.

La reseña se entregará viernes 25 de mayo de 2012.

Feliz día del Maestro a las generaciones que están en camino !!

“AQUELLOS QUE DICEN QUE NO SE PUEDE HACER,

NO DEBEN INTERPONERSE EN EL

CAMINO DE LOS QUE YA LO ESTÁN HACIENDO


THOMAS SAMUEL KUHN.

Narración en versos, sin verbos conjugados...

CRIMEN PERPETRADO SIN LA VALIOSA COLABORACIÓN DEL VERBO.


Hermosa noche de estío;
estrellado firmamento;
blanca luna; tenue viento;
fresco valle; manso río.
Ni un lagarto en la maleza;
en los árboles, ni un ave;
¡ni un canto dulce y suave!
Todo silencio y tristeza.
Allá arriba, todo luz;
aquí abajo, todo sombra;
junto al río, verde alfombra;
sobre la alfombra, una cruz.
Junto a la cruz, una bella;
junto a la bella, un doncel;
entre las dos manos de él
una blanca mano de ella.
Suspiros entrecortados;
mil abrazos, mil miradas;
frases muy enamoradas
y besos muy prolongados.
- ¡Mi cariño!
- ¡Dulce bien!
- ¡Alma mía!
- ¡Mi embeleso!
- Un beso…
- Sí.
- Y otro beso……..?
- ¡Y otro!
- ¡Y otro!
- ¡Y cien!
- Mañana al Carpio…
- Verdad.
- Y ambos, una vez allí…
- Tú mío.
- Y tú mía.
- Sí.
- Y eterna felicidad.
- ¿ Y ese hombre?
- No más suya.
- ¿Tu cariño?
- Para ti, como el tuyo para mí.
- ¿Siempre mía?
- Siempre tuya.
.

Atento a su propio mal
tras la cruz un noble anciano,
una pistola en la mano,
y al cinto agudo puñal.

Un rugido airado y fiero;
una mano sobre un brazo;
el fulgor de un fogonazo
reflejo de un acero.
-¡Ah, traidora!
-¡Justo Dios!
-¡Confesión!
-¡Piadoso cielo!

Dos bultos luego en el suelo,
y otro en pie junto a los dos.
A la mañana siguiente,
guardia civil, el Juzgado,
el populacho indignado,
y en prisión el delincuente.


José Estremera.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Palabra con diptongo: ou

noúmeno
(del gr. «nooúmenon», lo pensado) m. Fil. Término filosófico que expresa, por oposición a «fenómeno», el objeto tal como es en *esencia, despojado de las apariencias que lo hacen perceptible por los sentidos y de los accidentes que pueden hacerlo aparecer distinto en distintos casos.

Ortografía, Curiusus.

ORTOGRAFÍA

No es lo mismo ser un buen físico-químico que ser un químico con buen físico.
Si una coz es una patada, ¿un niño precoz será el que se encuentra en el estado previo a descargar sobre otra persona la fuerza de sus pernas?
Si tengo una cita y me equivoco ligeramente con la hora, ¿cometo una equivocación cita?
No es lo mismo ver ATC por televisión, que pedirle a alguien: “Átese para ver televisión”
No es lo mismo ser gloriosa que llamarse Gloria y ser una osa.
No es lo mismo llorar por la pérdida definitiva de una mujer, que porque la mujer está perdida definitivamente.
No es lo mismo estarle yendo a decir algo, que estar leyendo algo para decirle.
No es lo mismo hablar de las hebras de la vida que de la vida de las cebras.
No es lo mismo decir que hay firmeza que: “Firme esa ahí”
No es lo mismo decir que él tuvo frío que el tubo se enfrió.
No es lo mismo decir que el turbo es lento que decir que es turbulento.
No es lo mismo pedirle a alguien que sea tranquilo que decirle que trabaje sereno.
Es muy distinto jugar al baloncesto que jugar al balón con los de sexto.
¿Nonagésima será la abuela a la que tuvieron la ocurrencia de poner de nombre Gésima?
Si un día te crecen alas y mientras subís por el aire te preguntás qué estás haciendo, decite simplemente: “Asciendo”
Si tener exclusividad es ser exclusivo, y expresarse bien es ser expresivo, ¿llevar bien el compás será “ser compasivo”?


En: “El puente de la ortografía”, 1991, © Santillana.

Cuento: Primera luna.

Primera Luna
Elaine Mendina


Juliana removió el rescoldo en el primitivo fogón hecho con piedras, echándole aire con un viejo sombrero de paja del que sólo restaban las alas.
Lagrimeando por el humo, rezongaba insultos mientras cuidaba el caminito abierto entre el chircal, por donde esperaba ver aparecer su nieta. Probó con una cuchara el jarro de café hervido, escupiendo a continuación el líquido amargo.
- Porcaría...
Dejó el jarro en la mesa destartalada. Espantó dos gallinas, que se fueron cloqueando patio afuera, mientras repartía rezongos entre las gallinas, el café amargo y la nieta que demoraba, cuando la avistó por el senderito retorcido.
De lejos vio que no traía nada en la bolsita de plástico que llevaba en la mano, y esto redobló sus murmullos.
Joana venía saltando con ese saltito característico de niña. Por donde el pasto agostado y corto formaba una superficie casi plana. Cuando llegó al pedregal afilado de junto ala casa, dejó de saltar, preparándose para enfrentar a la abuela.
Joana tenía doce años. Era zanquilarga y fina, de miembros delgados y larguísimos. Blanca pecosa, el sol no conseguía oscurecer la piel lechosa. La boca grande y carnosa reía con facilidad, con una risa no siempre justificada, lo que unido a un marcado infantilismo en su habla y sus maneras, hacía sospechar en ella un cierto grado de retardo mental. Su única belleza eran los ojos, grandes y verdes, moteados de amarillo y rodeados de largas pestañas negras. El pelo también negro y liso, cortado como el de un hombre para facilitar el control de los piojos, podría hacerla pasar por varón, si no fuera por las curvas incipientes, recién nacidas, redondeando el algodón de la blusita de la blusita desteñida adherida al pecho y el pantalón corto hecho de un vaquero viejo con las perneras recortadas.
La abuela le gritó de lejos, preguntando por el azúcar encargado.
-Dice don Artave que no puede fiarle más. Hasta que le pague lo que le debe.
La respuesta, curiosamente, acalló a Juliana. Lo que esperaba hacía tiempo, había sucedido. Con los brazos caídos a lo largo del cuerpo, miró a su alrededor, y detuvo finalmente la vista en el jarro de café sin azúcar.
Joana, enhorquetada en un gajo de árbol cercano a la casa, mordisqueaba algo. La abuela prestó atención.
-¿Qué é, Jo?
La niña mostró un rectángulo castaño, mordisqueado en una punta.
-Rapadura. Me dio don Arteave.
La vieja alargó la mano:
-Me dá.
Joana le dio el último mordisco trabajoso al dulce azucarado y duro, y lo entregó. La abuela entró a la casa y se puso a molerlo con el cabo de un cuchillo, recogiendo en un trozo de papel el polvillo y las migajas resultantes.
Después lo echó al jarro de café y lo revolvió. Vertió parte del líquido en otro jarrito que descolgó de un clavo de la pared, tomó un plato de hojalata con unas cuantas galletas y llamó a la nieta.
La vieja y la niña comían a la sombra del rancho, sentadas en sus taburetes con el jarro de café entre las rodillas. Remojaban en él trozos de galleta reseca, hasta que se ablandaba.
Comían en silencio, sumidas ambas en sus preocupaciones. Las de Jo consistían en barajar la posibilidad de que su abuela le prestara el banco largo para jugar al almacenero.
Las de Juliana se vieron interrumpidas por el ruido de un carro y un caballo que se aproximaban. La niña, sin soltar su café, rodeó la casa y anunció:
-Es don Artave, “vo” Juliana.
La vieja dejó de comer, limpiando nerviosamente las migajas caídas en la falda del vestido.
Un sulky bien cuidado, tirado por una yegüita baya, entró por el frente del rancho levantando tierra y espantando las dos únicas gallinas. El vasco Arteave echó pie a tierra, dejando carro y caballo bajo la sombra de un higuerón.
Caminó hacia las dos figuras que lo aguardaban de pie, estiró la mano a la vieja al llegar cerca.
-Buenas tardes.
Dio a Jo “la bendición”, apoyando la mano en la cabecita pelinegra. Cumplido el ritual, la niña escapó para volver a la casa, y aprovechando que la abuela estaría entretenida, sacó el banco para jugar. La vieja ofreció al hombre uno de los taburetes.
-Sente.
El visitante se sentó con justificada cautela, pues el asiento no parecía capaz de contener sus noventa kilos metidos en un cuerpo achaparrado y fofo, de triple papada rojiza y un desaseo personal que la ropa relativamente costosa no conseguía disimular. Juliana, con las manos cruzadas en la falda, lo miraba en silencio. El hombre abordó la cuestión:
-Vine por el asunto de su cuentita, doña Juliana... usté sabe como son estas cosas...
-Sei.
Las palabras de la mujer caían como piedras en el agua: bruscas, cortadas, formando círculos concéntricos en las lagunas de silencio que las seguían.
Podría explicar, dar razones. Después de la muerte del único hijo que retuvo al lado, tiempo de relativa holgura, aún sobrevivió con cierto decoro, en el puesto donde el muchacho trabajara. Plantaba, criaba animales, lavaba ropa ajena. Era sola con Jo. Pero cuando tomaron al puestero nuevo y tuvo que irse a su actual vivienda, las cosas se pusieron duras. ¿Dónde plantar, criar, en aquel retazo rocoso agrietado de seco y sin aguada cerca? Los lavados se dificultaron, el arroyo quedaba lejos y una hernia nunca operada dificultaba seriamente sus movimientos.
Para que hablar. Todos sabían eso. Don Arteave también. Juliana nunca había llorado penas, ni aún para comer. Era el capital que le quedaba, el orgullo. Y era por naturaleza poca prosa. Que diablos quería, se preguntaba Juliana. Sabía perfectamente que ella no podía pagar. Pero el almacenero tenía otras ideas:
-Yo pensé, doña Juliana... cosas de viejo, usté sabe...
Se removió inquieto, haciendo peligrar la estabilidad del taburete.
-... bueno, ando precisando quién me dé una manito en el almacén. Usté sabe, ordenar cosas, barrer, lavar algún trapito... uno es solo y no da abasto, ¿m’entiende...?
Se calló, como si no supiera como seguir. Hubo un largo silencio incómodo.
Al fin, tomando aire como quien se va a tirar al agua, soltó:
-... y entonces pensé en la gurisa.
Con el gesto, señalaba a Joana, que jugaba acuclillada en la tierra, encargando alternativamente a la cliente y al vendedor. Hileras y montoncitos de piedras, huesecillos y frutas de tutiá eran la mercancía.
Juliana se quedó de una sola pieza.
-¿A Jo?
El hombre carraspeaba incómodo, sin saber como seguir. Pero no hacía falta. Juliana era mujer, vieja y pobre. Y eso es mucha escuela. La piel blanca de Jo relumbraba a través de un desgarrón reciente hecho en un clavo salido, junto al nacimiento de la pierna. Los ojos del almacenero recorrían furtivamente el cuerpo largo empezado a madurar. La abuela habló con voz seca:
-Vá la dentro.
Miró largamente con ojos duros y vacíos el hueco de la puerta por donde había desaparecido la niña, y luego al hombre enrojecido y resoplante. Bruscamente puso las cartas boca arriba.
-Inda nâo tem a lúa. (1)
La franqueza brutal de la vieja pareció aliviar la tensión del hombre: ahora podía hablar claro, sin perderse en eufemismos. Levantándose, le tendió la mano mientras daba por cerrado el trato.
-Yo espero.
Oyendo a la visita irse, Joana salió al patio, pero algo en la expresión de la abuela le avisó que no era prudente volver al juego. Juliana la miraba como si no la viese, o como si viera a través de ella. Larga y fina, parada en una sola pierna como una grulla, pidiendo con los ojos permiso para volver a jugar... Esos ojos, Dios mío.
De pronto eran otros así, verdes, idénticos, los que la miraban. Los ojos del hijo, diez años atrás. El muchacho con los brazos llenos de tubos, con la vida yéndose, por la herida de una cornada. Los ojos verdes desorbitados de dolor, mirando a Joana que entonces tenía dos años y dormía sobre el hombro de la abuela, el pedido:
-Tome conta dela, manhe.
Y la promesa lacónica, sin desbordes, que ella hiciera:
-Deixa conmigo.
Jo desvió los ojos y Juliana volvió a ver la realidad que la circundaba; la blusa deshilachándose sobre los senos incipientes, pequeños y duros como frutas aún verdes. Ordenó sin entonación:
-Ajunta os trapos e te calza. Vai trabalhar no armazém.
La siguió mientras la niña se levantaba sin comentarios, limpiando la tierra del trasero del pantalón, y se dirigía a la caja de cartón donde guardaba su ropa. La historia de su miseria fue surgiendo de la caja y apilándose dobladita sobre una gastada toalla extendida en el catre. Un pantalón remendado, dos suéteres demasiado grandes, evidentemente heredados de alguien; un desteñido vestido de lunares rojos, dos camisitas, una con el hombro desgarrado. Tres o cuatro bombachitas con las mallas corridas.
Jo tomó el atado y después de sacudir la tierra de los pies con la mano, se calzó las chinelas. Se encaminó a despedirse de la abuela, pero Juliana le había dado la espalda y caminaba con paso rápido rumbo al monte.
Cuando volvió, oscurecía. Se quedó parada frente al rancho vacío, mirando las latitas de piedras y frutas silvestres con que Joana había estado jugando.
Distraídamente tomo una latita.
Recostada en la pared de terrón, pensó en voz alta, mirando el campo desierto:
-Ninguém tem culpa, naô...
Hablaba para sí. O a la memoria del hijo, o a la nieta ausente. O al responsable de aquel estado de cosas que sólo podía sufrir y aceptar. No sabía... Y no importaba, ya.
Sin darse cuenta, estrechó la latita contra el pecho consumido.

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La autora nace en Artigas en 1956. Es Maestra y Profesora egresada de I.P.A., en Literatura. Ha publicado: Ibrahim y los otros; El otro circo; (ambos volúmenes de cuentos), y la novela: El pueblo blanco.

1) “Aún no tiene las lunas”: es impúber.

martes, 6 de septiembre de 2011

Cuentos y poemas. Antología Natalia Carzolio 2° B

Mi papá está muy ocupado


El papá de Alberto era un hombre importantísimo y muy ocupado que trabajaba tantas horas, que a menudo debía trabajar los fines de semana. Un domingo Alberto se despertó antes de tiempo, y al escuchar que su papá abría la puerta de la calle para salir hacia la oficina, corrió a preguntarle:

- ¿Por qué tienes que ir hoy a trabajar, papi? Podríamos jugar juntos...

- No puedo. Tengo unos asuntos muy importantes que resolver.

- ¿Y por qué son tan importantes, papi?

- Pues porque si salen bien, serán un gran negocio para la empresa.

- ¿Y por qué serán un gran negocio?

- Pues porque la empresa ganará mucho dinero, y a mí es posible que me asciendan.

- ¿Y por qué quieres que te asciendan?

- Pues para tener un trabajo mejor y ganar más dinero.

- ¡Qué bien! Y cuando tengas un trabajo mejor, ¿podrás jugar más conmigo?

El papá de Alberto quedó pensativo, así que el niño siguió con sus preguntas.

- ¿Y por qué necesitas ganar más dinero?

Pues para poder tener una casa mejor y más grande, y para que tú puedas tener más cosas.

- ¿Y para qué queremos tener una casa más grande? ¿Para guardar todas esas cosas nuevas?

- No hijo, porque con una casa más grande estaremos más a gusto y podremos hacer más cosas.

Alberto dudó un momento y sonrió.

- ¿Podremos hacer más cosas juntos? ¡Estupendo! Entonces vete rápido. Yo esperaré los años que haga falta hasta que tengamos una casa más grande.

Al oír eso, el papá de Alberto cerró la puerta sin salir. Alberto crecía muy rápido, y su papá sabía que no le esperaría tanto. Así que se quitó la chaqueta, dejó el ordenador y la agenda, y mientras se sentaba a jugar con un Alberto tan sorprendido como encantado, dijo:

Creo que el ascenso y la casa nueva podrán esperar algunos años.





Autor: Pedro Pablo Sacristán





Las medias de los flamencos

(Cuentos de la selva, 1918)

CIERTA VEZ LAS víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los peces. Los peces, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los peces estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.

Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de plátanos, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los peces les gritaban haciéndoles burla.

Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.

Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.

Y las más espléndidas de todas eran las víboras de que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, y negras, y bailaban como serpentinas Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.

Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia.

Un flamenco dijo entonces:

—Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.

Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.

—¡Tan-tan! —pegaron con las patas.

—¿Quién es? —respondió el almacenero.

—Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?

—No, no hay —contestó el almacenero—. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así. Los flamencos fueron entonces a otro almacén.

—¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?

El almacenero contestó:

—¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos. ¿Quiénes son?

—Somos los flamencos— respondieron ellos.

Y el hombre dijo:

—Entonces son con seguridad flamencos locos.

Fueron a otro almacén.

— ¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?

El almacenero gritó:

— ¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse en seguida!

Y el hombre los echó con la escoba.

Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.

Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:

—¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias así en ningún almacén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.

Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron:

—¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.

—¡Con mucho gusto! —Respondió la lechuza—. Esperen un segundo, y vuelvo en seguida.

Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros. recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado.

—Aquí están las medias —les dijo la lechuza—. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.

Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.

Cuando vieron a tos flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un Instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.

Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien.

Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de la víbora es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.

Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.

Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos y alumbraron bien las patas de! flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.

—¡No son medias!— gritaron las víboras—. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral

Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas y les mordían también las patas, para que murieran.

Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas, Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de medias, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile.

Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido eran venenosas.

Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.

Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.

A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.

Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los peces saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pececito se acerca demasiado a burlarse de ellos.



Autor: Horacio Quiroga







Quedé atrapado en un sótano

Una misteriosa noche de invierno llovía, cuando entré a mi sótano en busca de mi estufa, cada tano escuchaba ese goteo. De pronto sentí unos pasos que se escuchaban cada vez más fuertes, se cerró la puerta de golpe en ese momento me asusté.

Estuve horas atrapado cada vez que intentaba salir se sentía un pisotón en la puerta y al rato esa risa chillona. Luego de varios intentos me cansé, cuando vi que la manija se movía haciendo un chirrido espeluznante al mirar esa cara pálida, pelo largo castaño y ojos blancos como la nieve con esos dientes chuecos.

En ese momento grité de repente eso me tapo la boca y me golpeó, fue tan fuerte que me desmaye, desde ese momento no tengo nada claro solo esos ojos blancos…



Autor: Matías Brezina Borges


El  burrito inteligente

Había una vez en una aldea muy lejana, un burrito que soñaba con estudiar pero nadie le hacía caso. Sólo se burlaban de él cuando decía que quería ir a la escuela a aprender.

Tomás lloraba triste. Lo hacían trabajar sin descanso, arriando carretas, cargando pajas y labrando la tierra. Lo mantenían ocupado para que no pensara más tonterías. Tomás no entendía el por qué de tanta injusticia, por qué no le daban una oportunidad de demostrar que era inteligente.

Que tenía el mismo derecho que todos a de estudiar, pero su fama de tonto lo seguía a todos lados, así que decidió marcharse de allí. Tomás se alejó hasta no ver más su aldea, caminaba muy triste ya que ni sus padres lo apoyaban. Llegó al claro de un bosque y escuchó a uno chicos riendo jugaban de lo más alegres.

Tomás se acercó y los miró con asombro, ellos se dieron cuenta y lo saludaron cordialmente.

-Hola amiguito ¿Cómo estás? ¿Qué haces por acá?-preguntó Carlitos el osito.

-Yo estoy bien, un poco sorprendido de verlos acá ¿no deberías estar en la escuela?

-¿Quién eres nuestra madre ja ja? –rieron burlones.

- No pero yo daría cualquier cosa por estudiar y aprender y ustedes que si la tienen ¿la desaprovechan?

- ¿Tu estudiar? -se rió burlándose Luisito el tigrecito

- Pues si yo – dijo molesto.- estoy seguro que se arrepentirán algún día. Adiós.

Sintió rabia, pero mientras más se burlaban, más fuerza le daba para seguir adelante. No descansaría hasta encontrar a un profesor que de verdad lo aceptara en su clase y le diera una oportunidad.

Siguió caminando hasta casi anochecer. Llegó a una casita, tocó a la puerta y la señora tigresa atendió.

-Hola hijito ¿como estas, que deseas?

- Disculpe señora, no quisiera molestar, pero vengo de muy lejos, y estoy cansado y hambriento. Si me da algo para comer y un sitio donde dormir, le compensaré se trabajar muy duro.

-Claro que si no lo dudo, cariño pero los niños no son para trabajar duro sino para estudiar, jugar y aprender a obedecer a sus mayores. Para más tarde cuando sea grande, hay leyes que respetar en nuestra sociedad y eso le ayudara a ser buenas personas. ¿No te parece amiguito?- dijo sonriente la amable y dulce señora tigresa.

-Ya lo creo que sí, señora…

-Señora Amanda.

-Claro que si señora Amanda.

- Y dime mi linda criatura ¿qué haces tan solo por acá y lejos de casa y tus padres?

Tomás contó a la señora tigresa toda su historia mientras esta le servía un plato de frijoles y pan. Ella lo escuchó atentamente. Y finalmente hasta que éste terminó su relato ella suspiro y dijo triste:

-Qué historia más triste mi pequeño, ojala mi Luisito fuera como tu y le gustara estudiar así. Ven, te digo algo: desde ahora este será tu hogar, acá serás muy feliz y serás tratado como mereces. Hiciste bien en seguir tus sueños, nunca se debe renunciar a ellos, debes buscar dentro de tu corazón y que él te guié hasta tus sueños y luego a esforzarse muy duro para lograrlos. Sin embargo le escribiremos a tus padres y le diremos que estas bien, y en cuanto al trabajo colaborar un poco trabajando está bien eso, te crea responsabilidades. Ojala mi Luisito aprenda algo de ti.

Así fue como Tomás encontró un nuevo hogar. Pasó un tiempo allí ayudando a la señora tigresa a hacer los mandados, limpiar el huerto y otras hacer tareas. El señor tigre también estaba complacido con su estadía. Todos menos Luisito, a quien le molestaba que lo compararan con ese desconocido.

Sin embargo, Tomás siempre trataba de ayudarlo y hasta hacia sus tares y lo cubría en sus escapadas para no entristecer a su mamá. La señora tigresa le enseñó a leer, contar, sacar cuentas. Tomas estaba feliz, hasta que un día un coche se detuvo al frente de la casita de sus protectores. Bajaron el señor y la señora burro.

A Tomás se le detuvo el corazón mientras leía un libro que la señora Amanda le había prestado. Se acercaron a Tomás, mirándolo severamente sin decir una sola palabra, pero éste levantó la mirada desafiante. Nadie lo haría desistir. Estaba decidido a seguir adelante. Los señores tigres salieron a recibirlos.

- Siéntanse bienvenidos- dijeron.

-Así jovencito ¿qué tienes que decir a tu fuga de la casa?

-que si no lo hacía de esa manera no me hubiesen dejado ir

-Claro que no ¿Quién te dijo a ti que los burros nacieron para aprender?

-Pues no se si los burros nacieron o no para eso, pero yo si voy aprender. Es más, ya se leer y escribir, sacar cuentas y no me iré de aquí.- dijo molesto Tomás dio media vuelta y se alejó.

Su padre furioso se disponía a seguirlo y su esposa lo detuvo mirando a los señores tigres que los miraban sin decir nada. Más tarde, en la sala de estar, tomaban te y galletas. Amanda le contó todo a sus padres que finalmente entendieron, y permitieron que Tomás se quedara allí.

Así fue como este pequeño que no se dejó vencer por nada para lograr su sueño de estudiar y llegar a tener un título universitario, fue a la escuela. Estudio mucho y siguió su camino al ser mayor.

Consiguió un trabajo y estudió mucho más. Luisito, en cambio, sólo llego a duras penas a mitad de escuela y comenzó en trabajar en un taller mecánico su amigo oso se fue lejos y solo se supo que trabaja en una tienda de ropa, la mamá de tigrito acepto que no todos nacen para tener títulos universitarios, lo importante es que siempre luchemos por ser mejor cada día, y ser una mejor persona en nuestro mundo, y ser feliz con lo que realicemos.

Se lo que tu quieras ser pero con amor, y con libertad para ser cada día mejor en lo hagas… Burro se graduó con honores de médico, se casó, y sus padres se sentía orgulloso de él, Luisito se hizo su mejor amigo al igual que sus padres de los papás de Tomás.



Autora: Carmen María Rondón Misle



La brujita que no pudo sacar el carnet



Era una brujita

tan boba, tan boba,

que no conseguía

manejar la escoba.

Todos le decían:

-Tienes que aprender

o no podrás nunca

sacar el carnet.



Ahora, bien lo sabes,

ya no hay quien circule,

por tierra o por aire,

sin un requisito

tan indispensable.



Si tú no lo tienes,

no podrás volar!

Pues ¡menudas multas

ibas a pagar!

¡Ea! no es difícil.

Todo es practicar:



- Bueno... dijo ella

con resignación.

Agarró la escoba

se salió al balcón,

miró a todos lados

y arrancó el motor...



Pero era tan boba,

que, sin ton ni son,

de puro asustada,

dio un acelerón

y salió lanzada

contra un paredón.

Como no quería

darse un coscorrón,

frenó de repente...

y cayó en picado

dentro de una fuente:

se dio un remojón,

se hirió una rodilla,

sus largas narices

se hicieron papilla

y, como la escoba

salió hecha puré,

pues, la pobrecilla,

además de chata

se quedó de a pie.



Ya no intentó nunca

sacar el carnet.

Se quitó de bruja

y se puso a hacer

labores de aguja.


 Ángela Figuera Aymerich



Hagamos un trato (Mario Benedetti)

Compañera

usted sabe

puede contar

conmigo

no hasta dos

o hasta diez

sino contar

conmigo



si alguna vez

advierte

que la miro a los ojos

y una veta de amor

reconoce en los míos

no alerte sus fusiles

ni piense qué delirio

a pesar de la veta

o tal vez porque existe

usted puede contar

conmigo



si otras veces

me encuentra

huraño sin motivo

no piense qué flojera

igual puede contar

conmigo



pero hagamos un trato

yo quisiera contar

con usted



es tan lindo

saber que usted existe

uno se siente vivo

y cuando digo esto

quiero decir contar

aunque sea hasta dos

aunque sea hasta cinco

no ya para que acuda

presurosa en mi auxilio

sino para saber

a ciencia cierta

que usted sabe que puede

contar conmigo.

Los cinco (Amado Nervo)



Este es el dedo chiquito

y bonito: al lado de él

se encuentra el señor de anillos;

luego, el mayor de los tres.



Este es el que todo prueba,

y sobre todo la miel.

-¿Y éste más gordo del todo?

-Este, el matapulgas, es.





Escuela (Federico García Lorca)



MAESTRO

¿Qué doncella se casa

con el viento?



NIÑO

La doncella de todos

los deseos.



MAESTRO

¿Qué le regala

el viento?



NIÑO

Remolinos de oro

y mapas superpuestos.



MAESTRO

Ella ¿le ofrece algo?



NIÑO

Su corazón abierto.



MAESTRO

Decid cómo se llama.



NIÑO

Su nombre es un secreto.



La ventana del colegio tiene una cortina de luceros.







Poema 20 (Pablo Neruda)

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.



Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,

y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»



El viento de la noche gira en el cielo y canta.



Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.



En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.



Ella me quiso, a veces yo también la quería.

Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.



Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.



Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.



Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.

La noche está estrellada y ella no está conmigo.



Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.



Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.



La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.



Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.



De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.

Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.



Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.



Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,

Mi alma no se contenta con haberla perdido.



Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,

y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.


La poesía (Juan Berbel)



Yo cogí a la Poesía de la mano, y la hice entrar en mi escuela.

Aquí -le dije- andarás como en tu propia casa. Nada te ha de faltar. Ni candela, pues un lucero arde siempre entre nosotros; ni flores -tú que tanto las amas-, ni corazón, ni un laúd de luna y de fe para tus canciones...

Y la hice entrar en mi escuela.

Y ya todo se llenó de su gracia sin palabras, de su celeste aliento creador...

Alguien, incomprensivo, murmuraba:

-¿Pero qué dicen a esto los poetas, desde sus . torres de marfil?.. Y los juglares, ¿qué hacen, cruzados de brazos?.. ¿Adónde vamos a parar?..


Geografía (Celia Viñas)



Pintaba un mapa mi niño,

¡qué color azul de mar!,

¡qué verde tierno en los valles!,

¡qué montes color de pan!

Pintaba un mapa mi niño

de un país... yo no sé cuál.

Vio que el mar era muy grande

y casi se echó a llorar;

¡oh los pobres marineros

sin un puerto do arribar!

Días y días y días,

sin ver color terrenal,

azules serán sus ojos

de tanto mirar el mar.

y si sopla el viento cruel,

sus labios llenos de sal

besarán las frías olas,

naufragio en la soledad.

Si llegan a pisar tierra,

de andar no se acordarán,

como patos caminando

se burlará la ciudad.

Pero mi niño ahora es bueno

y se pone a dibujar

un collar de islas pequeñas

que ahora acaba de crear.

¡ ya podrán los marineros .

en las islas descansar!

Pintaba un mapa mi niño

de un país, yo no sé cuál!.





Cuentos y poemas. Antología Lucía Tabarez 2° B






1) Autor: Juan Ramón Jiménez.

 Llueve sobre el campo verde.



Llueve sobre el campo verde...

¡Qué paz! El agua se abre

y la hierba de noviembre

es de pálidos diamantes.

Se apaga el sol; de la choza

de la huerta se ve el valle

más verde, más oloroso,

más idílico que antes.

Llueve; los álamos blancos

se ennegrecen; los pinares

se alejan; todo está gris

melancólico y fragante.

Y en el ocaso doliente

surgen vagas claridades

malvas, rosas, amarillas,

de sedas y de cristales...

¡Oh la lluvia sobre el campo

verde! ¡Qué paz! En el aire

vienen aromas mojados

de violetas otoñales.



2) Autor: Idea Vilariño.

Grillita y Grillín.


Grillita y Grillín se van a casar.

Está su casita pequeña y bonita

Detrás del trigal.

¡Pequeña y bonita

Detrás del trigal!

Grillín canta allí

Con voz de cristal.

Grillita lo escucha

Sonriendo y a prisa

se viste de azahar

Sonriendo y a prisa

Se viste de azahar.

Grillita y Grillín

Alegres están

Porque entre los trigos

En fiesta de luna

¡En fiesta de luna!

Se van a casar

¡En fiesta de luna!

Se van a casar.



3) Autor: Carmen Conde.

Caricia.


Madre, madre, tú me besas,

pero yo te beso más,

y el enjambre de mis besos

no te deja ni mirar...

Si la abeja se entra al lirio,

no se siente su aletear.

Cuando escondes a tu hijito

ni se le oye respirar...

Yo te miro, yo te miro

sin cansarme de mirar,

y qué lindo niño veo

a tus ojos asomar...

El estanque copia todo

lo que tú mirando estás;

pero tú en las niñas tienes

a tu hijo y nada más.

Los ojitos que me diste

me los tengo que gastar

en seguirte por los valles,

por el cielo y por el mar...



4) Autor: Mario Benedetti.

Chau pesimismo.



Ya sos mayor de edad

tengo que despedirte

pesimismo



años que te preparo el desayuno

que vigilo tu tos de mal agüero

y te tomo la fiebre

que trato de narrarte pormenores

del pasado mediato

convencerte de que en el fondo somos

gallardos y leales

y también que al mal tiempo buena cara



pero como si nada

seguís malhumorado arisco e insociable

y te repantigas en la avería

como si fuese una butaca pulman



se te ve la fruición por el malogro

tu viejo idilio con la mala sombra

tu manía de orar junto a las ruinas

tu goce ante el desastre inesperado



claro que voy a despedirte

no sé por qué no lo hice antes

será porque tenés tu propio método

de hacerte necesario

y a uno lo deja triste tu tristeza

amargo tu amargura

alarmista tu alarma



ya sé vas a decirme no hay motivos

para la euforia y las celebraciones

y claro cuando no tenés razón



pero es tan boba tu razón tan obvia

tan remendada y remedada

tan igualita al pálpito

que enseguida se vuelve sinrazón



ya sos mayor de edad

chau pesimismo



y por favor andate despacito

sin despertar al monstruo



5) Autor: Anónimo.

Carta abierta a los hijos.

No puedo darte soluciones para todos los problemas de la vida, ni tengo respuestas para tus dudas o temores, pero puedo escucharte y buscarlas junto a ti.



No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro.

Pero cuando me necesites, estaré allí.



No puedo evitar que tropieces.

Solamente puedo ofrecerte mi mano para que te sujetes y no caigas.



Tus alegrías, tu triunfo y tus éxitos no son míos.

Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.



No juzgo las decisiones que tomas en la vida.

Me limito a apoyarte, a estimularte y a ayudarte si me lo pides.



No puedo impedir que te alejes de mí.

Pero si puedo desearte lo mejor y esperar a que vuelvas.



No puedo trazarte límites dentro de los cuales debas actuar, pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.



No puedo evitar tus sufrimientos cuando alguna pena te parte el corazón, pero puedo llorar contigo y recoger los pedazos para armarlo de nuevo.



No puedo decirte quién eres ni quién deberías ser.

Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.



En estos días ore por ti...

En estos días me puse a recordar a mis amistades más preciosas.



Soy una persona feliz: tengo más amigos de lo que imaginaba.



Eso es lo que ellos me dicen, me lo demuestran.



Es lo que siento por todos ellos.



Veo el brillo en sus ojos, la sonrisa espontánea

y la alegría que sienten al verme.



Y yo también siento paz y alegría cuando los veo

y cuando hablamos, sea en la alegría o sea en la serenidad, en estos días pensé en mis amigos y amigas

y, entre ellos, apareciste tú.



No estabas arriba, ni abajo ni en medio.



No encabezabas ni concluías la lista.



No eras el número uno ni el número final.



Lo que sé es que te destacabas por alguna cualidad

que transmitías y con la cual desde hace tiempo

se ennoblece mi vida.



Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero,

el segundo o el tercero de tu lista.

Basta que me quieras como amigo.



Entonces entendí que realmente somos amigos.



Hice lo que todo amigo: Ore...

y le agradecí a Dios que me haya dado la oportunidad

de tener un amigo como tú.

Era una oración de gratitud: Tú has dado valor a mi vida.










Cuentos.

Cuento: La gota de agua.

Autor: Pedro Pablo Sacristán.

Había una vez una jarra de agua fresca y cristalina, en la que todas las gotas de agua se sentían orgullosas de ser tan transparentes, y día tras día se felicitaban unas a otras por su limpieza y belleza.

Hasta que un día, una de aquellas gotas decidió que se aburría de su limpia existencia, y que quería probar a ser una gota sucia. Las demás trataron de desanimarla, pero ella insistió. Sin apenas darse cuenta, en cuanto la gota se volvió sucia ensució a todas las gotas de su alrededor, que a su vez hicieron lo mismo con sus vecinas, y en un instante, todo el agua en la jarra se ensució.

Las gotas trataron de limpiarse, sin éxito. Hicieron de todo, pero era imposible terminar de sacudirse la suciedad. Finalmente, mucho tiempo después, la jarra acabó en una fuente, y sólo cuando volvió a entrar mucha agua limpia, las gotas recuperaron su transparencia y belleza iniciales. Ahora todas saben que si quieren ser unas gotas limpias, todas y cada una deben serlo siempre, aunque les cueste, porque arreglar lo malo de una sola gota cuesta muchísimo trabajo

Lo mismo pasa con todos nuestros amigos, si queremos ser una jarra de agua limpia, todos tendremos que ser gotas limpias, y además no debemos ser las gotas sucias que lo estropean todo. Y tú, ¿qué eres? ¿Una gota limpia?



Cuento: El saco de pulgas.

Autor: Pedro Pablo Sacristán.

Cuenta la leyenda, que el brujo Perrón y el mago Chuchin tenían una de las mejores colecciones de pulgas del mundo, las más listas, saltarinas y fuertes, utilísimas para cualquier hechizo. Llevaban siempre no menos de mil pulgas cada uno, bien guardadas en sus rarísimos sacos de cristal, para que todos pudieran apreciar sus cualidades.

En cierta ocasión, el brujo y el mago coincidieron en un bosque, y entre charlas y bromas, se hizo tan tarde que tuvieron que acampar allí mismo.

Mientras dormían, el mago Chuchín estornudó tan fuerte y mágicamente, que miles de ardientes chispitas escaparon de su nariz, con tan mala fortuna que una de ellas llegó a incendiar las hojas sobre las que brujo y mago habían dejado sus pulgas. Como los hechiceros seguían dormidos y el fuego se iba extendiendo, las pulgas comenzaron a ponerse nerviosas. Todas eras tremendamente listas y fuertes, así que cada una encontró una forma de escapar del fuego, y saltaba con fuerza para conseguirlo. Sin embargo, como saltaban en direcciones distintas, los sacos seguían en su sitio y el fuego amenazaba con acabar con todas ellas.

Entonces, una de las pulgas del mago vio a todas las pulgas del brujo saltando en su saco sin ningún control, y se dio cuenta de que nunca se salvarían así. Y dejando de saltar, reunió a un grupito de pulgas y las convenció para saltar todas juntas. Como no conseguían ponerse de acuerdo hacia dónde saltar, la pulga les propuso saltar una vez adelante y otra atrás.

El grupito empezó a saltar conjuntamente, y el resto de pulgas de su mismo saco no tardó en comprender que saltando todas juntas sería más fácil escapar del fuego, así que al poco rato todas las pulgas saltaban adelante y atrás, adelante y atrás. Las pulgas del saco del brujo, al verlo, hicieron lo mismo, y tuvieron tanta suerte, y balancearon tanto los sacos de cristal que llegaron a chocar uno contra otro y se rompieron en mil pedazos, dejando a las pulgas libres para ir donde quisieran. Cuando el fuego llegó a despertar a los hechiceros, ya era demasiado tarde, y aunque pudieron apagar el incendio sin problemas, todas las pulgas habían conseguido escapar.

Y nunca más se volvió a saber nada de aquellas excepcionales pulgas, aunque hay quien dice que aún hoy siguen trabajando en equipo para sobrevivir a los peligros de bosque.







Cuento: LOS TRES PRÍNCIPES Y LA PLUMA DE LA PAZ

Autores: niños de entre 9 y 12 años de edad a través de una página de internet.

Había una vez un Rey que tenía tres hijos. Era un Rey muy malo porque tenía planes malvados. Un día un hijo suyo lo descubrió e intentó detenerlo y entonces el Rey mandó que lo introdujeran en un pudridero. Otro hijo fue a rescatar a su hermano pero lo descubrieron, entonces él también fue atrapado. El Rey se sentía angustiado por lo que había hecho con sus hijos y ordenó a sus caballeros que los sacaran.

Los meses pasaron, el Rey enfermó y al poco tiempo falleció. Antes de que esto sucediera, dejó una nota informando a sus hijos, que rey sería aquel que ganara una competencia de valentía. La competencia consistía en luchar contra el Dragón de la Montaña Roja. Los tres hermanos aceptaron el desafío y partieron hacia allá.

El camino era largo y espantoso porque siempre era de noche y nunca se veía el sol. El Dragón de la Montaña Roja era un enorme animal con cuerpo de serpiente, cola de león, patas de caballo y alas de águila. Su cola era un arma terrible. Podía volar y echar fuego por la boca. Al llegar al pie de la montaña los tres hermanos decidieron llevar a cabo el desafío haciéndolo cada uno por su lado. Entonces llegaron a un acuerdo y por sorteo le tocó al hermano menor ir primero a intentarlo.

Cuando el hermano pequeño llegó al pie de la montaña, descubrió que había una entrada secreta, en forma de cueva, que estaba tapada por el boscaje, decidió entrar y lo que vio fue un monstruo fuerte y feo que le atacó sin piedad, pero el apuesto Príncipe se defendió y lo mató con su espada.

Pero cuando el Príncipe se dio la vuelta victorioso y dispuesto a salir de la cueva para contarle a sus hermanos su triunfo un terrible sonido le dejó inmovilizado de terror, un viento helado surgió de su espalda y aunque le dieron ganas de salir corriendo, la curiosidad le venció y volvió su rostro hacia atrás y cuál fue su sorpresa, que al girarse, se encontró con un niño. El Príncipe le preguntó cómo había llegado hasta la cueva, y el niño respondió que había sido hechizado por una bruja malvada, encerrándolo en el corazón del monstruo y que al derrotarle había quedado liberado del hechizo y así los dos juntos salieron de la cueva dando saltos de alegría.

Fueron corriendo a contárselo a los otros dos Príncipes, y los cuatro se alegraron mucho de verse. El Príncipe más pequeño les contó a sus hermanos lo que había pasado. Los otros dos hermanos se quedaron muy sorprendidos y le preguntaron al niño: « ¡es verdad eso! y ¿por qué te hechizaron?» y el niño contestó: «porque yo era el Príncipe de Francia y quería casarme con la Princesa de Italia». Esas palabras extrañaron a todos y pronto se dieron cuenta de que el niño hablaba con acertijos, por lo que su felicidad no podía ser completa, por eso decidieron enviarlo a su castillo para que descansara y pudiera recuperarse de la terrible experiencia que había vivido.

Cuando los tres Príncipes se quedaron solos se abrazaron y cada uno se marchó por un camino diferente hacia la cima de la Montaña Roja donde vivía el Dragón contra el que tenían que luchar, pero de pronto sopló un viento muy fuerte, el cual hizo que los tres Príncipes se encontraran con el Dragón, que era más grande que un castillo de un millón de pisos. Los tres se aterrorizaron y se marcharon corriendo. Pero a mitad de camino, los tres Príncipes se dieron la vuelta y demostrando su valentía se dispusieron a luchar contra el Dragón y tras una intensa pelea consiguieron vencerle. Al cabo de unos instantes el Dragón se fue transformando lentamente en un anciano que les dijo que había sido hechizado por un malvado Rey, que a su vez era un temible brujo, y este brujo era el padre de los tres Príncipes.

Entonces los Príncipes al conocer la noticia quedaron decepcionados. La maldad de su padre había quedado sembrada por todo el reino y ellos no querían heredar nada que estuviese relacionado con el Rey (su padre). Renunciaron al reino y disfrazándose de simples campesinos emprendieron camino hacia un lejano lugar.

Viajaron hasta llegar a una tierra desconocida lejos de la maldad de su padre. Los tres hermanos sufrieron mucho pues estaban acostumbrados a la vida lujosa del palacio y el campo era algo muy diferente. Por días enteros, sufrieron hambres y miserias hasta que un día su suerte cambió, encontraron un Ave Fénix que les dijo que si rozaban a cada niño que naciera con una de sus plumas, lograrían encontrar la paz que tanto ansiaban. Entusiasmados con la idea los tres hermanos celebraron su dicha dándose abrazos y emitiendo pequeños gritos. El menor de los Príncipes tomó la pluma que el Fénix le ofrecía. Al tocarla una sensación cálida nació en la punta de sus dedos, la cual le protegió del frío. Sus hermanos le imitaron y juntos partieron rumbo a la aventura. Pero al cabo de un rato, un cuervo les robó la pluma y se la llevó a la montaña donde habitaba, un alejado lugar donde moraban pájaros gigantescos, animales tan antiguos como el principio de la Tierra. El cuervo escondió la pluma en su nido, donde sus crías esperaban desde hacía tiempo el calor suficiente para salir de su cáscara y la pluma se lo proporcionó. Cuando nacieron fue inevitable que rozaran la pluma del Ave Fénix, lo que provocó en los Príncipes un gran desasosiego, ya que las crías del cuervo eran tan malas como él, pero sucedió que cuando las crías del cuervo rozaron la pluma murieron todas porque la pluma del Ave Fénix podía vencer la maldad.

Pero todas no eran crías de cuervo; también había en el nido un huevo de paloma y con el calor que le proporcionó la pluma nació una preciosa y blanca paloma, símbolo de la paz, que ayudaría a los Príncipes a llevar en el pico la pluma del Ave Fénix por todas partes del mundo, rozando con ella a todos los niños recién nacidos. Así se fue extendiendo la paz por la tierra que, poco a poco, se fue transformando en un lugar lleno de paz, armonía y felicidad. Y así los tres príncipes volvieron a su reino dónde vivieron los tres, juntos, felices y contentos. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.



Cuento: La abuela loca.

Autora: María García Borrego.

Mi abuela está loca. Tiene el pelo largo, teñido de rosa chicle, siempre está inventando canciones y bailando, le da lo mismo que sea una canción de los "Rolling", de "El Fari" o lo último de los "cuarenta". Le encantan los ordenadores, que maneja a la perfección. Su buzón de Internet está permanentemente plagado de mensajes de personas de todos los países y de todas las edades, amigos que ha ido encontrando en sus múltiples incursiones por el mundo cibernético. Ella siempre dice que el progreso nos llevará a los jóvenes por el camino de la paz. En este mundo, que nos pintan gris, que nos filman destruido, ella dice que nosotros, los niños del 2000, tenemos en nuestras manos el planeta y no debemos permitir que los adultos nos lo dejen hecho una marranada.

Mi abuela piensa también que los animales son más racionales que los hombres y por ello quiere que miremos al mundo animal y lo imitemos en sus comportamientos, que nos metamos en el mar y nademos como los delfines, que seamos tan leales como los perros, tan independientes como los gatos, que cantemos como los pájaros, que defendamos a nuestros hijos como los leones, que descansemos como los osos cuando estemos cansados y corramos como los conejos cuando tengamos ganas de sentirnos libres, que trabajemos como las hormigas en grupo, que saltemos como los canguros para intentar coger las estrellas, que nos subamos a los árboles y nos colguemos boca abajo como el oso perezoso para así, ver las cosas desde otra perspectiva. Que nos adaptemos a nuestro hábitat y, como además somos inteligentes, que intentemos cambiarlo para poder vivir mejor.

Para ello nos propone reír siempre que estemos contentos para hacer felices a los que nos rodean y llorar a moco tendido cuando tengamos un mal momento, sin ningún complejo, porque las lágrimas te limpian el alma y un alma limpia es el mejor remedio contra la tristeza y el mejor aliado de la paz.

Mi abuela está chiflada se viste con zapatos de suplemento, sus colores preferidos los saca del arco iris y se los pone para alegrar la ciudad, siempre tan sucia y siempre tan oscura. No usa bolsos, prefiere las mochilas que le permiten moverse con libertad mientras pasea por las calles bailando como la niña que aún sigue siendo, mientras tararea alguna cancioncilla de su propia cosecha.

Mi querida abuela me anima para que estudie y para que aprenda todo lo que puedan enseñarme, dice que la sabiduría no se puede imponer, que tiene que adquirirse con el paso de los años, que son los ancianos los que están más cerca de la muerte de los que tenemos que aprender a vivir, porque ellos han conseguido llegar a la vejez y hoy en día llegar a viejo ha dejado de ser el propósito de los más jóvenes que creemos que es mejor morir antes de tener arrugas, sin darnos cuenta que eso es un síntoma de cobardía y no de rebeldía...

Ojalá algún día pudiera ser como mi abuela.



Cuento: La elefanta que quería ser Jirafa.

Autora: Selene Ailín Sione (13 años)

Había una vez una elefanta que vivía feliz en su pueblo. Un día, mirando la televisión quedó fascinada con el Gran Desfile «Jirafa`s Moda Show», con las mejores modelos de Jirafancho Dottof y Roberto Jirofandio.

- ¡Cómo me gustaría ser una famosa modelo! -decía la elefanta sin dejar de mirar el Show-.

Entonces se puso a pensar, ya que no podía sacarse esa idea de la cabeza. Pensó y pensó durante un largo rato, hasta que por fin se le ocurrió una gran idea, hacer una dieta.

Y desde ese día empezó a comer cada vez menos. Al principio iba todo bien tal cual lo había planeado… ¡si hasta se notaba más flaca al mirarse al espejo! Pero el problema era que para hacer semejante sacrificio, tuvo que alejarse de sus amigos elefantes, porque éstos comían todo el tiempo y ella no podía resistir la tentación.

Así fue como empezó a quedarse sola, ya que sus amigos, cansados de que nunca quisiera salir con ellos, dejaron de invitarla.

- ¡Esto de ser flaca sí que cuesta mucho! –Pensaba tristemente la elefanta-.

Pasó el tiempo, y después de muchos sacrificios, logró por fin estar mucho más flaca, pero también estaba ojerosa, un poco débil y mucho más fea, ya que un elefante flaco nunca puede ser muy lindo.

Sus vecinos del barrio la miraban extrañados… es que empezaba a verse muy diferente al lado de los de su especie, y esto llamaba mucho la atención.

Fue entonces que la elefanta pensó que ya nada tenía que hacer al lado de sus gordos amigos, y decidió irse a vivir a Jiraflandia, la ciudad de las jirafas, donde creía que ya estaba lista para convertirse en una Súper Modelo.

¡Pero qué desilusión que se llevó! ¡Todas las jirafas la miraban como a una extraña! y nadie aceptó incluirla en sus desfiles.

Es que para ser delgada como una jirafa, aún seguía siendo muy gorda, y para ser una verdadera elefanta… ¡estaba demasiado flaca!

Ahora se sentía peor que nunca, porque no sabía cuál era su verdadero lugar, bueno, en realidad sí lo sabía, pero no estaba muy segura de querer aceptarlo.

Finalmente, después de mucho pensar, se dio cuenta de que lo que quería lograr era imposible, porque era como pedirle a una jirafa que sea tan gorda como un elefante… ¡eso nunca sería posible! Y aunque lo fuera ¿se imaginan lo fea que quedaría?

- Cada uno es como es -reflexionó la elefanta- Lástima que no lo pensé antes de arruinar tantos meses de mi vida intentando ser otra, haciendo terribles sacrificios para convertirme en una modelo famosa, como esas altas y delgadas jirafas. Si era tan feliz antes, estaba rodeada de amigos, y todos me querían como era… ¿para qué cambiar mi imagen? Si cada ser es único e irrepetible, ¿para qué quiero parecerme tanto a alguien que no soy? –Sollozaba tristemente- Ahora estoy sola, triste, y arrepentida de todo lo que hice.

Y así fue que decidió volver a su pueblo, junto a sus vecinos y amigos, y pedirles perdón, porque últimamente no los había tratado nada bien.

Todos allí la perdonaron, y le organizaron una fiesta de Bienvenida, donde no faltaron tortas, pasteles, y muchas cosas ricas.

La elefanta, que ya estaba cansada de pasar hambre, comió de todo y se sintió muy contenta de volver a ser una elefanta «normal».

Y desde ese día ya no quiso parecerse más a nadie, sólo quiso ser ella misma… ¡Y así sí que vivió feliz!



Texto, Lotman, Bernárdez.

CARACTERIZAMOS “TEXTO”

“Formación semiótica singular, cerrada en sí, dotada de un significado y de una función íntegra y no descomponible” Yuri Lotan, en “Análisis del discurso”, Lozano,Peña, Abril.




LA NOCIÓN DE TEXTO
Texto es la unidad lingüística comunicativa fundamental, producto de la actividad verbal humana, que posee siempre carácter social; está caracterizado por su cierra semántico y comunicativo, así como por su coherencia profunda y superficial, debida a la intención (comunicativa) del hablante de crear un texto íntegro, y a su estructuración mediante dos conjuntos de reglas: las propias del nivel textual y las del sistema de la lengua. (Enrique Bernárdez)

Para que un texto sea percibido como una unidad de significado por un usuario competente, debe reunir tres características: adecuación, coherencia, cohesión.
Un texto, para ser eficaz, debe ser adecuado al interlocutor, al contexto y a la intención comunicativa. (Con frecuencia se olvidan las tres preguntas claves que debería hacerse cualquier persona antes de pasar a la acción de escribir.)

a) aquella unidad lingüística sigue las reglas del sistema

b)comunicativa creado por y para la interac-
ción; y fruto de una determi-
nada intención.

c)cuya interpretación y producción dónde y entre quienes se ha
depende del contexto sociocultural producido
y situacional.












Para que un texto sea percibido como una unidad de significado por un usuario competente, debe reunir tres características: adecuación, coherencia, cohesión.
Un texto, para ser eficaz, debe ser adecuado al interlocutor, al contexto y a la intención comunicativa. (Con frecuencia se olvidan las tres preguntas claves que debería hacerse cualquier persona antes de pasar a la acción de escribir.)

a) ¿a quién me dirijo?, ¿quién me va a leer?, ¿qué puede saber?, ¿qué puede no saber?
b) ¿en qué situación social escribo?
c) ¿qué finalidad percibo?, ¿qué “tipo” de texto se espera que use?

Cuentos y poemas. Antología Fabiana Cabrera 2 ° B

LOS SUEÑOS El hada más hermosa ha sonreído al ver la lumbre de una estrella pálida, que en hilo suave, blanco y silencioso se enrosca al huso de su rubia hermana. Y vuelve a sonreír porque en su rueca el hilo de los campos se enmaraña. Tras la tenue cortina de la alcoba está el jardín envuelto en luz dorada. La cuna, casi en sombra. El niño duerme. Dos hadas laboriosas lo acompañan, hilando de los sueños los sutiles copos en ruecas de marfil y plata. Autor: Antonio Machado LA PRIMAVERA BESABA... La primavera besaba suavemente la arboleda, y el verde nuevo brotaba como una verde humareda. Las nubes iban pasando sobre el campo juvenil... Yo vi en las hojas temblando las frescas lluvias de abril. Bajo ese almendro florido, todo cargado de flor -recordé-, yo he maldecido mi juventud sin amor. Hoy en mitad de la vida, me he parado a meditar... ¡Juventud nunca vivida, quién te volviera a soñar! Autor del poema: Antonio Machado Semilla Semillita, semillita, que en la tierra se cayó y dormidita, dormidita en seguida se quedó. ¿Dónde está la dormilona? un pequeño preguntó y las nubes respondieron: una planta ya nació. Semillita, semillita, que recibiste calor para dar una plantita, muchas hojas y una flor. Autora: Haydé G. de Guacci Mi reloj Tic-tac, tic- tac suena suena ese reloj tic- tac, tic- tac suena suena sin parar. A las ocho me levanto tic-tac, tic- tac, a las nueve entro en el cole y me pongo a trabajar. Tic –tac, tic –tac ya salimos al recreo… ¡Vamos todos a jugar! Tic- tac, tic- tac las agujas andan, corren y yo las veo girar corriendo por el reloj hasta que llega la noche tic- tac, tic- tac hasta que llega la noche y me tengo que acostar. María A. Domínguez Las Letras Bailonas Si digo la a, ¡me pongo a saltar! Si digo la e ¡bailo al revés! Si aprendo la i ¡me quito de aquí! Si digo la o, ¡me doy un revolcón! Y si aprendo la u, ¡lo que quieras tú! María A. Domínguez EL BOSQUE ENCANTADO Por: Vanessa García Había una vez, un bosque bellísimo, con muchos árboles y flores de todos colores que alegraban la vista a todos los chicos que pasaban por ahí. Todas las tardes, los animalitos del bosque se reunían para jugar. Los conejos, hacían una carrera entre ellos para ver quién llegaba a la meta. Las hormiguitas hacían una enorme fila para ir a su hormiguero. Los coloridos pájaros y las brillantes mariposas se posaban en los arbustos. Todo era paz y tranquilidad. Hasta que... Un día, los animalitos escucharon ruidos, pasos extraños y se asustaron muchísimo, porque la tierra empezaba a temblar. De pronto, en el bosque apareció un brujo muy feo y malo, encorvado y viejo, que vivía en una casa abandonada, era muy solitario, por eso no tenía ni familiares ni amigos, tenía la cara triste y angustiada, no quería que nadie fuera felíz, por eso... Cuando escuchó la risa de los niños y el canto de los pájaros, se enfureció de tal manera que grito muy fuerte y fue corriendo en busca de ellos. Rápidamente, tocó con su varita mágica al árbol, y este, después de varios minutos, empezó a dejar caer sus hojas y luego a perder su color verde pino. Lo mismo hizo con las flores, el césped, los animales y los niños. Después de hacer su gran y terrible maldad, se fue riendo, y mientras lo hacía repetía: - ¡Nadie tendrá vida mientras yo viva! Pasaron varios años desde que nadie pisaba ese oscuro y espantoso lugar, hasta que una paloma llegó volando y cantando alegremente, pero se asombró muchísimo al ver ese bosque, que alguna vez había sido hermoso, lleno de niños que iban y venían, convertido en un espeluznante bosque. - ¿Qué pasó aquí?... Todos perdieron su color y movimiento... Está muy tenebroso ¡Cómo si fuera de noche!... Tengo que hacer algo para que éste bosque vuelva a hacer el de antes, con su color, brillo y vida... A ver, ¿Qué puedo hacer? y después de meditar un rato dijo: ¡Ya sé! La paloma se posó en la rama seca de un árbol, que como por arte de magia, empezó a recobrar su color natural y a moverse muy lentamente. Después se apoyó en el lomo del conejo y empezaron a levantarse sus suaves orejas y, poco a poco, pudo notarse su brillante color gris claro. Y así fue como a todos los habitantes del bosque les fue devolviendo la vida. Los chicos volvieron a jugar y a reír otra vez, ellos junto a los animalitos les dieron las gracias a la paloma, pues, fue por ella que volvieron a la vida. La palomita, estaba muy feliz y se fue cantando. ¡Y vino el viento y se llevó al brujo y al cuento! http://pacomova.eresmas.net/paginas/B/bosque_encantado.htm El burrito descontento Érase que se era un día de invierno muy crudo. En el campo nevaba copiosamente, y dentro de una casa de labor, en su establo, había un Burrito que miraba a través del cristal de la ventana. Junto a él tenía el pesebre cubierto de paja seca. - Paja seca! - se decía el Burrito, despreciándola. Vaya una cosa que me pone mi amo! Ay, cuándo se acabará el invierno y llegará la primavera, para poder comer hierba fresca y jugosa de la que crece por todas partes, en prado y junto al camino! Así suspirando el Burrito de nuestro cuento, fue llegando la primavera, y con la ansiada estación creció hermosa hierba verde en gran abundancia. El Burrito se puso muy contento; pero, sin embargo, le duró muy poco tiempo esta alegría. El campesino segó la hierba y luego la cargó a lomos del Burrito y la llevó a casa. Y luego volvió y la cargó nuevamente. Y otra vez. Y otra. De manera que al Burrito ya no le agradaba la primavera, a pesar de lo alegre que era y de su hierva verde. Ay, cuándo llegará el verano, para no tener que cargar tanta hierba del prado! Vino el verano; mas no por hacer mucho calor mejoró la suerte del animal. Porque su amo le sacaba al campo y le cargaba con mieses y con todos los productos cosechados en sus huertos. El Burrito descontento sudaba la gota gorda, porque tenía que trabajar bajo los ardores del Sol. - Ay, qué ganas tengo de que llegue el otoño! Así dejaré de cargar haces de paja, y tampoco tendré que llevar sacos de trigo al molino para que allí hagan harina. Así se lamentaba el descontento, y ésta era la única esperanza que le quedaba, porque ni en primavera ni en verano había mejorado su situación. Pasó el tiempo... Llegó el otoño. Pero, qué ocurrió? El criado sacaba del establo al Burrito cada día y le ponía la albarda. - Arre, arre! En la huerta nos están esperando muchos cestos de fruta para llevar a la bodega. El Burrito iba y venía de casa a la huerta y de la huerta a la casa, y en tanto que caminaba en silencio, reflexionaba que no había mejorado su condición con el cambio de estaciones. El Burrito se veía cargado con manzanas, con patatas, con mil suministros para la casa. Aquella tarde le habían cargado con un gran acopio de leña, y el animal, caminando hacia la casa, iba razonando a su manera: - Si nada me gustó la primavera, menos aún me agrado el verano, y el otoño tampoco me parece cosa buena, Oh, que ganas tengo de que llegue el invierno! Ya sé que entonces no tendré la jugosa hierba que con tanto afán deseaba. Pero, al menos, podré descasar cuanto me apetezca. Bienvenido sea el invierno! Tendré en el pesebre solamente paja seca, pero la comeré con el mayor contento. Y cuando por fin, llegó el invierno, el Burrito fue muy feliz. Vivía descansado en su cómodo establo, y, acordándose de las anteriores penalidades, comía con buena gana la paja que le ponían en el pesebre. Ya no tenía las ambiciones que entristecieron su vida anterior. Ahora contemplaba desde su caliente establo el caer de los copos de nieve, y al Burrito descontento (que ya no lo era) se le ocurrió este pensamiento, que todos nosotros debemos recordar siempre, y así iremos caminando satisfechos por los senderos de la vida: Contentarnos con nuestra suerte es el secreto de la felicidad. Fin http://www.pequelandia.org/cuentos/desiempre/burrito/ El conejito ingenioso Periquín tenía su linda casita junto al camino. Periquín era un conejito de blanco peluche, a quien le gustaba salir a tomar el sol junto al pozo que había muy cerca de su casita. Solía sentarse sobre el brocal del pozo y allí estiraba las orejitas, lleno de satisfacción. Qué bien se vivía en aquel rinconcito, donde nadie venía a perturbar la paz que disfrutaba Periquín! Pero un día apareció el Lobo ladrón, que venía derecho al pozo. Nuestro conejito se puso a temblar. Luego, se le ocurrió echar a correr y encerrarse en la casita antes de que llegara el enemigo: pero no tenía tiempo! Era necesario inventar algún ardid para engañar al ladrón, pues, de lo contrario, lo pasaría mal. Periquín sabía que el Lobo, si no encontraba dinero que quitar a sus víctimas, castigaba a éstas dándoles una gran paliza. Ya para entonces llegaba a su lado el Lobo ladrón y le apuntaba con su espantable trabuco, ordenándole: - Ponga las manos arriba señor conejo, y suelte ahora mismo la bolsa, si no quiere que le sople en las costillas con un bastón de nudos. - Ay, qué disgusto tengo, querido Lobo! -se lamentó Periquín, haciendo como que no había oído las amenazas del ladrón- Ay, mi jarrón de plata...! - De plata...? Qué dices? -inquirió el Lobo. Sí amigo Lobo, de plata. Un jarrón de plata maciza, que lo menos que vale es un dineral. Me lo dejó en herencia mi abuela, y ya ves! Con mi jarrón era rico; pero ahora soy más pobre que las ratas. Se me ha caído al pozo y no puedo recuperarlo! Ay, infeliz de mí! -suspiraba el conejillo. - Estás seguro de que es de plata? De plata maciza? -preguntó, lleno de codicia, el ladrón - Como que pesaba veinte kilos! afirmó Periquín-. Veinte kilos de plata que están en el fondo del pozo y del que ya no lo podré sacar. - Pues mi querido amigo -exclamó alegremente el Lobo, que había tomado ya una decisión-, ese hermoso jarrón de plata va a ser para mí. El Lobo, además de ser ladrón, era muy tonto y empezó a despojarse sus vestidos para estar más libre de movimientos. La ropa, los zapatos, el terrible trabuco, todo quedó depositado sobre el brocal del pozo. - Voy a buscar el jarrón- le dijo al conejito. Y metiéndose muy decidido en el cubo que, atado con una cuerda, servía para sacar agua del pozo, se dejó caer por el agujero. Poco después llegaba hasta el agua, y una voz subió hasta Periquín: - Conejito, ya he llegado! Vamos a ver dónde está ese tesoro. Te acuerdas hacia qué lado se ha caído? - Mira por la derecha -respondió Periquín, conteniendo la risa. - Ya estoy mirando pero no veo nada por aquí ... - Mira entonces por la izquierda -dijo el conejo, asomando por la boca del pozo y riendo a más y mejor. Miro y remiro, pero no le encuentro... De que te ríes? -preguntó amoscado el Lobo. - Me río de ti, ladrón tonto, y de lo difícil que te va a ser salir de ahí. Éste será el castigo de tu codicia y maldad, ya que has de saber que no hay ningún jarrón de plata, ni siquiera de hojalata. Querías robarme; pero el robado vas a ser tú, porque me llevo tu ropa y el trabuco con el que atemorizabas a todos. Viniste por lana, pero has resultado trasquilado. Y, de esta suerte, el conejito ingenioso dejó castigado al Lobo ladrón, por su codicia y maldad. FIN http://www.pequelandia.org/cuentos/desiempre/conejito/ EL PEZ ARCOIRIS Marcus Pfister En alta mar, en un lugar muy muy lejano, vivía un pez. Pero no se trataba de un pez cualquiera. Era el pez más hermosos de todo el océano. Su brillante traje de escamas tenía todos los colores del arco iris. Los demás peces admiraban sus preciosas escamas y le llamaban “el pez Arcoiris”. ¡Ven, pez Arcoiris! ¡Ven a jugar con nosotros! –le decían. Pero el pez Arcoiris ni siquiera les contestaba, y pasaba de largo con sus escamas relucientes. Pero un día, un pececito azul quiso hablar con él. ¡Pez Arcoiris, pez Arcoiris! –le llamó- Por favor, ¿me regalas una de tus brillantes escamas? Son preciosas, ¡y como tienes tantas . . . ¡ ¿Qué te regale una de mis escamas? ¡Pero tú qué te has creído! –gritó enfadado el pez Arcoiris- ¡Venga, fuera de aquí! El pececito azul se alejó muy asustado. Cuando se encontró con sus amigos, les dijo lo que le había contestado el pez Arcoiris. A partir de aquel día nadie quiso volver a hacerle caso, y ya ni le miraban; cuando se acercaba a ellos, todos le daban la espalda. ¿De qué le servían ahora al pez Arcoiris sus brillantes escamas, si nadie le miraba? Ahora era el pez más solitario de todo el océano. Un día, Aroiris le preguntó a la estrella de mar: ¡Con lo guapo que soy . . .! ¿por qué no le gusto a nadie? No lo sé –le contestó la estrella de mar-. Pregúntale al pulpo Octopus, que vive en la cueva que hay detrás del banco de coral. A lo mejor él tiene la respuesta. El pez Arcoiris encontró la cueva. Era tan oscura que casi no se veía nada. Pero, de pronto, en medio de la oscuridad, se encontró con dos ojos brillantes que lo miraban. Te estaba esperando –le dijo Octopus con una voz muy profunda-. Las olas me han contado tu historia. Escucha mi consejo: regala a cada pez una de tus brillantes escamas. Entonces, aunque ya no seas el pez más hermosos del océano, volverás a estar muy contento. Pero . . . Cuando el pez Arcoiris quiso contestarle, Octopus ya había desaparecido. “¿Qué regale mis escamas? ¿Mis preciosas escamas brillantes? –pensó el pez Arcoiris, horrorizado. ¡De ninguna manera! ¡No! ¿Cómo podría ser feliz sin ellas?” De pronto, sintió que alguien le rozaba suavemente con una aleta. ¡Era otra vez el pececito azul! Pez Arcoiris, por favor, ¡no seas malo! Dame una de tus escamas brillantes, ¡aunque sea una muy, muy pequeñita! El pez Arcoiris dudó por un momento. “Si le doy una escama brillante muy pequeñita –pensó-, seguro que no la echaré de menos.” Con mucho cuidado, para no hacerse daño, el pez Arcoiris arrancó de su traje la escama brillante más pequeña de todas. ¡Toma, te la regalo! ¡Pero ya no me pidas más! ¿eh? ¡Muchísimas gracias! –contestó el pececito azul, loco de alegría-. ¡Qué bueno eres, pez Arcoiris! El pez Arcoiris se sentía muy raro. Siguió con la mirada al pececito azul durante un buen rato, viendo cómo se alejaba, haciendo zig-zags, y deslizándose como un rayo en el agua con su escama brillante. Al cabo de un rato, el pez Arcoiris se vio rodeado de muchos otros peces que también querían que les regalase una escama brillante. Y, ¡quién lo iba a decir! Arcoiris repartió sus escamas entre todos los peces. Cada vez estaba más contento. ¡Cuánto más brillaba el agua a su alrededor, más feliz se sentía entre los demás peces! Al final, sólo se quedó con una escama brillante para él. ¡había regalado todas las demás! ¡Y era feliz! ¡tan feliz como jamás lo había sido! ¡Ven pez Arcoiris, ven a jugar con nosotros! –le dijeron todos los peces. ¡Ahora mismo voy! –les contó el pez. Artcoiris, y se fue contentísimo a jugar con sus nuevos amigos. La Aventura del Agua Un día que el agua se encontraba en su elemento, es decir, en el soberbio mar sintió el caprichoso deseo de subir al cielo. Entonces se dirigió al fuego: -Podrías tú ayudarme a subir mas, alto? El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire, transformándola en sutil vapor. El vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los estratos más ligeros y fríos del aire, donde ya el fuego no podía seguirlo. Entonces las partículas de vapor, ateridas de frío, se vieron obligadas a juntarse apretadamente, volviéndose más pesados que el aire y cayendo en forma de lluvia. Habían subido al cielo Invadidas de soberbia y fueron inmediatamente puestas en fuga. La tierra sedienta absorbió la lluvia y, de esta forma, el agua estuvo durante mucho, tiempo prisionera del suelo y purgó su pecado con una larga penitencia. http://www.terra.es/personal/kokopaco/aventuagua.html

sábado, 3 de septiembre de 2011

Empleo genérico del masculino

Empleo genérico del masculino.

El masculino es en español el género no marcado, y el femenino, el marcado. En la designación de personas y animales, los sustantivos de género masculinos se emplean para referirse a los individuos de ese sexo, pero también para designar a toda la especie, sin distinción de sexo, sea en singular o en plural. Así, están comprendidas las mujeres en: " Un estudiante universitario tiene que esforzarse mucho hoy en día para trabajar y estudiar a la vez" o en "Los hombres prehistóricos se vestían con pieles de animales". Se abarca así mismo a las osas en: "El oso es un animal plantígrado" o "En los bosques quedan pocos osos". Estos casos corresponden al uso genérico del masculino. Sin embargo, razones extralingüísticas o contextuales pueden dar a entender que se habla solo de varones, como en "el número de mexicanos que han sido ordenados sacerdotes en los últimos diez años", o en "Los hombres dicen mentiras" (Delibes, Ratas).
En el lenguaje político, administrativo y periodístico se percibe una tendencia a construir series coordinadas constituidas por sustantivos de persona que manifiesten los dos géneros: los alumnos y las alumnas; a todos los chilenos y a todas las chilenas; tus hijos y tus hijas; Una masiva ovación de los diputados y las diputadas […] cierra el presunto debate (País [esp.] 2/4/1999). El circunloquio es innecesario en estos casos, puesto que el empleo del género no marcado es suficientemente explicito para abarcar a los individuos de unos y otro sexo. Se prefiere, por lo tanto, "Los alumnos de esta clase se examinaran el jueves"; "Es una medida que beneficiará a todos los chilenos"; "¿cómo están tus hijos?" En cambio, la doble mención se interpreta como señal de cortesía en ciertos usos vocativos: señoras y señores, amigas y amigos, etc., acaso por extensión de la fórmula damas y caballeros, basada en una oposición heteronímica.
Cuando no queda suficientemente claro que el masculino plural comprende por igual a los individuos de ambos sexos, son necesarios ciertos recursos para deshacer la posible ambigüedad: fórmulas desdobladas, como en "Los españoles y las españolas pueden servir en el Ejército", pero también modificadores restrictivos del sustantivo (empleados de ambos sexos) o apostillas diversas (empleados, tanto hombres como mujeres).
Los sustantivos en plural padres (padre y madre), reyes (rey y reina), príncipes (príncipe y princesa) y otros que designan títulos nobiliarios o términos de parentesco pueden abarcar en su designación a los dos miembros de una pareja de varón y mujer.

Fuente: Gramática de la RAE, (c) 2010.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Cuentos y poemas. Sofía Goggia. 2°F


LA FAMILIA DE LA SOGA
Había una vez una familia muy unida. Estaba compuesta por el papá, la mamá y sus dos hijos: Marta y Pedro. Pero más que una familia unida era una familia atada, porque su mamá un día tomó una larga y flexible soga y los ató a todos. No fue fácil acomodar tantos metros de soga... pero se fueron acostumbrando. La mamá pensaba que esta era una manera ideal para controlar lo que todos hacían y que no les pasara nada. Y así, todos atados unos a otros con una soga espléndida y muy flexible podían hacer de todo. Bueno... casi todo.
El papá, todas las mañanas iba a su trabajo, pero claro, su oficina quedaba cerquita y los chicos iban a la escuela que quedaba justito a la vuelta de la casa. La mamá se quedaba tranquila, sabiendo que no había nada que pudiera sucederles. Se las arreglaban bastante bien... Mejor dicho, se iban acostumbrando, porque había cosas que no podían hacer. Por ejemplo, cuando los chicos salían a dar una vuelta a la manzana con los patines, Pedro no podía ir y miraba triste desde su casa.
Y claro... Marta, tampoco llegaba al gimnasio con su soga ni a los cumpleaños de sus amigas... Mucho menos a las caminatas que hacían las chicas por el parque. Eso sí... a la mamá también le daba un poco de pena no poder ir a pasear con sus amigas y conocer otros lugares. Pero no se cansaba de repetir: "Con esta soga sí que estoy segura que nada podrá pasarles". Y ni hablar del papá: a él le hubiera gustado ir a la cancha a gritar el gol de su equipo favorito. Pero, lógico... la soga no daba para tanto... Pasaron años comprando rollos y rollos de soga. La mamá cuidaba todos los detalles. No les sucedió nada de verdad... ni bueno ni malo... Allí estaban con sus sogas limpitas y sin hilachar.
Una tarde, mientras la mamá cosía, miraba las soguitas enruladas en el piso y descubrió que les tenía rabia. Entonces, por arte de magia, vio salir una brillante tijera de su costurero. La miró fijo y le dijo: "Si quieren crecer y ser libres e independientes, corten sus sogas. Verán lo lindo que es alcanzar las cosas en la vida por uno mismo; aunque se equivoquen y vuelvan a comenzar: Poder salir con la alegría de querer volver; poder hacer cosas, sabiendo que los van a alentar si no están del todo bien. Ver cosas nuevas y entender que siempre hay algo más por aprender." Cuando la tijera calló, por fin sucedió lo que tenía que suceder. La mamá tomó una por una las sogas y las cortó. Al caer las mismas al piso, todos salieron corriendo a hacer lo que más les gustaba. Ese día, los cuatro Delasoga pasaron cuatro tardes distintas. Al volver a casa se abrazaron fuerte y se contaron muchas cosas.De la soga no hablaron más. ¿Para qué iba a hablar de sogas una familia tan unida?

Graciela Montes
ISBN: 950-581-419-4

LA ABEJA HARAGANA

HABÍA UNA VEZ en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.
Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.
Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos al rozar contra la puerta de la colmena.
Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole:
—Compañera: es necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.
La abejita contestó:
—Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.
—No es cuestión de que te canses mucho —respondieron—, sino de que trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.
Y diciendo así la dejaron pasar.
Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:
—Hay que trabajar, hermana.
Y ella respondió en seguida:
—¡Uno de estos días lo voy a hacer!
—No es cuestión de que lo hagas uno de estos días —le respondieron—, sino mañana mismo. Acuérdate de esto. Y la dejaron pasar.
Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que le dijeran nada, la abejita exclamó:
—¡Si, sí, hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!
—No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido —le respondieron—, sino de que trabajes. Hoy es diecinueve de abril. Pues bien: trata de que mañana veinte, hayas traído una gota siquiera de miel. Y ahora, pasa.
Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.
Pero el veinte de abril pasó en vano como todos los demás. Con la diferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzó a soplar un viento frío.
La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensando en lo calentito que estaría allá adentro. Pero cuando quiso entrar, las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.
—¡No se entra! —le dijeron fríamente.
—¡Yo quiero entrar! —Clamó la abejita—. Esta es mi colmena.
—Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras le contestaron las otras—. No hay entrada para las haraganas.
—¡Mañana sin falta voy a trabajar! —insistió la abejita.
—No hay mañana para las que no trabajan— respondieron las abejas, que saben mucha filosofía.
Y diciendo esto la empujaron afuera.
La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.
Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.
—¡Ay, mi Dios! —clamó la desamparada—. Va a llover, y me voy a morir de frío. Y tentó entrar en la colmena.
Pero de nuevo le cerraron el paso.
—¡Perdón! —gimió la abeja—. ¡Déjenme entrar!
—Ya es tarde —le respondieron.
—¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!
—Es más tarde aún.
—¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!
—Imposible.
—¡Por última vez! ¡Me voy a morir! Entonces le dijeron:
—No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descanso ganado con el trabajo. Vete.
Y la echaron.
Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando, la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por un agujero; cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.
Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color ladrillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.
En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habían trasplantado hacia tiempo, y que la culebra había elegido de guarida.
Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por eso la abejita, al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:
—¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.
Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devoró sino que le dijo: —¿qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí a estas horas.
—Es cierto —murmuró la abeja—. No trabajo, y yo tengo la culpa.
—Siendo así —agregó la culebra, burlona—, voy a quitar del mundo a un mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.
La abeja, temblando, exclamo entonces: —¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me coma porque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.
—¡Ah, ah! —exclamó la culebra, enroscándose ligero —. ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?
—No, no es por eso que nos quitan la miel —respondió la abeja.
—¿Y por qué, entonces?
—Porque son más inteligentes.
Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:
—¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer, apróntate.
Y se echó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero ésta exclamó:
—Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.
—¿Yo menos inteligente que tú, mocosa? —se rió la culebra.
—Así es —afirmó la abeja.
—Pues bien —dijo la culebra—, vamos a verlo. Vamos a hacer dos pruebas. La que haga la prueba más rara, ésa gana. Si gano yo, te como.
—¿Y si gano yo? —preguntó la abejita.
—Si ganas tú —repuso su enemiga—, tienes el derecho de pasar la noche aquí, hasta que sea de día. ¿Te conviene?
—Aceptado —contestó la abeja.
La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurrido una cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:
Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvo tiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas de eucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y que le daba sombra.
Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y les llaman trompitos de eucalipto.
—Esto es lo que voy a hacer —dijo la culebra—. ¡Fíjate bien, atención!
Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.
La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:
—Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.
—Entonces, te como —exclamó la culebra.
—¡Un momento! Yo no puedo hacer eso: pero hago una cosa que nadie hace.
—¿Qué es eso?
—Desaparecer.
—¿Cómo? —exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa—. ¿Desaparecer sin salir de aquí?
—Sin salir de aquí.
—¿Y sin esconderte en la tierra?
—Sin esconderme en la tierra.
—Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como en seguida — dijo la culebra.
El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenido tiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecía allí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamaño de una moneda de dos centavos.
La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:
—Ahora me toca a mi, señora culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta, y contar hasta tres. Cuando diga "tres", búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!
Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente:"uno..., dos..., tres", y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.
La culebra comprendió entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho?, ¿dónde estaba?
No había modo de hallarla.
—¡Bueno! —exclamó por fin—. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?
Una voz que apenas se oía —la voz de la abejita— salió del medio de la cueva.
—¿No me vas a hacer nada? —dijo la voz—. ¿Puedo contar con tu juramento?
—Sí —respondió la culebra—. Te lo juro. ¿Dónde estás?
—Aquí —respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.
¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.
La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.
La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla.
Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.
Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y ésta creía entonces llegado el término de su vida.
Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.
Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en sólo una noche un duro aprendizaje de la vida.
Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:
—No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, sí hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche. Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos —la felicidad de todos— es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.

Horacio Quiroga
ISBN-10: 9682964083
ISBN-13: 9789682964084

ARTURO Y CLEMENTINA

NARRADOR.- Un hermoso día de primavera Arturo y Clementina, dos jóvenes y hermosas tortugas rubias se conocieron al borde de un estanque y aquella misma tarde descubrieron que estaban enamorados.
Clementina, alegre y despreocupada, hacía muchos proyectos para su vida futura mientras paseaban los dos a orillas del estanque y pescaban alguna cosilla para la cena.

CLEMENTINA.- Ya verás qué felices seremos. Viajaremos y descubriremos otros lagos y otras tortugas diferentes, y encontraremos otra clase de peces y otras plantas y flores en la orilla... ¡Será una vida estupenda! Iremos incluso al extranjero. ¿Sabes una cosa? Siempre he querido visitar Venecia...

ARTURO.- (Sonriendo vagamente). Sí.

NARRADOR.-Pero los días transcurrían iguales al borde del estanque. Arturo había decidido pescar él solo para los dos y así Clementina podría descansar. Llegaba a la hora de comer con renacuajos y caracoles.

ARTURO.- ¿Cómo estás, cariño? ¿Lo has pasado bien?

CLEMENTINA.-(Suspirando) ¡Me he aburrido mucho! ¡Todo el día sola esperándote!

ARTURO.- (Gritando indignado) ¡ABURRIDO! ¿Dices que te has aburrido? Busca algo que hacer. El mundo está lleno de ocupaciones interesantes. ¡Sólo se aburren los tontos!

NARRADOR.- A Clementina le daba mucha vergüenza ser tonta, y hubiera querido no aburrirse tanto, pero no podía evitarlo. Un día, cuando volvió Arturo...

CLEMENTINA.- Me gustaría tener una flauta. Aprendería a tocarla, inventaría canciones, y eso me entretendría.

ARTURO.- ¿TÚ? ¿Tocar la flauta tú? ¡Si ni siquiera distingues las notas! Eres incapaz de aprender. No tienes oído.

NARRADOR.- Aquella misma noche, Arturo compareció con un hermoso tocadiscos y lo ató bien a la casa de Clementina.

ARTURO.- Así no lo perderás. ¡Eres tan distraída...!

CLEMENTINA.- Gracias.

NARRADOR.- Pero aquella noche, antes de dormirse, estuvo pensando por qué tenía que llevar a cuestas aquel tocadiscos tan pesado en lugar de una flauta ligera, y si era verdad que no hubiera llegado a aprender las notas y que era distraída. Pero después, avergonzada, decidió que tenía que ser así, puesto que Arturo, tan inteligente, lo decía. Suspiró resignada y se durmió.
Durante unos días, Clementina escuchó el tocadiscos. Después se cansó. Era, de todos modos, un objeto bonito y se entretuvo limpiándolo y sacándole brillo; pero al poco tiempo volvió a aburrirse.
Un atardecer, mientras contemplaban las estrellas a orillas del estanque silencioso...

CLEMENTINA.- Sabes, Arturo, algunas veces veo unas flores tan bonitas, de colores tan extraños, que me dan ganas de llorar... Me gustaría tener una caja de acuarelas y poder pintarlas.

ARTURO.- (Riéndose) ¡Vaya idea ridícula! ¿Es que te crees una artista? ¡Qué bobada!

CLEMENTINA.- (Aparte) Vaya, ya he vuelto a decir una tontería. Tendré que andar con mucho cuidado o Arturo va a cansarse de tener una mujer tan estúpida...

NARRADOR.- Y se esforzó en hablar lo menos posible. Arturo se dio cuenta en seguida.

ARTURO.- (Aparte) Tengo una compañera aburrida de veras. No habla nunca y, cuando habla, no dice más que disparates.

NARRADOR.- Pero debía sentirse un poco culpable y, a los pocos días, se presentó con un paquetón.

ARTURO.- Mira, he encontrado a un amigo mío pintor y le he comprado un cuadro para ti. Estarás contenta, ¿no? Decías que el arte te interesa. Pues ahí lo tienes. Átatelo bien porque, con lo distraída que tú eres, ya veo que acabarás por perderlo.

NARRADOR.- La carga de Clementina aumentaba poco a poco. Un día se añadió un florero de Murano.

ARTURO.-¿No decías que te gustaba Venecia? Tuyo es. Átalo bien para que no se te caiga. ¡Eres tan descuidada!

NARRADOR.- Otro día llegó una colección de pipas austriacas dentro de una vitrina. Después una enciclopedia...

CLEMENTINA.- (Suspirando) Si por lo menos supiera leer...

NARRADOR.- Llegó un momento en que fue necesario añadir un segundo piso. Con la casa de dos pisos a sus espaldas, ya no podía ni moverse. Arturo le llevaba la comida y esto le hacía sentirse importante.

ARTURO.- ¿Qué harías tú sin mi?

CLEMENTINA.- (Suspirando) Claro. ¿Qué haría yo sin ti?

NARRADOR.- Poco a poco la casa de dos pisos quedó también completamente llena. Pero ya casi tenían la solución: tres pisos más se añadieron ahora a la casa de Clementina que hacía ya mucho tiempo que se había convertido en un rascacielos.
Una mañana de primavera decidió que aquella vida no podía seguir más tiempo. Salió sigilosamente de la casa y se dio un paseo: fue muy hermoso, pero muy corto. Arturo volvía a casa para el almuerzo y debía encontrarla esperándole. Como siempre.
Pero, poco a poco el paseíto se convirtió enana costumbre y Clementina se sentía cada vez más satisfecha de su nueva vida. Arturo no sabía nada, pero sospechaba que ocurría algo.

ARTURO.- ¿De qué demonios te ríes? Pareces tonta.

NARRADOR.- Pero Clementina esta vez no se preocupó en absoluto. Ahora salía de casa en cuanto Arturo volvía la espalda y él la encontraba cada vez más extraña, y encontraba la casa cada vez más desordenada. Pero Clementina empezaba a ser verdaderamente feliz y las regañinas de Arturo ya no le importaban.
Y un día Arturo encontró la casa vacía. Se enfadó muchísimo y no entendió nada. Años más tarde seguía contándoles lo mismo a sus amigos.

ARTURO.- Realmente era una ingrata la tal Clementina. No le faltaba de nada. ¡Veinticinco pisos tenía su casa, y todos llenos de tesoros!
NARRADOR.-Las tortugas viven muchísimos años y es posible que Clementina siga viajando feliz por el mundo. Es posible que toque la flauta y haga hermosas acuarelas de plantas y flores. Si encuentras una tortuga sin casa, intenta llamarla: ¡Clementina! ¡Clementina! Y si te contesta, seguro que es ella.

Adela Turin y Nella Bosnia
ISBN: 84-264-6


LAS MEDIAS DE LOS FLAMENCOS

CIERTA VEZ LAS víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los peces. Los peces, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los peces estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.
Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de plátanos, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los peces les gritaban haciéndoles burla.
Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.
Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.
Y las más espléndidas de todas eran las víboras de que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, y negras, y bailaban como serpentinas Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.
Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia.
Un flamenco dijo entonces:
—Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
—¡Tan-tan! —pegaron con las patas.
—¿Quién es? —respondió el almacenero.
—Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
—No, no hay —contestó el almacenero—. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así. Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
—¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero contestó:
—¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos. ¿quiénes son?
—Somos los flamencos— respondieron ellos .
Y el hombre dijo:
—Entonces son con seguridad flamencos locos.
Fueron a otro almacén.
—¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero gritó :
—¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras ? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse en seguida!
Y el hombre los echó con la escoba.
Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.
Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:
—¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan . No van a encontrar medias así en ningún almacén . Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron :
—¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
—¡Con mucho gusto! —respondió la lechuza—. Esperen un segundo, y vuelvo en seguida.
Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros. recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado.
—Aquí están las medias —les dijo la lechuza—. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.
Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.
Cuando vieron a tos flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un Instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.
Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien.
Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de la víbora es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.
Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.
Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos y alumbraron bien las patas de! flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.
—¡No son medias!— gritaron las víboras—. ¡ Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral
Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas y les mordían también las patas, para que murieran.
Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas, Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de medias, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile.
Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido eran venenosas.
Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.
A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.
Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los peces saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pececito se acerca demasiado a burlarse de ellos.

Horacio Quiroga
ISBN: 978-987-634-012-0




POEMAS


LA HIGUERA

Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.
En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.
Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste…
Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto».
Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!
Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:
¡Hoy a mí me dijeron hermosa!


Juana De ibarborou




SEMILLA
Semilla, semillita
Que en la tierra se cayó,
Y dormidita, dormidita
En seguida se quedó.

¿Dónde está la dormilona?
Un pequeño preguntó
Y las nubes respondieron:
Una planta ya nació.

Semilla, semillita
que recibiste calor
para dar una plantita,
muchas hojas y una flor.

Haydé G. de Guacci

Otoño

Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.

Qué noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello que deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!

¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!

En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina.

Juan Ramón Jiménez










Conoce tu cuerpo
Tiene el pelo blanco
le tiembla la voz,
lleva bastoncito
para andar mejor.

(El abuelo)

Se cierran por la noche,
se abren por la mañana
ni son puertas ni son ventanas.

(Los ojos)

Siempre van juntos
y son hermanos
pueden pintar
y tocar el piano.

(Los dedos)

Sirve para peinarse,
sirve para pensar,
para ponerse lazos
y para mucho más.

(La cabeza)

Vive en una cueva,
con mucha humedad,
si no la tuviera
no podría hablar.

(La lengua)

Con ellos escucho
cantar a mi vecino
y cuando se me tapan
visito al otorrino.

(Los oídos)

Marisol perales