El Ratoncito Escobilla.
El ratoncito Escobilla, vivía cerca de un parque,
En su casita amarilla, detrás de los rosales.
Es un ratón barrigudo, con una tierna sonrisa,
Un gran hocico peludo y una cara divertida.
Todas las mañanas al salir el sol,
Coge su escobita y empieza su labor.
Barre por aquí, barre por allá
Todas las hojitas ha de acumular,
Pues es el otoño y los arbolitos
Pierden las hojitas, poquito a poquito.
Siempre hay papeles para recoger.
Cáscaras de pipas, cáscaras de nuez,
Bolsas, chucherías y alguna que otra vez,
Unas basurillas no se sabe muy bien de qué.
Los perritos ensucian, los niños también
Y algunos mayores ensucian por trés.
Pero el ratoncito que es trabajador,
Limpia, limpia, limpia con satisfacción.
Riega siempre el parque, aunque el sol no brille.
Hay un gato grande que no quiere que le pille.
Pero él es muy listo, sabe trabajar
Y de los gatitos le gusta escapar.
¡Oh, que hermoso parque! Dice: todo el mundo.
¡Esto es un tesoro!, ¡Una maravilla!
El verdor del césped; las flores tan lindas.
¡Todo, todo, todo, gracias a Escobilla!
Marisa Moreno, Spain
El Robot Niño
Abrió sus ojos de cristal
Una mañana en un baúl
Y vió su cuerpo de metal
Él no era un niño como tú.
Sus torpes pasos al andar
Un corazón de soledad,
Sus lagrimitas de tristeza
Reclamaban tu amistad.
Se miraba de reojo en el espejo
y quería ir al parque y al colegio,
Sus tuercas y sus tornillos lo impedían
y luchaba inútilmente por tener vida.
Quisiera viajar contigo,
Compartir todos tus juegos
y sentir el cálido cariño
Cuando mamá, dice te quiero.
Tener un amigo fiel
a quien contarle secretos
Un abuelo y un hogar
Y un montón de sueños.
Un día tú, te diste cuenta de su soledad
Entre tus manos chiquitas
Le abrazaste más y más
Y se abrió el cielo de su libertad.
Marisa Moreno, Spain
RUFO EL PATINETE
Rufo el patinete
Tiene dos amigos,
El viento soplete
Y Pedrín el grillo.
El grillo viajero
Quiere pasear,
Su amiguito Rufo
Le invita a montar.
Pedrín se acomoda
Sube sus patitas
Y una vez sentado
Le hace cosquillitas.
Soplete, curioso les mira
Les dice al oído: ¡Yo quiero jugar!.
Sopla, sopla, resopla
Los tres de puntillas, riéndose van.
Juegan todo el día
y al anochecer,
Están cansaditos
De tanto correr.
Juntos se acurrucan
En el cobertizo,
Les cubre la luna
Del intenso frío.
Sueñan muy felices
Lo que harán mañana.
¡Silencio que duermen!
¡Cerrad la ventana!
Marisa Moreno, Spain
La muñeca rota.
Sentada tantos años
En una esquina
Una vieja muñeca
Siempre me mira.
Tenía la muñeca
Cara de luna
Y los ojitos verdes
Verde aceituna.
Sus manos de porcelana
En el vestido se posan,
En su pelo ondulado
Revolotean las mariposas.
Tenía la muñeca
Los brazos rotos
La mirada ingenua
Y los zapatos rojos.
La cogí entre mis dedos
Con mucho cariño
Arreglé sus bracitos
Como cuando era un niño.
La muñeca ya sonríe,
Ya no volverá a la esquina,
Se queda junto a mi cama
Para ver pasar mi vida
Marisa Moreno, Spain
EL SAPO VERDE
Ese sapo verde
se esconde y se pierde;
así no lo besa
ninguna princesa.
Porque con un beso
él se hará princeso
o príncipe guapo;
¡y quiere ser sapo!
No quiere reinado,
ni trono dorado,
ni enorme castillo,
ni manto amarillo.
Tampoco lacayos
ni tres mil vasallos.
Quiere ver la luna
desde la laguna.
Una madrugada
lo encantó alguna hada;
y así se ha quedado:
sapo y encantado.
Disfruta de todo:
se mete en el lodo
saltándose, solo,
todo el protocolo.
Y le importa un pito
si no está bonito
cazar un insecto;
¡que nadie es perfecto!
¿Su regio dosel?
No se acuerda de él.
¿Su sábana roja?
Prefiere una hoja.
¿Su yelmo y su escudo?
Le gusta ir desnudo.
¿La princesa Eliana?
Él ama a una rana.
A una rana verde
que salta y se pierde
y mira la luna
desde la laguna
Autora : Carmen Gil
Jerry La Ardilla
Era una linda mañana de primavera cuando Leila se levantó de su cama y fue al baño a tomar una ducha. Cuando regreso a su habitación para vestirse escucho una voz que le dijo “buenos días, linda niña”. Leila giró su cabeza para ver quién le hablaba, pero estaba sola. Bajó a la cocina para desayunar.
“Buenos días mami” dijo ella y su mami le respondió: “Buenos días, hijita”. Leila se sentó a la mesa a desayunar junto a sus padres y Zeinab, su hermanita. Cuando terminaron de desayunar su papá le dijo, “Leila ya es hora de ir al colegio”. Leila cogió su mochila y salió junto a su papá a tomar el bus del colegio. Mientras caminaba hacia la parada del bus escuchó la misma voz de su habitación que le decía: “hasta luego Leila, que tengas un bonito día en la escuela hoy”.
Leila miró y nuevamente se dio cuenta que no había nadie cerca a ella solamente su papá, pero ésa no era su voz. Una vez en el colegio, Leila se encontró con sus amiguitos. Pintaron, leyeron unos cuentos y luego escribieron unas líneas que su profesora copió en la pizarra para que los niños practiquen ese día. Cuando terminó el día de escuela todos los niños cogieron el bus para regresar a casa. “hola mami, hola papi”, dijo Leila.
” Hola hijita”, respondieron sus padres. “ve y lávate las manos para que almorcemos”. “si mami”, respondió ella. La familia se sentó a almorzar y cuando terminaron Leila dijo “ mami, ahora hare mi tarea y luego juego un rato con mi hermanita si?”. “si, Leila”, respondió su mama. Leila fue a su habitación para hacer su tarea y cuando entro encontró en su ventana una ardilla que le dijo: “hola Leilita. ¿Cómo te fue en el colegio hoy?”.
Leila miró a la ardilla sorprendida y le dijo “tú puedes hablar”. “si, igual que tu” respondió la ardilla. ¿Y cómo puedo escucharte?, preguntó Leila. “tu puedes escucharme porque eres una niña muy buena que obedece a sus papis y además tratas bien a los animalitos como yo” le dijo la ardilla. Y ¿cómo te llamas? Mi nombre es Jerry. ¿Y dónde vives? Pregunto Leila. “Yo vivo en ese árbol que esta frente a tu ventana. Vivo con mi esposa y mis bebes. ¿Cuántos bebes tienes? Tengo 3 ardillitas bebe. ¿Y pueden venir a mi cuarto contigo? “aún no pues son demasiado pequeñas. Pero si eres paciente en algunos días ya los traeré a visitarte.
” Cuéntame sobre las ardillas, por favor” le pidió Leila a Jerry. “Bueno, somos animales mamíferos y nuestro cuerpo esta cubierto de pelo. Vivimos en los arboles y nos gusta comer nueces y algunas otras semillas”. “¿Qué son animales mamíferos?” Preguntó Leila. “Mamíferos son todos los seres que cuando son bebés sus madres los alimentan con leche” respondió Jerry. “Entonces, ¿mi hermanita y yo también somos mamíferos?” Preguntó la niña. “Así es, ustedes también son mamíferos” le respondió la ardilla.
“Tengo que jugar con mi hermanita, ¿la puedo traer para que te conozca?” “Por supuesto que si, es más, si deseas podemos jugar los tres un momento”.” Si” Respondió Leila y salió a buscar a su hermanita, Zeinab. Cuando Leila entró nuevamente a su habitación acompañada de Zeinab, Jerry bajó de la ventana y lentamente se acercó a los pies de Zeinab. Caminó rodeándola con su hermosa y peluda cola y luego muy despacio empezó a subir por el cuerpo del bebé hasta que se sentó en su hombro y empezó a hacerle cariño con sus patitas. La hermanita de Leila empezó a reír de las cosquillas que sentía por las patas de Jerry.
Luego de jugar un buen rato con las niñas, Jerry les dijo: “ya es algo tarde y tengo que irme a casa” nos vemos mañana niñas ¿si?” Leila le preguntó: “¿puedes venir al colegio conmigo mañana?”. “Me gustaría mucho, y para que no me vean me esconderé en tu mochila y luego en tu descanso salgo para jugar contigo y tus amiguitos, quieres?” si! Respondió Leila. Al día siguiente Jerry estaba otra vez en la ventana de Leila, listo para ir con ella al colegio.
Luego de desayunar y despedirse de su mami se dirigió a la parada del bus. Una vez en el colegio los niños hicieron todos sus deberes y en la hora del descanso Leila llamó a sus amiguitos y les pidió que se sienten en el jardín con ella pues tenía algo que mostrarles. Los niños hicieron lo que Leila les pidió y una vez sentados ella abrió su mochila y lentamente un par de diminutas orejas aparecieron, luego de las orejas un par de ojos curiosos que miraban en todas las direcciones.
Los niños asombrados le preguntaron a Leila “¿qué es eso? “ “Una ardilla y es mi amiga. Se llama Jerry” respondió Leila. Jerry salió completamente de la mochila de Leila y corrió hacia ella, empezó a trepar por su pierna y luego su espalda para sentarse en su hombro. Desde ahí dijo “hola niños” y los niños asombrados respondieron “puede hablar!” “si, al igual que Leilita y ustedes. ¿Quieren saber por qué?” “Si” Respondieron los niños. “Bien, ¿les dices tu Leilita? Por favor”.
Leila empezó a explicarle a sus amiguitos cómo era que ellos podían escuchar y entender a Jerry la ardilla, les dio la misma explicación que Jerry le dio a ella el día que se conocieron. Al regresar de la escuela ese día y después de almorzar y hacer sus tareas Leila y Zeinab salieron al jardín. Ahí las esperaba Jerry sentado en una rama del árbol donde vivía. “Hola niñas” dijo y ellas respondieron “hola Jerry”. “¿saben? Hoy tengo una sorpresa para ustedes.
Siéntense y cierren sus ojos, ¿si?”. Las niñas obedecieron a Jerry y luego de un momento el les dice “esta bien, ahora pueden abrir sus ojos”. Cuando las niñas los abrieron se maravillaron al ver a tres pequeñas ardillas que sentadas al lado de Jerry les dijeron “hola niñas”. “estos son mis bebés y ahora ya pueden jugar con nosotros”. Las ardillitas y Jerry bajaron del árbol y empezaron a jugar con las niñas. Desde la cocina donde estaba la mami de Leila ella podía escuchar la risa de sus hijas y también oía que hablaban con alguien pero solamente las veía a ellas y no había más niños.
Cuando las niñas regresaron a la casa, su mamá les preguntó: “¿con quién jugaban?” Y Leila le respondió “con unos amiguitos, mami”. “Qué extraño, yo solamente las veía a ustedes dos. Y ¿cómo se llaman sus amiguitos?” ”Jerry y sus hijitos, son unas ardillas” dijo la niña. “Y ¿ustedes hablan con las ardillas?” “Si, y ellas también hablan con nosotras”. “Bueno, dijo la madre, ahora a lavarse que ya es hora de ir a la cama”. Leila y su hermanita fueron a hacer lo que su mami les había pedido y luego fueron a su habitación.
Una vez ahí, Jerry les toca la ventana para que lo dejen entrar un momento. “Hola niñas, solamente vinimos para desearles buenas noches y decirles que nos gusto mucho jugar con ustedes hoy”. En ese momento se abre la puerta de la habitación. Era la mamá de Leila quien al ver a las ardillas en la habitación de las niñas se asustó un poco. “¡Mami!” Dijeron las niñas. “hola mami” dijeron también las ardillas. “son ardillas y pueden hablar” dijo la mamá sorprendida. “si, al igual que tu. Leilita, por favor ¿le explicas a tu mami?” dijo Jerry.
Entonces Leila dijo “mami, tu escuchas a las ardillas porque eres una niña muy buena que obedece a sus papis y además tratas bien a los animalitos como Jerry”. “Si, Leilita -dijo Jerry- sólo que tu mami ya no es una niña”. En ese momento nuevamente se abre la puerta de la habitación. Esta vez era el papá de las niñas quien entró y Leila, Zeinab y las ardillas al mismo tiempo dicen “hola papi”.
Después de explicarle a su papá el por qué y cómo podían conversar con las ardillas, Leila y Zeinab fueron a dormir. Al día siguiente era sábado así que las niñas podían dormir algo más. Leila fue a la habitación de sus padres y les preguntó “¿mami, papi, podemos desayunar con Jerry y su familia hoy?”. “Está bien” respondió su papa. La niña fue al árbol de Jerry y le hizo la invitación. Una vez en la mesa la familia completa desayunaba leche y pancakes mientras que a las ardillas les sirvieron un plato de deliciosas nueces. Mañana iremos al zoológico, ¿quisieran venir con nosotros? Preguntó el papa a Jerry. ¡Encantados! Respondió Jerry.
Al día siguiente, las niñas, sus papás y la familia de ardillas estaban en el auto camino al zoológico. Una vez ahí, el papá baja del auto el coche de Zeinab para que no tenga que caminar tanto ya que ella recién tenía un año y a pesar que ya caminaba era mejor para ellos llevarla en su coche. Las ardillitas, Jerry y su esposa se acomodaron con Zeinab en el coche. La primera parada fue donde las nutrias. “hola amigas”, dijo Jerry.
Estas lindas niñas se llaman Leila y Zeinab y han venido visitar a los animales del zoológico hoy. “hola” dijeron las nutrias, nosotras somos las nutrias y vivimos en la tierra y en el agua. “¿y ustedes son mamíferos también?” preguntó Leila. “si, pero cuando somos adultas nos alimentamos de peces” le respondió la nutria. Luego pasaron a ver a los leones. “hola, señor león. Yo me llamo Leila y ella es mi hermanita y ellos son mis papás y mis amiguitos las ardillas. Hola a todos, dijo el león.
Nosotros somos los leones y venimos de África. Somos mamíferos pero cuando somos adultos nos alimentamos de carne. Acá en el zoológico nos alimentan pero cuando estamos en libertad nosotros tenemos que buscar nuestra propia comida. ¡Mira papi, camellos! Dijo Leila. Hola señora camello, que bonito su bebé. Gracias, respondió la camello, tu también eres una niña muy bonita y tu hermanita también lo es. ¿Quieres que te de un paseo un momento? Pregunto ella. Si! Respondió Leila y subió al lomo de la camello para pasear por un el lugar donde habitaba. Mientras tanto Zeinab desde su coche y sus papás miraban como Leila disfrutaba el paseo. Luego de los camellos caminaron hasta que Zeinab miró algo que llamó mucho su atención.
Eran unos pingüinos que estaban nadando y otros que se alimentaban con unos peces que los cuidadores les arrojaban. La familia y las ardillas se acercaron a mirar. Zeinab dijo ¡bebé! Mirando a un pichón de pingüino que hace pocos días había salido de su huevo. La mamá pingüino se acercó a las niñas y les dijo “hola lindas niñas” yo soy una pingüino y éste es mi bebe. Venimos de la Antártida y allá hace mucho frió, pero a nosotros no nos molesta al contrario, nos gusta. Entonces Leila preguntó ¿y ustedes también son mamíferos? No, respondió el pingüino.
Nosotros somos aves y las aves no nos alimentamos de leche como los mamíferos, algunas aves comen semillas o gusanos y otras como nosotros comemos peces. En la Antártida donde vivimos las mamás ponemos un huevo y se lo damos al papá para nosotras ir a buscar comida, luego regresamos cuando nuestro bebé ya salió del huevo y lo cuidamos mientras el papá sale a buscar el alimento. Acá en el zoológico los cuidadores nos alimentas por eso cuidamos e nuestro huevo siempre. ¿Y cómo hace frio ahí dentro si acá fuera hace calor? Pregunto Leila. Es que los humanos tienen unas máquinas que hacen que la temperatura aquí dentro sea fría. Es como un refrigerador entonces! Dijo Leila. Algo así, pero más grande. Eres una niña muy inteligente, dijo la mamá pingüino.
Después de un par de horas y casi al final del paseo Zeinab bajo de su coche y caminando se acercó a unas rejas desde donde un bebé panda le llamaba para jugar. Ella introdujo su manito por la reja y el bebé panda la acariciaba. Luego se acercó la mama panda y dijo “¡qué bonita amiguita tienes hijito!” y le hizo una caricia al bebé en su cabeza.
Así el bebé panda y Zeinab estuvieron jugando con sus manos y los papás de ambos bebés admiraban lo bien que sus hijos se entendían. Hola niñas dijo la mamá panda. Nosotros somos osos y también somos mamíferos y de adultos nos alimentamos de bambú. ¿Qué es eso? Preguntó Leila. Son unas ramas con hojas que nos sirven de comida, respondió la mama oso.
Una cuidadora que pasaba por ahí vio como los bebés jugaban y les tomo una foto, luego fue a su oficina y regresó a la jaula de los panda con un hermoso oso de peluche y se lo regaló a Zeinab y a Leila le preguntó ¿Qué animal te gusto a ti mas? El camello, respondió ella. Entonces te regalaré un camello de peluche a ti. Una vez en casa, la familia entera se sentó en el jardín a disfrutar del sol y a conversar sobre lo bonito que habían pasado el día. Zeinab sentada en el césped jugaba con su oso panda de peluche mientras Leila jugaba con su camello y Jerry y su familia corrían alrededor de las niñas.
¿Qué aprendiste hoy Leila? Pregunto la mama. Muchas cosas mami, los mamíferos se alimentan de leche, Zeinab y yo somos mamíferos, las aves se alimentan de semillas y algunas de peces así como las nutrias y los leones que vienen de África comen carne cuando son adultos. ¿Y tu Zeinab, te gustaron los animalitos? Pregunto la mama y ella respondió “oso, mami”. Desde ese día en el cual Leila descubrió que podía escuchar y entender a los animalitos, su familia y la de Jerry la ardilla empezaron a compartir momentos muy divertidos y llenos de alegría.
Zeinab empezó a ir al colegio y a hablar más y sus papis y toda la familia comparten los momentos de felicidad que les dan las niñas.
Juan Carlos Santiesteban
Compartir de corazón
La señorita Adriana era maestra jardinera en una escuela ubicada en un barrio humilde. Le apasionaba su trabajo y lo realizaba con entusiasmo. Se preocupaba por cada niño en particular y conocía a sus familias. Adriana los esperaba cada mañana con una sorpresa: un títere, un muñeco nuevo para la sala, un cuento, una canción... Cada día era algo diferente.
Los niños entraban felices al salón. A media mañana, la cocinera de la escuela llegaba con el carrito. Los chicos escuchaban el ruido de las rueditas y corrían a colocar sobre las mesas el plato y el vaso. Cuando la cocinera abría la puerta, ya estaban sentados y la recibían con un gran aplauso. Ella les dejaba una jarra con mate cocido, leche calentita y algo para comer. También en ese aspecto, cada día había algo distinto: alfajores, galletitas, pan recién salido del horno, facturas... Chicas y chicos tomaban con muchas ganas la leche, especialmente los días de frío, y comían todo lo que les daban. Adriana los ayudaba para que no se cayera nada y se alimentaran bien. Siempre se asombraba porque Martín comía más rápido que los demás a pesar de ser muy flaquito y pequeño. En su rostro sobresalía una sonrisa enorme que no se borraba ni cuando jugaban a poner cara de enojados. Adriana pensaba que era extraño que comiera tan rápido porque no parecía ser de los chicos a los que les gustara mucho comer. La leche la tomaba de a poquito y, si algún día sobraba y podía repetir, era uno de los que siempre lo hacía. Cierta vez, Adriana llevó caramelos para repartir a la salida. A medida que los despedía, les ponía uno en el bolsillo. Cuando le tocó a Martín, se dio cuenta de que tenía guardado el sándwich que le habían dado a la hora de la merienda. No dijo nada pero empezó a observar con más atención lo que hacía Martín y descubrió que nunca se comía lo que le daban. Si era un alfajor, le sacaba el papel para que ella creyera que se lo había comido, pero lo guardaba para llevarlo a la casa. Entonces, Adriana se acercó a la mamá de Martín a la hora de la salida. Le preguntó si Martín se comía lo que llevaba a su casa en el bolsillo. La mamá la miró visiblemente asombrada y respondió que no, que Martín le había dicho que la cocinera siempre le daba dos cosas, una para él, que se la comía en la escuela, y otra para su hermanito más chico, que se quedaba en la casa al cuidado de una vecina. Todos los días, Martín le daba lo que llevaba de la escuela. A Adriana se le hizo como un nudo en la garganta, no pudo decir una palabra y de inmediato entendió lo que estaba ocurriendo. Esa tarde no dejó de pensar en qué podía hacer con esa situación. Al día siguiente, a la hora de repartir las cosas de la merienda, Adriana fue entregando un paquete de galletitas para cada uno y, sin que vieran los demás, puso otro paquetito en el bolsillo de Martín. El niño agradeció en silencio y disimuladamente con una enorme sonrisa. Pero la sonrisa fue más grande todavía cuando abrió el paquete y comió las galletitas mientras acariciaba en su bolsillo lo que iba a darle a su hermano. Y así fue, todos los días del año.
María Inés Casalá y Juan Carlos Pisano
La araña y la viejecita.
En una casita, en lo alto de una montaña, vivía hace tiempo una viejecita muy buena y cariñosa.
Tenía el pelo blanco y la piel de su cara era tan clara como los rayos del sol.
Estaba muy sola y un poco triste, porque nadie iba a visitarla.
Lo único que poseía era un viejo baúl y la compañía de una arañita muy trabajadora, que siempre le acompañaba cuando tejía y hacía labores.
La pequeña araña, conocía muy bien cuando la viejecita era feliz y cuando no.
Desde muy pequeña la observaba y había aprendido tanto de ella que pensó que sería buena idea intentar que bajara al pueblo para hablar con los demás. Así aprenderían todo lo que ella podía enseñarles.
Ella les enseñaría a ser valientes cuando estén solos, a ser fuertes para vencer los problemas de cada día y algo muy, muy importante a crear ilusiones, sueños, fantasías.
Las horas pasaban junto a la chimenea y las dos se entretenían bordando y haciendo punto.
La viejecita, apenas podías sostener las madejas y los hilos en sus brazos.
¡Qué cansada me siento!, ¡Me pesan mucho estas agujas!. Decía la ancianita.
La arañita, la mimaba y la sonreía.
Un día, la araña, pensó que ya había llegado el momento de poner en práctica su idea.
¿Sabes, lo que haremos?. ¡Iremos al mercado a vender nuestras labores!. ¡Así, ganaremos dinero y podremos ver a otras personas y hablar con ellas!.
La anciana no estaba muy convencida.
¡Hace mucho tiempo que no hablo con nadie!. Dijo: la anciana.
¿Crees que puede importarle a alguien lo que yo le diga?.
¡Claro que sí!. ¡Verás como nos divertimos!.
Se pusieron en marcha, bajaron despacito, como el que no quiere perder ni un minuto de la vida.
Iban admirando el paisaje, los árboles, las flores y los pequeños animalitos que veían por el camino.
Llegaron al mercado y extendieron sus bordados sobre una gran mesa.
Todo el mundo se paraba a mirarlos. ¡Eran tan bonitos!.
La gente les compró todo lo que llevaban. ¡Además hicieron buenos amigos!.
Enseguida, los demás, se dieron cuenta de la gran persona que era la viejecita y le pedían consejo sobre sus problemillas.
Al principio, le daba un poco de vergüenza que todo el mundo, la preguntara cosas. Pero poco a poco descubrió el gran valor que tienen las palabras y cómo muchas veces una palabra ayuda a superar las tristezas.
Palabras llenas de cariño como:
¡Animo, adelante, puedes conseguirlo!. ¡Confía en ti, cree en ti!.
Ella también aprendió ese día, que las cosas que sentimos en el corazón, debemos sacarlas fuera, quizá los otros puedan aprovecharlas para su vida.
La arañita le decía a la anciana: ¡Deja volar tus sentimientos, se alegre, espontánea, ofrece siempre lo mejor de ti!.
La viejecita y la araña partieron hacia su casita de la montaña.
Siguieron haciendo bordados y bordados.
Trabajaban mucho y cuando llegaba la noche la araña se iba a su rinconcito a dormir. La anciana se despedía de ella y le decía: ¡Gracias por ser mi amiga!.
¡Un amigo, es más valioso que joyas y riquezas, llora y ríe contigo y también sueña!.
Mientras sentía estos pensamientos, la viejecita se iba quedando dormida, sus ojos cansados se cerraron y la paz brilló en su cara.
La luna les acompañaba e iluminaba la pequeña casita y nunca, nunca estaban solas. Más allá, muy lejos, sus seres queridos velaban sus sueños.
Marisa Moreno, Spain
El ciempiés bailarín.
Jimmy el ciempiés, vivía cerca de un hormiguero.
Su gran afición era bailar. Tenía unas patitas ágiles como las plumas.
Le encantaba subirse encima del hormiguero y empezar a taconear.
Jimmy cantaba: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailador!
Era muy molesto oír tantos pies, retumbando y retumbando sobre el techo del hormiguero.
Las hormigas asustadas salían para ver lo que ocurría.
El ciempiés seguía cantando: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailador!.
¡Otra vez Jimmy!. decía: la hormiga jefe.
¡No podemos trabajar, ni dormir!.
¡No puedes irte a otro sitio a bailar!.
La hormiga jefe ordenó a su tropa de hormigas que llevaran a Jimmy a otro lugar.
¡No, hormiga jefe!.
¡Ya me voy!. Dijo Jimmy.
Jimmy se acercó a la casa del señor topo.
Se puso al lado de la topera y vuelta a taconear.
Seguía con su canción: ¡Ya está aquí, el mejor, el más grande bailador!.
El señor topo enfadado, salió y le dijo: ¡Jimmy, estoy ciego pero no sordo!.
¿No puedes ir a otro sitio a bailar?.
Jimmy estaba un poco triste, porque en todas partes molestaba.
Cogió sus maletas y se marchó de allí.
Empezó a caminar y caminar, hasta que estaba tan cansado que no tuvo más remedio que descansar.
Se quedó dormido bajo un árbol.
Cuando despertó al día siguiente, estaba en un campo lleno de flores.
¡Este será mi nuevo hogar! : dijo el ciempiés.
Tanto se entusiasmo Jimmy, que no se dio cuenta que un gran cuervo estaba justo encima de él, en el árbol.
Jimmy se puso a taconear con tanta alegría que llamó la atención del cuervo.
El cuervo inclinó el cuello y vió a Jimmy taconeando.
¡Pobre Jimmy!.
El pájaro se lanzó sobre él, con gran rapidez.
Abrió su bocaza y cogió al ciempiés.
El ciempiés gritaba: ¡Socorro, socorro!.
Un cazador, que andaba por allí, observo, al cuervo volando.
No le gustaban mucho los cuervos, pues él creía que le daban mala suerte.
Hizo un disparo al aire para asustarlo. El cuervo soltó al ciempiés.
Al caer, el ciempiés se dio un gran batacazo.
Esto le sirvió de lección. Aprendió a ser más responsable y fijarse bien dónde se ponía a bailar.
Buscó un lugar seguro y allí danzaba y bailaba.
No molestaba a nadie ni a él, le molestaban.
Así fue como el ciempiés empezó a ser respetado por todos.
Marisa Moreno, Spain
El reloj perezoso.
Dan las cuatro en el reloj.
¡Otra vez se ha dormido este perezoso! Gritaba: Doña Ardilla.
¡Nunca llegaré a tiempo de recoger mis nueces!
¡Lo siento! Dijo: Ding Dong.
¡Hacía tanto frío fuera y yo estaba tan calentito aquí dentro que me dormí!.
Ding Dong era un pequeño reloj de cuco, que Doña Ardilla compró en la Feria Anual del Bosque; donde todos los animalitos venden y compran cientos de cosas que los humanos tiran.
Ellos se encargan de arreglarlas.
Allí se encuentran: estufas, lámparas, relojes, percheros, ollas, pucheros, mesas, sillas y todo lo que puedas imaginar.
Fue allí, donde Doña Ardilla encontró a Ding Dong.
Las gotas de lluvia habían caído sobre el asustado reloj y la nieve lo había vestido con un traje blanco. Le temblaban las manecillas y estaba tiritando de frío.
Doña Ardilla lo cogió en sus manitas, le quitó la nieve y se lo llevó a
Su casita.
Le arropó con una manta para calentarlo y le dio una tacita de té.
El reloj no funcionaba bien, siempre atrasaba, pero la ardillita se encariñó con él.
De vez en cuando Ding Dong, le contaba historias de los humanos a Doña Ardilla. Pero siempre terminaba diciendo que prefería estar con ella, pues algunas veces era muy difícil entender a los hombres.
Ding Dong le decía: ¡Un día te quieren mucho!, ¡Otro día no te quieren nada!
El reloj se acostumbró a vivir en el árbol de la ardilla y fue muy feliz.
Marisa Moreno
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2 comentarios:
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