LOS SUEÑOS
El hada más hermosa ha sonreído
al ver la lumbre de una estrella pálida,
que en hilo suave, blanco y silencioso
se enrosca al huso de su rubia hermana.
Y vuelve a sonreír porque en su rueca
el hilo de los campos se enmaraña.
Tras la tenue cortina de la alcoba
está el jardín envuelto en luz dorada.
La cuna, casi en sombra. El niño duerme.
Dos hadas laboriosas lo acompañan,
hilando de los sueños los sutiles
copos en ruecas de marfil y plata.
Autor: Antonio Machado
LA PRIMAVERA BESABA...
La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
-recordé-, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!
Autor del poema: Antonio Machado
Semilla
Semillita, semillita,
que en la tierra se cayó
y dormidita, dormidita
en seguida se quedó.
¿Dónde está la dormilona?
un pequeño preguntó
y las nubes respondieron:
una planta ya nació.
Semillita, semillita,
que recibiste calor
para dar una plantita,
muchas hojas y una flor.
Autora: Haydé G. de Guacci
Mi reloj
Tic-tac, tic- tac
suena suena ese reloj
tic- tac, tic- tac
suena suena sin parar.
A las ocho me levanto
tic-tac, tic- tac,
a las nueve entro en el cole
y me pongo a trabajar.
Tic –tac, tic –tac
ya salimos al recreo…
¡Vamos todos a jugar!
Tic- tac, tic- tac
las agujas andan, corren
y yo las veo girar
corriendo por el reloj
hasta que llega la noche
tic- tac, tic- tac
hasta que llega la noche
y me tengo que acostar.
María A. Domínguez
Las Letras Bailonas
Si digo la a,
¡me pongo a saltar!
Si digo la e
¡bailo al revés!
Si aprendo la i
¡me quito de aquí!
Si digo la o,
¡me doy un revolcón!
Y si aprendo la u,
¡lo que quieras tú!
María A. Domínguez
EL PEZ ARCOIRIS
Marcus Pfister
En alta mar, en un lugar muy muy lejano, vivía un pez. Pero no se trataba de un pez cualquiera. Era el pez más hermosos de todo el océano. Su brillante traje de escamas tenía todos los colores del arco iris.
Los demás peces admiraban sus preciosas escamas y le llamaban “el pez Arcoiris”.
¡Ven, pez Arcoiris! ¡Ven a jugar con nosotros! –le decían. Pero el pez Arcoiris ni siquiera les contestaba, y pasaba de largo con sus escamas relucientes.
Pero un día, un pececito azul quiso hablar con él.
¡Pez Arcoiris, pez Arcoiris! –le llamó- Por favor, ¿me regalas una de tus brillantes escamas? Son preciosas, ¡y como tienes tantas . . . ¡
¿Qué te regale una de mis escamas? ¡Pero tú qué te has creído! –gritó enfadado el pez Arcoiris- ¡Venga, fuera de aquí!
El pececito azul se alejó muy asustado. Cuando se encontró con sus amigos, les dijo lo que le había contestado el pez Arcoiris. A partir de aquel día nadie quiso volver a hacerle caso, y ya ni le miraban; cuando se acercaba a ellos, todos le daban la espalda.
¿De qué le servían ahora al pez Arcoiris sus brillantes escamas, si nadie le miraba? Ahora era el pez más solitario de todo el océano. Un día, Aroiris le preguntó a la estrella de mar:
¡Con lo guapo que soy . . .! ¿por qué no le gusto a nadie?
No lo sé –le contestó la estrella de mar-. Pregúntale al pulpo Octopus, que vive en la cueva que hay detrás del banco de coral. A lo mejor él tiene la respuesta.
El pez Arcoiris encontró la cueva. Era tan oscura que casi no se veía nada. Pero, de pronto, en medio de la oscuridad, se encontró con dos ojos brillantes que lo miraban.
Te estaba esperando –le dijo Octopus con una voz muy profunda-. Las olas me han contado tu historia. Escucha mi consejo: regala a cada pez una de tus brillantes escamas. Entonces, aunque ya no seas el pez más hermosos del océano, volverás a estar muy contento.
Pero . . . Cuando el pez Arcoiris quiso contestarle, Octopus ya había desaparecido.
“¿Qué regale mis escamas? ¿Mis preciosas escamas brillantes? –pensó el pez Arcoiris, horrorizado. ¡De ninguna manera! ¡No! ¿Cómo podría ser feliz sin ellas?”
De pronto, sintió que alguien le rozaba suavemente con una aleta. ¡Era otra vez el pececito azul!
Pez Arcoiris, por favor, ¡no seas malo! Dame una de tus escamas brillantes, ¡aunque sea una muy, muy pequeñita! El pez Arcoiris dudó por un momento. “Si le doy una escama brillante muy pequeñita –pensó-, seguro que no la echaré de menos.”
Con mucho cuidado, para no hacerse daño, el pez Arcoiris arrancó de su traje la escama brillante más pequeña de todas.
¡Toma, te la regalo! ¡Pero ya no me pidas más! ¿eh?
¡Muchísimas gracias! –contestó el pececito azul, loco de alegría-. ¡Qué bueno eres, pez Arcoiris! El pez Arcoiris se sentía muy raro. Siguió con la mirada al pececito azul durante un buen rato, viendo cómo se alejaba, haciendo zig-zags, y deslizándose como un rayo en el agua con su escama brillante.
Al cabo de un rato, el pez Arcoiris se vio rodeado de muchos otros peces que también querían que les regalase una escama brillante. Y, ¡quién lo iba a decir! Arcoiris repartió sus escamas entre todos los peces. Cada vez estaba más contento. ¡Cuánto más brillaba el agua a su alrededor, más feliz se sentía entre los demás peces!
Al final, sólo se quedó con una escama brillante para él. ¡había regalado todas las demás! ¡Y era feliz! ¡tan feliz como jamás lo había sido!
¡Ven pez Arcoiris, ven a jugar con nosotros! –le dijeron todos los peces.
¡Ahora mismo voy! –les contó el pez. Artcoiris, y se fue contentísimo a jugar con sus nuevos amigos.
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