cuentos
1- Platero y Yo
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.
Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florcillas rosas, celestes y gualdas...
Lo llamo dulcemente “¿platero?”, y viene a mi con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé que cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas, mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despacosos, se quedan mirándolo:
- tiene acero...
tiene acero. Cero y plata de luna, al mismo tiempo.
Autor: Juan Ramón Jimenez
2-La isla de las dos caras:
La tribu de los mokokos vivía en el lado malo de la isla de las dos caras. Los dos lados, separados por un gran acantilado, eran como la noche y el día. El lado bueno estaba regado por ríos y lleno de árboles, flores, pájaros y comida fácil y abundante, mientras que en el lado malo, sin apenas agua ni plantas, se agolpaban las bestias feroces. Los mokokos tenían la desgracia de vivir allí desde siempre, sin que hubiera forma de cruzar. Su vida era dura y difícil: apenas tenían comida y bebida para todos y vivían siempre aterrorizados por las fieras, que periódicamente devoraban a alguno de los miembros de la tribu.
La leyenda contaba que algunos de sus antepasados habían podido cruzar con la única ayuda de una pequeña pértiga, pero hacía tantos años que no crecía un árbol lo suficientemente resistente como para fabricar una pértiga, que pocos mokokos creían que aquello fuera posible, y se habían acostumbrado a su difícil y resignada vida, pasando hambre y soñando con no acabar como cena de alguna bestia hambrienta.
Pero quiso la naturaleza que precisamente junto al borde del acantilado que separaba las dos caras de la isla, creciera un árbol delgaducho pero fuerte con el que pudieron construir dos pértigas. La expectación fue enorme y no hubo dudas al elegir a los afortunados que podrían utilizarlas: el gran jefe y el hechicero.
Pero cuando estos tuvieron la oportunidad de dar el salto, sintieron tanto miedo que no se atrevieron a hacerlo: pensaron que la pértiga podría quebrarse, o que no sería suficientemente larga, o que algo saldría mal durante el salto... y dieron tanta vida a aquellos pensamientos que su miedo les llevó a rendirse. Y cuando se vieron así, pensando que podrían ser objeto de burlas y comentarios, decidieron inventar viejas historias y leyendas de saltos fallidos e intentos fracasados de llegar al otro lado. Y tanto las contaron y las extendieron, que no había mokoko que no supiera de la imprudencia e insensatez que supondría tan siquiera intentar el salto. Y allí se quedaron las pértigas, disponibles para quien quisiera utilizarlas, pero abandonadas por todos, pues tomar una de aquellas pértigas se había convertido, a fuerza de repetirlo, en lo más impropio de un mokoko. Era una traición a los valores de sufrimiento y resistencia que tanto les distinguían.
Pero en aquella tribu surgieron Naru y Ariki, un par de corazones jóvenes que deseaban en su interior una vida diferente y, animados por la fuerza de su amor, decidieron un día utilizar las pértigas. Nadie se lo impidió, pero todos trataron de desanimarlos, convenciéndolos con mil explicaciones de los peligros del salto.
- ¿Y si fuera cierto lo que dicen? - se preguntaba el joven Naru.
- No hagas caso ¿Por qué hablan tanto de un salto que nunca han hecho? Yo también tengo un poco de miedo, pero no parece tan difícil -respondía Ariki, siempre decidida.
- Pero si sale mal, sería un final terrible – seguía Naru, indeciso.
- Puede que el salto nos salga mal, y puede que no. Pero quedarnos para siempre en este lado de la isla nos saldrá mal seguro ¿Conoces a alguien que no haya muerto devorado por las fieras o por el hambre? Ese también es un final terrible, aunque parezca que nos aún nos queda lejos.
- Tienes razón, Ariki. Y si esperásemos mucho, igual no tendríamos las fuerzas para dar este salto... Lo haremos mañana mismo
Y al día siguiente, Naru y Ariki saltaron a la cara buena de la isla. Mientras recogían las pértigas, mientras tomaban carrerilla, mientras sentían el impulso, el miedo apenas les dejaba respirar. Cuando volaban por los aires, indefensos y sin apoyos, sentían que algo había salido mal y les esperaba una muerte segura. Pero cuando aterrizaron en el otro lado de la isla y se abrazaron felices y alborotados, pensaron que no había sido para tanto.
Y mientras corrían a descubrir su nueva vida, pudieron escuchar a sus espaldas, como en un coro de voces apagadas:
- Ha sido suerte
- Yo pensaba hacerlo mañana
- ¡Qué salto tan malo! Si no llega a ser por la pértiga...
Y comprendieron por qué tan pocos saltaban, porque en la cara mala de la isla sólo se oían las voces resignadas de aquellas personas sin sueños, llenas de miedo y desesperanza, que no saltarían nunca...
Autor.. Pedro Pablo Sacristán
3- Los diez amigos.
Había una vez un dedo tan chiquitito que se llamaba meñique.
Tenía cuatro hermanos que se llamaban Anular, Medio, Índice y Pulgar.
Meñique era muy travieso (cuando quería divertirse nadie lo paraba) y vivía metiendose donde nadie lo llamaba.
Un día tuvo una idea brillante:
-¿qué les parece si nos disfrazamos?
Y agrego con voz de pito: -¡yo voy a ser un enanito!
- ¡yo quiero ser el rey!
- - grito Anular, y se puso los anillos de oro que tanto les gustaba usar.
- ¡yo voy a ser un soldado!
- Dijo Medio, y se puso un dedal en la cabeza que parecía un casco blindado.
- ¡yo quiero ser el guía!
- Dijo Índice, porque le encantaba señalar para donde iba.
- Esta bien – dijo Pulgar, con voz de trueno – yo voy a ser el malo. Y puso cara de villano: - ahora prepárense!.
Y, dicho esto, atrapó a sus cuatro hermanos en lo hondo de la mano.
- ¡a ver como consiguen escaparse de esta prisión!
Entonces se oyó una orden:
-¡Basta!
¡salta a tus hermanos!
¡En una mano cerrada pueden morir sofocados!
- ¿y ustedes quienes son?
- Dijo pulgar, con voz de villano
- ¿nosotros? Somos los dedos de la otra mano.
- A mi me dicen Mínimo
- Dijo el más bajito.
- Y a mí tu-vecino
- Dijo el que estaba al ladito.
- Yo soy Gigantón
- Dijo el grandote que estaba ubicado justo en el medio de la mano.
- Yo soy prueba-tortas
- Dijo uno que tenía cara de catador del dulce de leche y del merengue de las tortas.
- Y yo soy Mata-Piojos
- Dijo el gordito que tenía nombre, voz y cara de maldito.
- ¡ mucho gusto!
- Dijeron todos, y se fueron saludando.
- ¿a qué podemos jugar?
- Preguntaron después, a caro.
- ¡yo quiero jugar a la mancha!
- ¡yo quiero tocar el piano!
- ¡o quiero inventar!
Todos tenían mil ideas y hablaban sin parar.
Pero el jefe de la pandilla hizo callar a todos.
- ¡hagamos algo en conjunto! Los dedos de una mano y los de la otra, todos juntos.
- ¿por qué preocuparse tanto para elegir algún juego?.
Basta ponerse de acuerdo del más rápido al más lerdo.
Tengo una idea maravillosa: ¡Juguemos a cualquier cosa!
Autor: Ziraldo.
4- El Hacedor de pájaros
dicen que hace mucho, mucho tiempo, el mundo era una roca sin vida.
Entonces llegaron los Hacedores.
Unos dicen que eran magos, otros sabios señores. Inventores. Hechiceros. O simples artesanos.
Con sus manos hábiles y preciosas hacían cosas maravillosas.
Había Hacedores de fuegos, Hacedores de azufre de carbón y de sal. Había Hacedores de flores, de árboles frutales y paisajes matinales. También Hacedores de fieras, de insectos, de arañas y caracolas.
Todo lo hacían, todo lo creaban, todo lo nacían.
El Hacedor de pájaros hacia pájaros.
Aves bellas y majestuosas de largas plumas de mil colores. Grises gorriones de vuelo tímido. Nerviosos colibríes. Lánguidas cigüeñas. Esbeltos cisnes. Y muchos más.
Amaba a sus creaciones como si fueran sus propios hijos. Diseñaba sus formas y sus vuelos con sumo cuidado y memorizaba cada uno de ellos. Sin olvidar ninguno jamás.
Así los conocía. Por su tamaño, por su forma y por su forma de volar.
Fueron pasando los años y el Hacedor de Pájaros fue haciéndose más y más viejo...
Un día despertó sin ver. Sus ojos se habían apagado. De tanto trabajar. De tanto mirar.
-¿cómo veré a mis hijos? –lloraba
- ¿cómo distinguiré a mis pájaros? –se lamentaba y sólo el viento lo escuchaba.
Corrió el viento a hablar con su amigo, el Hacedor de Música, y le contó lo que había oído. El Hacedor de Música, conmovido, decidió visitar al artesano pajarero. Partió rodeado de dulces tonadas y amables melodías.
- Supe de tu pena –dijo el Hacedor de Música, -¿puedo ayudarte de algún modo?
- ¿cómo veré a mis pájaros?, ¿cómo los distinguiré?, ¿cómo sabré cuando vienen y cuando van? –se desahogó el ciego.
El otro pensó y pensó hasta que llegó una idea.
Con notas, silencios y sonidos tejió durante toda la noche y, a la mañana, convocó a todas las aves. Una vez reunidas le obsequió a cada una un canto propio, diferente, perfecto...
Ahora, cuando cae la tarde, el Hacedor de Pájaros y el Hacedor de Música pasean lado a lado, bajo los árboles frutales...
Escuchando a los pájaros, viendo sus cantos. Sintiendo a la música volar.
Autor: Fernando González.
5- La Cigarra y la Hormiga
Que feliz era la cigarra en verano! El sol brillaba, las flores desprendían su aroma embriagador y la cigarra cantaba y cantaba. El futuro no le preocupaba lo más mínimo: el cielo era tan azul sobre su cabeza y sus canciones tan alegres... Pero el verano no es eterno.
Una triste mañana, la señora cigarra fue despertada por un frío intenso; las hojas de los árboles se habían puesto amarillas, una lluvia helada caía del cielo gris y la bruma le entumecía las patas.
¿Que vá a ser de mí? Este invierno cruel durará mucho tiempo y moriré de hambre y frío, se decía.
¿Por que no pedirle ayuda a mi vecina la hormiga?.
Y luego pensó:
¿Acaso tuve tiempo durante el verano de almacenar provisiones y construirme un refugio? Claro que no, tenía que cantar. Pero mi canto no me alimentará.
Y con el corazón latiéndole a toda velocidad, llamó a la puerta de la hormiga.
¿Que quieres? preguntó ésta cuando vio a la cigarra ante su puerta.
El Campo estaba cubierto por un espeso manto de nieve y la cigarra contemplaba con envidia el confortable hogar de su vecina; sacudiendo con dolor la nieve que helaba su pobre cuerpo, dijo lastimosamente:
Tengo hambre y estoy aterida de frío.
La hormiga respondió maliciosamente:
¿Que me cuentas? ¿Que hacías durante el verano cuando se encuentran alimentos por todas partes y es posible construir una casa?
Cantaba y cantaba todo el día, respondió la cigarra.
¿Y qué? interrogó la hormiga.
Pues ... nada, murmuró la cigarra.
¿Cantabas? Pues, ¿por que no bailas ahora?
Y con esta dura respuesta, la hormiga cerró la puerta, negando a la desdichada cigarra su refugio de calor y bienestar.
POEMAS
1- Arco iris
Mario Benedetti
A veces
por supuesto
usted sonríe
y no importa lo linda
o lo fea
lo vieja
o lo joven
lo mucho
o lo poco
que usted realmente
sea
sonríe
cual si fuese
una revelación
y su sonrisa anula
todas las anteriores
caducan al instante
sus rostros como máscaras
sus ojos duros
frágiles
como espejos en óvalo
su boca de morder
su mentón de capricho
sus pómulos fragantes
sus párpados
su miedo
sonríe
y usted nace
asume el mundo
mira
sin mirar
indefensa
desnuda
transparente
y a lo mejor
si la sonrisa viene
de muy
de muy adentro
usted puede llorar
sencillamente
sin desgarrarse
sin desesperarse
sin convocar la muerte
ni sentirse vacía
llorar
sólo llorar
entonces su sonrisa
si todavía existe
se vuelve un arco iris.
2- con la primavera
José Martí
Con la primavera
Viene la canción,
La tristeza dulce
Y el galante amor.
Con la primavera
Viene una ansiedad
De pájaro preso
Que quiere volar.
No hay cetro más noble
Que el de padecer:
Sólo un rey existe:
El muerto es el rey.
3- Mariposa de otoño
Pablo Neruda
La mariposa volotea
y arde —con el sol— a veces.
Mancha volante y llamarada,
ahora se queda parada
sobre una hoja que la mece.
Me decían: —No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.
Yo tampoco decía nada.
Y pasó el tiempo de las mieses.
Hoy una mano de congoja
llena de otoño el horizonte.
Y hasta de mi alma caen hojas.
Me decían: —No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.
Era la hora de las espigas.
El sol, ahora,
convalece.
Todo se va en la vida, amigos.
Se va o perece.
Se va la mano que te induce.
Se va o perece.
Se va la rosa que desates.
También la boca que te bese.
El agua, la sombra y el vaso.
Se va o perece.
Pasó la hora de las espigas.
El sol, ahora, convalece.
Su lengua tibia me rodea.
También me dice: —Te parece.
La mariposa volotea,
revolotea,
y desaparece.
4- Árbol de canción
Federico García Lorca
Caña de voz y gesto,
una vez y otra vez
tiembla sin esperanza
en el aire de ayer.
La niña suspirando
lo quería coger;
pero llegaba siempre
un minuto después.
¡Ay sol! ¡Ay luna, luna!
Un minuto después.
Sesenta flores grises
enredaban sus pies.
Mira cómo se mece
una vez y otra vez,
virgen de flor y rama,
en el aire de ayer.
5- El lagarto esta llorando
Federico garcía Lorca.
El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer
su anillo de desposados.
¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!
Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.
El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.
¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay, cómo lloran y lloran,
¡ay! ¡ay! cómo están llorando!
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1 comentario:
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