Estábamos a veinte cuadras de casa, mirando una vidriera, y mi mujer dijo:
-Estoy de tacos, Fabián, no puedo seguir caminando, ¿falta mucho?
-Tomamos un taxi-, propuse.
-Un taxi es tirar el dinero.
-Bueno, un ómnibus.
-No voy a cambiar una incomodidad localizada por una incomodidad general
-Entonces, es evidente- dije la palabra con toda intención- lo mejor es tomar un taxi.
-Lo mejor suele no ser completamente bueno –dijo ella- y viajar de ese modo es derrochar. Basta comparar esa mala inversión con cualquier otra más sensata. Por ejemplo, en nuestro caso, entramos en una zapatería –justamente estábamos parados frente a una vidriera llena de zapatos- y me compro mocasines. ¡Esos! – y señaló radiante- Claro –agregó con toda razón- a primera vista cuestan cuatro veces más de lo que costaría un taxi.
-Evidente- repetí yo con una sonrisa de triunfo.
-¡Pero querido! –siguió ella- para ver el sofismo de ese razonamiento basta con pensar que durante una semana hacemos todas las tardes este mismo paseo. Ahorraríamos tres veces más de lo que sale un viaje en taxi y por si fuera poco habríamos ganado un lindo par de zapatos.
Yo no terminé de entender, pero en la duda entramos y se compró los mocasines, mientras yo comprobaba la exactitud de su razonamiento; para una semana: viajes en taxi (siete, a $15 cada uno) $105; mocasines: $60. Ganancias: $45; más el valor de los zapatos. Le propuse comprar un par todos los lunes y con el producido pagar la cuota del televisor.
Carlos Maggi. “Cuentos del humoramor” Ed. Arca, 1967.
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