jueves, 25 de agosto de 2011

Antología Cecilia Cardozo 2° B Poemas y cuentos


“Pegajosos, lindos pegajosos”
Antonio Machado



Pegasos, lindos pegasos,
caballitos de madera…

Yo conocí siendo niño,
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.

En el aire polvoriento
chispeaban las candelas,
y la noche azul ardía
toda sembrada de estrellas.

¡Alegrías infantiles
que cuestan una moneda
de cobre, lindos pegasos,
caballitos de madera!.

“La gallina de los Huevos de oro”
Félix María Samaniego

Aun con tanta mala ganancia contento,
quiso el rico avariento
descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro.

Mató, abrió el vientre de contado;
pero, después de haberla registrado,
¿Qué sucedió? que muerta la Gallina,
perdió su huevo de oro y no halló la mina.

¡Cuántos hay que teniendo lo bastante
enriquecerse quieren al instante,
abrazando proyectos
a veces de tan rápidos efectos
que sólo en pocos meses,
cuando se contemplaban ya marqueses,
contando sus millones,
se vieron en la calle sin calzones.






“La naranja”
Emerson klappenbach

Las uvas son de los dedos
como las teclas del piano.
Las tomamos una a una.
Son las teclas del verano.
Pero en cambio la naranja
La naranja es de las manos.

Hay que llevar la sandía
como vasija de barro,
como si fuera su novia
con cada uno del brazo.
Pero en cambio la naranja
va con todos de la mano.

Las uvas son de los solos
una a una, grano a grano.
La sandía es de los padres
como el pan y su reparto.
Pero en cambio la naranja
la reparten los hermanos.

Todas las frutas del mundo
tienen tamaños humanos.
Unas son para los dedos,
otras para los brazos.
Las naranjas eligieron
tener forma de regalo.




“A Rocha”
Carlos Alberto Irigaray

Donde nace mi sol uruguayo
marginado por playas sin par,
vive Rocha entre verdes palmares
acuñada por cantos del mar.


La presencia de España perdura,
la que Rocha jamás perderá,
en los fuertes, los faros y pueblos
y en el giro rochence al hablar.

Cantemos a Rocha,
a Santa Maria,
la hermosa Paloma
de gran atracción;
a la Coronilla,
Lascano y Castillos,
laguna y costas
colmadas de sol.

Cantemos a Rocha,
al Cabo Polonio,
a Santa Teresa
y al gran San Miguel.
¡Que viva la pesca
de los tiburones,
de los camarones
y del pejerrey!


“La Pobre Viejita”
Rafael Pombo

Érase una viejecita
Sin nadita que comer
Sino carnes, frutas, dulces,
Tortas, huevos, pan y pez
Bebía caldo, chocolate,
Leche, vino, té y café,
Y la pobre no encontraba
Qué comer ni qué beber.

Y esta vieja no tenía
Ni un ranchito en que vivir
Fuera de una casa grande
Con su huerta y su jardín

Nadie, nadie la cuidaba
Sino Andrés y Juan Gil
Y ocho criados y dos pajes
De librea y corbatín

Nunca tuvo en qué sentarse
Sino sillas y sofás
Con banquitos y cojines
Y resorte al espaldar

Ni otra cama que una grande
Más dorada que un altar,
Con colchón de blanda pluma,
Mucha seda y mucho olán.

Y esta pobre viejecita
Cada año, hasta su fin,
Tuvo un año más de vieja
Y uno menos que vivir

Y al mirarse en el espejo
La espantaba siempre allí
Otra vieja de antiparras,
Papalina y peluquín.

Y esta pobre viejecita
No tenía que vestir
Sino trajes de mil cortes
Y de telas mil y mil.

Y a no ser por sus zapatos,
Chanclas, botas y escarpín,
Descalcita por el suelo
Anduviera la infeliz

Apetito nunca tuvo
Acabando de comer,
Ni gozó salud completa
Cuando no se hallaba bien

Se murió del mal de arrugas,
Ya encorvada como un tres,
Y jamás volvió a quejarse
Ni de hambre ni de sed.

Y esta pobre viejecita
Al morir no dejó más
Que onzas, joyas, tierras, casas,
Ocho gatos y un turpial

Duerma en paz, y Dios permita
Que logremos disfrutar
Las pobrezas de esa pobre
Y morir del mismo mal.











Cuentos:

“EL AVE EXTRAORDINARIA”
LEONARDO DA VINCI
Hace mucho tiempo, un viajero recorrió medio mundo en busca del ave extraordinaria.
Aseguraban los sabios que lucía el plumaje más blanco que se pudiera imaginar.
Decían además que sus plumas parecían irradiar luz, y que era tal su luminosidad que nunca nadie había visto su sombra.
¿Dónde encontrarla? Lo ignoraban. Desconocían hasta su nombre.
El viajero recorrió el bosque, la costa, la montaña.
Un día, junto al lago, distinguió un ave inmaculadamente blanca.
Se acercó con sigilo, pero ella sintió su presencia y levantó vuelo.
Su sombra voladora se dibujó sobre las aguas del lago.
"Es sólo un cisne" se dijo entonces el viajero, recordando que el ave extraordinaria no tenía sombra.
Algún tiempo después, en el jardín de un palacio, vio un ave bellísima.
Estaba en una gran jaula de oro y su plumaje resplandecía en el sol.
El guardián del jardín adivinó lo que pensaba y le advirtió:
-Es sólo un faisán blanco, no es lo que buscas.
El viajero incansable recorrió muchas tierras, países, continentes...
Llegó hasta el Asia y allí, en un pueblo, conoció a un anciano que dijo saber dónde se encontraba el ave extraordinaria.
Juntos escalaron una montaña.
Cerca de la cumbre, vieron al gran pájaro incomparable.
Sus plumas, esplendorosamente blancas, irradiaban una luz sin igual.
-Se llama Lumerpa -dijo el anciano-. Cuando muere, la luz de su plumaje no se apaga. Y si alguien le quita entonces una pluma, ésta pierde al momento su blancura y su brillo.
Allí terminó la búsqueda.
El viajero volvió a su tierra, feliz, como si una parte de aquel resplandor lo iluminara por dentro.
Y aseguró que el plumaje de Lumerpa era como la fama bien ganada y el buen nombre y honor...
...que no pueden quitarse a quien los posee y que siguen brillando aún después de la muerte

“La Sirenita”
(Hans Christian Andersean)
Había una vez...
...Un hermoso lugar, en lo más profundo de los mares donde el agua es pura y transparente como el cristal, y en ella abundan las plantas, las flores y los peces de formas extraordinarias.
Allí existía un esplendoroso palacio que pertenecía al Rey de los Mares. Estaba realizado de coral y de caracolas y adornado con perlas de todos tamaños, estrellas y esponjas, y allí vivía el rey junto con sus seis lindas hijitas.
Sirenita, la más joven, además de ser la más bella, poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusa al oírla dejaban de flotar. La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas. "¡OH!, ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!" "Todavía eres demasiado joven". Respondió la madre. "Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para salir a la superficie, como a tus hermanas". Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín ornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada. Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor. "¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres, Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!" Apenas su padre terminó de hablar, Sirenita le di un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer . El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida. "¡Qué hermoso es todo!" exclamó feliz, dando palmadas. Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. "¡Cómo me gustaría hablar con ellos!". Pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: "¡Jamás seré como ellos!". A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores: "¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!". La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. Sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón. La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. Sirenita se dio cuenta enseguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida. "¡Cuidado! ¡El mar...!" En vano Sirenita gritó y gritó. Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe lo tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, mientras Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo. Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar. "¡Corred! ¡Corred!" gritaba una dama de forma atolondrada. "¡Hay un hombre en la playa!" "¡Está vivo! ¡Pobrecito! ¡Ha sido la tormenta...! ¡Llevémosle al castillo!" "¡No! ¡No! Es mejor pedir ayuda..." La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas. "¡Gracias por haberme salvado!" Le susurró a la bella desconocida. Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella y no la otra, quién lo había salvado. Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡OH! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos! Cuando llegó a la mansión paterna, Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en su garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, Sirenita, nunca podría casarse con un hombre. Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla. "¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor." "¡No me importa" respondió Sirenita con lágrimas en los ojos, "a condición de que pueda volver con él!" "¡No he terminado todavía!" dijo la vieja." Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola. "¡Acepto!" dijo por último Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera. Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído. "No temas" le dijo de repente,"estás a salvo. ¿De dónde vienes?" Pero Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle. "Te llevaré al castillo y te curaré." Durante los días siguientes, para Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio. Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa. Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de Sirenita. La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo. Al caer la noche, Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas." Como en un sueño, Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma. Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!" "¿Quienes sois?" murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz "¿Dónde estáis?" "Estas con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos." Sirenita, conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las hadas le susurraban: "¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Tenemos mucho trabajo. ¿Quieres ayudarnos?
-¡Claro que quiero! -gritó con alborozo la sirenita.
Y calmada, contenta, ligera, se lanzó en seguimiento de las hijas del aire.


“La economía de la sonrisa”

Pedro Pablo Sacristan

Había una vez un rey sabio y bueno que observaba preocupado la importancia que todos daban al dinero, a pesar de que en aquel país no había pobres y se vivía bastante bien.

- ¿Por qué tanto empeño en conseguir dinero?- preguntó a sus consejeros.
- ¿Para qué les sirve?
-Parece que lo usan para comprar pequeñas cosas que les dan un poco más de felicidad - contestaron tras muchas averiguaciones.

-¿Felicidad, es eso lo que persiguen con el dinero? - y tras pensar un momento, añadió sonriente. - Entonces tengo la solución: cambiaremos de moneda.
Y fue a ver a los magos e inventores del reino para encargarles la creación de un nuevo aparato: el portasonrisas. Luego, entregó un portasonrisas con más de cien sonrisas a cada habitante del reino, e hizo retirar todas las monedas.
-¿Para qué utilizar monedas, si lo que queremos es felicidad? - dijo solemnemente el día del cambio.- ¡A partir de ahora, llevaremos la felicidad en el bolsillo, gracias al portasonrisas!
Fue una decisión revolucionaria. Cualquiera podía sacar una sonrisa de su portasonrisas, ponérsela en la cara y alegrarse durante un buen rato.
Pero algunos días después, los menos ahorradores ya habían gastado todas sus sonrisas. Y no sabían cómo conseguir más. El problema se extendió tanto que empezaron a surgir quejas y protestas contra la decisión del rey, reclamando la vuelta del dinero. Pero el rey aseguró que no volvería a haber monedas, y que deberían aprender a conseguir sonrisas igual que antes conseguían dinero.
Así empezó la búsqueda de la economía de la sonrisa. Primero probaron a vender cosas a cambio de sonrisas, sólo para descubrir que las sonrisas de otras personas no les servían a ellos mismos. Luego pensaron que intercambiando portasonrisas podrían arreglarlo, pero tampoco funcionó. Muchos dejaron de trabajar y otros intentaron auténticas locuras. Finalmente, después de muchos intentos en vano, y casi por casualidad, un viejo labrador descubrió cómo funcionaba la economía de la sonrisa.
Aquel labrador había tenido una estupenda cosecha con la que pensó que se haría rico, pero justo entonces el rey había eliminado el dinero y no pudo hacer gran cosa con tantos y tan exquisitos alimentos. Él también trató de utilizarlos para conseguir sonrisas, pero finalmente, viendo que se echarían a perder, decidió ir por las calles y repartirlos entre sus vecinos.
Aunque le costó regalar toda su cosecha, el labrador se sintió muy bien después de haberlo hecho. Pero nunca imaginó lo que le esperaba al regresar a casa, con las manos completamente vacías. Tirado en el suelo, junto a la puerta, encontró su olvidado portasonrisas ¡completamente lleno de nuevas y frescas sonrisas!
De esta forma descubrieron en aquel país la verdadera economía de la felicidad, comprendiendo que no puede comprarse con dinero, sino con las buenas obras de cada uno, las únicas capaces de llenar un portasonrisas. Y tanto y tan bien lo pusieron en práctica, que aún hoy siguen sin querer saber nada del dinero, al que sólo ven como un obstáculo para ser verdaderamente felices.

“Asamblea en la carpintería”
(Lo tengo fotocopiado)


“Choco encuentra una mamá”
Keiko Kasza (tengo el libro)

domingo, 14 de agosto de 2011

Nexos subordinantes.

En oraciones subordinadas adjetivas: que, quien, cual, cuyo (con sus variaciones en género y número)

En oraciones subordinadas sustantivas: que, el que, el hecho de que y si; los pronombres interrogativos qué, cuál, quién, precedidos o no de preposición y los adverbios interrogativos cuándo, cuánto, cómo y dónde, precedidos o no de preposición.

En oraciones subordinadas adverbiales: según el significado:

Temporales: cuando, al + infinitivo, mientras, después de que, antes de que.

Locales: donde, adonde, por donde, en donde, desde donde...

Modales o de modo: como, según, conforme, como si, de la forma, manera, modo que.

Comparativas: tan... como; más... que; menos... que.

Subordinación lógica:
Causales: porque, ya que, por + infinitivo.

Consecutivas: así que, por tanto, pues, conque, así pues, de forma, manera, modo o suerte que.

Nexos de las subordinadas concesivas: aunque, por más que, a pesar de que, con + infinitivo, pese a que.

Nexos de las subordinadas finales: para que, a fin de que, con el cometido, intención o propósito de que, para + infinitivo, a fin de + infinitivo.

Nexos de las subordinadas condicionales: si, caso que, en el caso de que, de + infinitivo, como.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Cuentos y poemas. Antología. Daniela López, 2°E




EL SAPO VERDE

Ese sapo verde
se esconde y se pierde;
así no lo besa
ninguna princesa.

Porque con un beso
él se hará princeso
o príncipe guapo;
¡y quiere ser sapo!

No quiere reinado,
ni trono dorado,
ni enorme castillo,
ni manto amarillo.

Tampoco lacayos
ni tres mil vasallos.
Quiere ver la luna
desde la laguna.

Una madrugada
lo encantó alguna hada;
y así se ha quedado:
sapo y encantado.

Disfruta de todo:
se mete en el lodo
saltándose, solo,
todo el protocolo.

Y le importa un pito
si no está bonito
cazar un insecto;
¡que nadie es perfecto!

¿Su regio dosel?
No se acuerda de él.
¿Su sábana roja?
Prefiere una hoja.

¿Su yelmo y su escudo?
Le gusta ir desnudo.
¿La princesa Eliana?
Él ama a una rana.

A una rana verde
que salta y se pierde
y mira la luna
desde la laguna.

Carmen Gil

LA VACA ESTUDIOSA

Había una vez una vaca
en la Quebrada de Humahuaca.

Como era muy vieja,
muy vieja, estaba sorda de una oreja.

Y a pesar de que ya era abuela
un día quiso ir a la escuela.

Se puso unos zapatos rojos,
guantes de tul y un par de anteojos.

La vio la maestra asustada
y dijo: - Estas equivocada.

Y la vaca le respondió:
¿Por qué no puedo estudiar yo?

La vaca, vestida de blanco,
se acomodó en el primer banco.

Los chicos tirábamos tiza
y nos moríamos de risa.

La gente se fue muy curiosa
a ver a la vaca estudiosa.

La gente llegaba en camiones,
en bicicletas y en aviones.

Y como el bochinche aumentaba
en la escuela nadie estudiaba.

La vaca, de pie en un rincón,
rumiaba sola la lección.

Un día toditos los chicos
se convirtieron en borricos.

Y en ese lugar de Humahuaca
única sabia fue la vaca.


María Elena Walsh





HOJITAS

Hojitas de oro
que el viento soplo;
corren por el bosque
corren como yo.

Dejaron desnudo
al amigo árbol
las primeras lluvias
vendrán a bañarlo.

Ay, pero, que frió
tendrá el pobrecito…
mejor estaría
bien abrigadito

Haydé G. de Guacci


SEMILLA

Semillita, semillita,
que en la tierra se cayó
y dormidita, dormidita
en seguida se quedó.

¿Dónde está la dormilona?
un pequeño preguntó
y las nubes respondieron:
una planta ya nació.

Semillita, semillita,
que recibiste calor
para dar una plantita,
muchas hojas y una flor.


Haydé G. de Guacci




EL VERDE

Da el dragón, en la pradera,
la fiesta de primavera.
A ella acude la tortuga
con sombrilla de lechuga.

Llega el sapo, en un pispás,
dando saltos hacia atrás.
Se ha puesto un sombrero extraño
de hojas verdes de castaño.

El cocodrilo, contento
y verde como un pimiento,
lleva un anillo elegante,
hecho de hierba y guisante.

De un arbusto, de repente,
baja alegre la serpiente
luciendo verde camisa.
¡Le da un ataque de risa!

La lagartija y su hija
salen por una rendija.
Las dos presumen de falda
de color verde esmeralda.

Carmen Gil










EL PEZ ARCO IRIS:


Lejos, muy lejos, en alta mar, vivía un pez.
Pero no era un pez cualquiera. No. Era el pez más hermoso de todo el océano.
Su traje de escamas relucía con todos los colores del arco iris.

Los otros peces admiraban sus escamas irisadas. Lo llamaban “pez arco iris”.

-¡Ven, pez arco iris! ¡Ven a jugar con nosotros!
Pero el pez arco iris se deslizaba entre ellos, callado y altivo, pasando de largo, haciendo brillar sus escamas.

Un pececillo azul lo siguió, nadando detrás de él.
-¡Pez arco iris! ¡Pez arco iris, espérame! ¿Por qué no me das una de tus brillantes escamas? ¡Son preciosas! ¡Y tú tienes tantas!

-¿Pretendes que te regale una de mis escamas? ¿A ti? Pero, ¡qué te has creído!
-le gritó el pez arco iris-. ¡Lárgate de aquí!

Asustado, el pececillo azul se marchó nadando. Muy agitado, contó a sus amigos lo que le había pasado con el pez arco iris.
A partir de entonces, ninguno de ellos quiso volver a relacionarse con él.
Se alejaban en cuanto pasaba nadando cerca de ellos.

¿De qué le servían ahora al pez arco iris sus maravillosas escamas resplandecientes, si ya no provocaban la admiración de nadie? ¡Se había convertido en el pez más solitario de todo el océano!

Un día le contó sus penas a la estrella de mar:
-¿Por qué nadie me quiere? ¡Con lo bonito que soy!
-En una cueva que hay detrás del arrecife de coral vive Octopus, un pulpo muy sabio. Quizás él pueda ayudarte –le aconsejó la estrella de mar.

El pez arco iris encontró la cueva.
¡Qué oscuridad! Apenas podía ver nada. Pero de pronto aparecieron dos ojos relucientes que lo miraban.

-Te estaba esperando- le dijo Octopus con voz profunda-. Las olas me han contado tu historia. Escucha mi consejo: regala a cada pez una de tus resplandecientes escamas. Claro que entonces dejarás de ser el pez más hermoso del océano, pero volverás a ser feliz.

-Pero… -el pez arco iris quiso añadir algo, pero Octopus ya había desaparecido.

<< ¿Regalar mis escamas? ¿Mis hermosas escamas brillantes? –pensó horrorizado el pez arco iris-. ¡No! ¡Nunca! ¿Cómo podría ser feliz sin ellas?>>




De pronto sintió un ligero movimiento de aletas a su lado. ¡Allí estaba de nuevo el pececillo azul!
-Pez arco iris, no seas malo. Anda, regálame una de tus relucientes escamas, una pequeña.

El pez arco iris dudó. <>

Con mucho cuidado, el pez arco iris arrancó de su traje la más pequeña de sus relucientes escamas.
-¡Toma, te la regalo! Pero ahora déjame en paz de una vez.
-¡Muchísimas gracias! –burbujeó el pececillo azul, loco de contento-. ¡Eres muy bueno, pez arco iris!

El pez arco iris tuvo una extraña sensación. Se quedó mirando durante mucho rato al pececillo azul, que se había puesto su escama brillante y se alejaba zigzagueando, feliz, por el agua.

El pececillo azul, con su escama brillante, cruzaba el agua como una flecha. Y al poco tiempo, el pez arco iris estuvo rodeado de muchos otros peces. Todos querían que les diera una de sus brillantes escamas. Y ¡què maravilla! El pez arco iris empezó a repartir sus escamas a derecha e izquierda. Y mientras lo hacía, se sentía cada vez más contento. Cuanto más resplandecía el agua a su alrededor, mejor se sentía entre los demás peces.

Al final, el pez arco iris se quedó con una sola escama brillante. ¡Había regalado todas las demás! ¡Y se sentía feliz, más feliz que nunca!

-¡Ven, pez arco iris! ¡Ven a jugar con nosotros! –le llamaban todos los peces.
-¡Voy enseguida! –contestó el pez arco iris, y, lleno de alegría, fue con sus nuevos amigos.













Autor: Marcus Pfister / Traducción: Ana Tortajada




LA BRUJA BERTA:

La bruja Berta vivía en el bosque en una casa toda negra.
La casa era negra por fuera y negra por dentro.
Las alfombras eran negras.
Las sillas eran negras.
La cama era negra y tenía sábanas negras y frazadas negras.
Hasta el baño era negro.

Berta vivía en su casa negra con su gato llamado Bepo.
El gato también era negro.
Y así comenzaron los problemas.

Cuando Bepo se echaba en una silla con sus ojos abiertos, Berta lo podía ver.
Al menos podía ver sus ojos.

Pero cuando Bepo cerraba sus ojos y se ponía a dormir, Berta no lo veía para nada, y entonces se sentaba encima.

Cuando Bepo se echaba en la alfombra con sus ojos abiertos, Berta lo podía ver.
Al menos podía ver sus ojos.

Pero cuando Bepo cerraba sus ojos y se ponía a dormir, Berta no lo veía para nada, y entonces tropezaba con él.

Un día, después de una caída muy fea, Berta decidió que algo había que hacer.
Tomó su varita mágica, la agitó una vez y ¡ABRACADABRA! Bepo dejó de ser un gato negro.
Ahora era verde brillante.

Entonces, cuando Bepo dormía en la silla, Berta lo podía ver.

Cuando Bepo dormía sobre el piso, Berta lo podía ver.

Y también lo podía ver cuando dormía sobre la cama.
Aunque a Bepo no le estaba permitido dormir sobre la cama…

…y Berta lo llevó afuera, y lo dejó sobre el pasto.

Cuando Bepo se echaba en el pasto, Berta no lo podía ver, aunque sus ojos estuvieran bien abiertos.

Berta salió precipitadamente afuera, tropezó con Bepo, dio tres volteretas, y cayó en una mata de rosas llena de espinas.






Esta vez, Berta estaba furiosa.
Tomó su varita mágica, la agitó cinco veces y…

…¡ABRACADABRA! Bepo tenía la cabeza colorada, el cuerpo amarillo, la cola rosada, los bigotes azules, y cuatro patas violetas.
Pero sus ojos seguían siendo verdes.

Ahora Berta podía ver a Bepo cuando se echaba en una silla, en la alfombra, y cuando se desplazaba agazapado en el pasto,

Y aún cuando trepaba al árbol más alto.

Bepo trepó al árbol más alto para esconderse.
Se le veía ridículo y él lo sabía.
Hasta los pájaros se reían de Bepo.

Bepo se sentía desgraciado.
Se quedó en lo alto del árbol todo el día y toda la noche.

La mañana siguiente, Bepo seguía subido al árbol.
Berta estaba preocupada.
Quería a Bepo y no le gustaba que se sintiera desgraciado.

Entonces, Berta tuvo una idea.
Agitó su varita mágica y ¡ABRACADABRA! Bepo fue otra vez un gato negro.
Bajó del árbol ronroneando.

Entonces, Berta nuevamente agitó su varita, una, dos y tres veces.

Ahora, en lugar de una casa negra, tenía una casa amarilla con un techo colorado y una puerta también colorada.
Las sillas eran blancas y coloradas, con almohadones blancos. La alfombra era verde con flores rosadas.

La cama era azul, con sábanas blancas y rosadas, y frazadas rosadas.
El baño era blanco reluciente.

Y ahora, Berta podía ver a Bepo no importaba donde estuviera.








Autora: Valerie Thomas / Traducción: Editorial Atlántida 1992



LA NIÑA SABIA:


Iban de viaje dos hermanos, el uno pobre y el otro rico.
Tiraba del carro del pobre una yegua, y del carro del rico, un caballo. Hicieron noche los hermanos en una posada.
Mientras dormían, la yegua del pobre parió un potrillo, que rodó bajo el carro del hermano rico. A la mañana despertó el rico al pobre y le dijo:
- Levántate, hermano. Esta noche, mi carro ha parido un potrillo.
El pobre se levantó y le dijo:
- ¿Acaso un carro puede parir? El potrillo ese es de mi yegua.
El rico replicó:
- Si fuera de tu yegua, estaría a su lado.
En fin, se pelearon los hermanos y fueron ante el juez.
El rico dio al juez un puñado de monedas, mientras que el pobre no tenía más defensa que sus propias palabras.
El pleito se prolongaba, y el zar en persona tomó cartas en el asunto.
Hizo que llevaran a ambos hermanos a su presencia y les pidió que descifraran cuatro acertijos.
- ¿Qué es lo más fuerte y rápido del mundo? ¿Qué es lo más alimenticio? ¿Qué es lo más blando? ¿Qué es lo más querido?
El zar dio a los hermanos tres días de tiempo para contestarle.
- Al cuarto día venís –dijo- y me respondéis.
El rico se puso a pensar y terminó yendo a pedir consejo a una comadre suya.
La mujer lo sentó a la mesa, se puso a agasajarlo y le dijo:
- ¿Por qué te veo tan triste, compadre?
- El zar me ha pedido que adivine cuatro acertijos y me ha dado de plazo tres días.
- Dime qué acertijos son ésos.
- Escucha, comadre. El primero reza así: ¿Qué es lo más fuerte y rápido del mundo?
- ¡Nada más fácil! Mi marido tiene una yegua alazana. No hay nada más rápido. Si le das un latigazo, corre más veloz que una liebre.
- El segundo acertijo dice: ¿Qué es lo más alimenticio del mundo?
- Tenemos en la cochiquera un cerdo tan cebado, que no puede siquiera levantarse.
- El tercero es: ¿Qué es lo más blando del mundo?
- Los colchones de plumas. ¿Acaso puede haber algo más blando?
- El cuarto reza: ¿Qué es lo más querido del mundo?
- Lo más querido es mi nietecito Ivánushka.
- Gracias, comadre, jamás olvidaré el favor que me has hecho.
El hermano pobre llegó a casa anegado en llanto. Le recibió su hijita, una niña de siete años que era toda su familia.
- ¿Por qué, padre, suspiras y viertes lágrimas?
- ¡Cómo no quieres que suspire y vierta lágrimas! El zar me ha pedido que descifre cuatro adivinanzas a las que no sabré responder en toda mi vida.
- Dime qué adivinanzas son ésas.
- Escucha, hijita. Me ha preguntado lo siguiente: qué es lo más fuerte y rápido del mundo; qué es lo más alimenticio; qué es lo más blando y qué es lo más querido.
- Ve, padre, y dile al zar que lo más fuerte y rápido es el viento; lo más alimenticio, la tierra, pues todo lo que crece y vive lo nutre ella; lo más blando es el brazo, ya que el hombre, duerma donde duerma, siempre descansa en el brazo la cabeza; lo más querido del mundo son los sueños.
Se presentaron al zar los dos hermanos, el rico y el pobre.
El zar les escuchó y preguntó luego al pobre:
- ¿Lo has adivinado tú mismo o te lo ha dicho alguien?
El pobre respondió:
- Tengo, señor, una hija de siete años; es ella quien me dijo lo que debía responder.
- Ya que tu hija es tan sabia, dale este hilo de seda y que me teja una toalla con dibujos.
Tomó el pobre el hilo y llegó a casa triste y cabizbajo.
- ¡Somos unos desgraciados! –dijo a su hija-. El zar ha pedido que le hagas una toalla de este hilo.
- No te apenes, padre –respondió la niña.
Arrancó la chica una ramita de su escobilla, le dio al padre y le dijo:
- Ve y pídele al zar que encuentre un maestro que haga de esta ramita un telar en el que yo pueda tejer la toalla.
Fue el pobre a palacio e hizo lo que le había dicho su hija.
El zar le dio ciento cincuenta huevos y le ordenó:
- Dile a tu hija que para mañana me incube ciento cincuenta polluelos.
Regresó el pobre a su casa todavía más triste y cabizbajo que la vez anterior.
- ¡Ay, hija mía! –suspiró-. ¡Escapa el hombre de una desgracia y se le viene encima otra!
- No te apures, padre –respondió la niña.
Coció los huevos, los guardó para la comida y la cena y dijo al padre:
- Ve y dile al zar que necesito mijo criado en un día para dar de comer a los polluelos. En un día deben arar el campo, sembrar el mijo, recogerlo y trillarlo. Los polluelos no aceptarán más grano que ése.
El zar escuchó al pobre y le dijo:
- Ya que tu hija es tan sabia, que venga mañana a mi presencia ni a pie ni a caballo, ni desnuda ni vestida, ni con regalos ni con las manos vacías.
“Esta vez –pensó el pobre-, mi hija no podrá hacer lo que el zar quiere. ¡Estamos perdidos!”
- No te apures, padre –le consoló la hija cuando le hubo anunciado lo que el zar le pedía-. Ve y compra a los cazadores una liebre viva y una codorniz viva también.
El padre fue y compró la liebre y la codorniz.
A la mañana siguiente, la chica se quitó toda la ropa, se echó encima una red, tomó en sus manos la codorniz, montó a lomos de la liebre y se fue a palacio.
El zar la recibió a la entrada. La chica le hizo una reverencia.
- Aquí tienes, señor, mi regalo –dijo-, y ofreció al monarca la codorniz.
El zar tendió la mano, pero la codorniz levantó el vuelo y desapareció en un santiamén.
- Está bien –dijo el zar-, has hecho todo lo que pedí. Ahora, dime: ¿cómo os las arregláis tu padre y tú para comer, siendo tan pobres?
- Mi padre pesca en la orilla seca, no pone las redes en el agua, y yo llevobel pescado a casa en la falda y hago sopa.
- ¡Qué tonta! ¿Dónde has visto tú que los peces vivan en una orilla seca? Los peces nadan en el agua.
- Tú eres muy inteligente, señor, pero ¿dónde has visto que un carro pueda parir un potrillo? Paren las yeguas, que no los carros.
El zar dispuso que entregaran el potrillo al hermano pobre.








Cuentos populares rusos

LOS SEIS QUE TODO LO PUEDEN:


Una vez cierto bravo soldado, llamado Martín, fue a reclamar al rey su soldada, pero el rey le envió a paseo.
Lleno de cólera, prometió vengarse.
Se marchó, y al atravesar un bosque vio a un hombre que arrancaba árboles enormes, como si fueran rábanos.
- ¿Quieres entrar a mi servicio –le dijo- y venir conmigo en busca de aventuras?
- Bueno –respondió el otro, y se pusieron en camino.
Al salir del bosque vieron a un cazador que, rodilla en tierra, apoyaba su escopeta en el hombro, como si apuntara; pero en todo lo que alcanzaba la vista no se veía pájaro ni pieza mayor.
- ¿Qué haces aquí? –le dijo Martín.
- A dos leguas de aquí –respondió- un tábano está atormentando a un pobre caballo, y quiero matar al primero sin tocar al segundo.
Y, en efecto, hizo fuego.
- Un tirador de tu mérito –dijo Martín- me sería muy útil. ¿Quieres venirte con nosotros?
El cazador aceptó.
Al cabo de una hora apercibieron encaramado a un árbol a un hombre que con el dedo tenía tapada una de las narices, mientras soplaba con la otra.
- ¿Qué haces? –le dijo Martín.
- Hago marchar los molinos de viento que están a una legua de aquí.
- Mucho vales –repuso Martín-; vente con nosotros, y los cuatro podremos hacer grandes cosas.
La proposición agradó al soplón y les acompañó.
A alguna distancia de aquel sitio encontraron a un hombre muy delgado, que se apoyaba en una pierna y se sujetaba la otra con una correa.
- ¿Qué diantres haces ahí? –le preguntó Martín.
- Soy andarín –respondió- y cuando tengo las piernas libres vuelo, más bien que corro.
- Vente con nosotros, y tu fortuna es hecha.
El corredor aceptó, y más lejos vieron a un hombrecillo que llevaba el sombrero sobre la oreja derecha.
- ¡Valiente figura haces con ese sombrero!
- No digo que no –respondió el otro-; pero, cuando me lo pongo como todo el mundo, se produce a mi alrededor un frío tan espantoso que hasta los pajaritos caen por tierra helados.
- Vente con nosotros, y sacarás partido de ello.
Todos juntos fueron a la capital, donde oyeron pregonar a son de trompea que la hija del rey desafiaba a todos los hombres a correr; que aquel que la venciera se casaría con ella; pero si salí vencido, le cortaría la cabeza. Martín fue a palacio a declarar que aceptaba la apuesta, pero que haría correr por él a uno de sus criados.
- Como quieras –dijo el rey-; pero también él arriesga su vida.
Al día siguiente se realizó la apuesta.
Se trataba de llenar un cántaro en el agua de una fuente situada a una legua de la población y traerlo lleno al punto de partida. La princesa bajó del estrado, y el andarín se puso a su lado; cogió cada uno un cántaro, y a una señal dada comenzaron a correr.
La princesa corría como un galgo, pero su adversario iba como el viento; pasados algunos segundos llegó a la fuente, y, después de haber llenado el cántaro, se volvió; pero como llevaba mucha ventaja, se acostó sobre un césped.
La princesa lleno su cántaro en la fuente, y al volver encontró a su adversario que seguía durmiendo; vació el cántaro que aquél tenía a su lado y se marchó segura de obtener la victoria.
El cazador, que tenía ojos de lince, miró hacia la fuente y vio dormido a su compañero. Apuntó bien con su fusil, y disparó con tal acierto, que la bala dio en el tronco donde el andarín se recostaba, sin herirle ni en un dedo.
Despertó el hombre, se apercibió de lo que ocurría, y, sin perder un instante, corrió como una flecha hacia la fuente, y rápidamente volvió al punto de partida.
La princesa estaba enfurecida y desesperada al ver que tenía que casarse con un soldado.
- Consuélate, hija mía –le dijo el rey-. Ya he encontrado un medio.
Y después, dirigiéndose a Martín, le felicitó por su suerte, y dijo que iba a obsequiarle, tanto a él como a sus compañeros, con un espléndido banquete.
Les hizo entrar en una habitación que era toda de hierro, con ventanas cerradas por gruesos barrotes de acero.
Después del banquete, y en el momento de servirse los postres, el rey hizo cerrar la puerta con candados y cerrojos y encender debajo de la habitación un fuego terrible.
Bien pronto Martín y sus compañeros se apercibieron de la traición del rey.
- Ese pillo no ha contado conmigo –dijo el del sombrero; y al decir esto se caló el sombrerete hasta las orejas.
En el acto se produjo un frío tan intenso, que todos comenzaron a tiritar, y hasta se heló el agua en las botellas y los manjares en los platos.
Al cabo de una hora hizo el rey abrir la puerta, creyendo encontrar a Martín y sus amigos hechos carbón; pero ellos salieron tan frescos.
El rey hizo un esfuerzo para ocultar su furor; conociendo que Martín y los suyos no eran unos cualesquiera, le preguntó cuánto dinero quería por renunciar a la mano de la princesa.
- Quiero tanto como pueda llevar uno de mis servidores –contestó Martín-. Dentro de quince días volveré; de aquí a entonces reunid todo lo que poseáis de oro y plata, y tal vez no sea bastante.
Martín llamó a todos los sastres del país y les ocupo durante quince días en hacer un saco inmenso, de una tela muy fuerte.
El día fijado volvió a palacio con el compañero que arrancaba los árboles como si fuesen rábanos y que llevaba el saco, que hacía tanto bulto como una casa.
Al ver esto el rey, que había creído salir del apuro con algunos miles de monedas de oro, se asustó. Hizo traer un tonel lleno de dinero, que apenas podían mover diez criados; pero el servidor de Martín lo cogió con una mano y lo metió en el saco. Lo mismo pasó con el segundo, y después con el tercero, y, por último, todo el tesoro del rey pasó al saco y éste se hallaba sólo mediado.
Entonces el rey tuvo que imponer a su pueblo, como rescate de su hija, una fuerte contribución. Se reunieron 200 carros de oro. El compañero de Martín metió en el saco el oro, con carros y todo; cuando estuvo el saco lleno lo ató con un cable, y, cargándoselo, se fue con sus compañeros.
Repuesto de su asombro, el rey se encolerizó viendo que se llevaban todas las riquezas del reino. Hizo montar a caballo dos regimientos de coraceros y les ordenó que persiguieran a nuestros seis amigos. Al poco rato los encontraron y les dijeron que dejaran el saco, sin más explicación.
- ¡Conque nos queréis coger! –dijo riendo a carcajadas el que soplaba con tanta fuerza; y, tapándose una de las narices, hizo salir de la otra tal vendaval, que caballos y jinetes fueron lanzados acá y allá en un periquete.
Martín, entonces, dividió entre sus compañeros el oro del saco, quedándose con una parte, y lo que les correspondió fue tanto que, aunque vivieron largo tiempo, no lograron dar fin al dinero.

Autor: S. Calleja
EL GALLO, LA GALLINA Y EL GUISANTE:

Eranse un gallo y una gallina. Un buen día, el gallo se puso a escarbar la tierra y encontró un guisante.
- ¡Co, co, co, cómete el guisante, gallinita! –dijo el gallo.
- ¡Co, co, co, cómetelo tú, gallito! –dijo la gallina.
Picó el gallo el guisante, y se le atragantó. Pidió el gallo a la gallina:
- Ve, gallinita, al río y pídele agua para mí.
La gallina corrió al río y dijo a éste:
- Río, riacho, dame agua: el gallito se ha atragantado con un guisantito.
El río le contestó:
- Si le pides al tilo una hoja, te daré agua.
Corrió la gallina donde se alzaba el tilo.
- Tilo, tilo –dijo la gallinita al árbol-, dame una hojita. Se la llevaré al río, y el río me dará agua para que la beba el gallito que se ha atragantado con un guisantito.
El tilo dijo a la gallinita:
- Ve a donde está la niña y pídele un hilo.
La gallina corrió a cumplir el ruego del tilo y pidió a la niña:
- Niña, niña, dame un hilo. Llevaré el hilo al tilo, el tilo me dará una hojita, llevaré la hojita al río, y el río me dará agua para el gallito, que se ha atragantado con un guisantito.
La niña le respondió:
- Si vas a casa de los peineteros y les pides un peine, te daré el hilo.
La gallinita corrió a casa de los peineteros y les dijo:
- Peineteros, peineteros, dadme un peine. Llevaré el peine a la niña, la niña me dará un hilo, llevaré el hilo al tilo, el tilo me dará una hojita, llevaré la hojita al río, y el río me dará agua para que la beba el gallito, que se ha atragantado con un guisantito.
Los peineteros le contestaron:
- Ve a casa de los panaderos y tráenos rosquillas.
Corrió la gallinita a casa de los panaderos:
- Panaderos, panaderos, dadme unas rosquillas. Llevaré las rosquillas a los peineteros, los peineteros me darán un peine, llevaré el peine a la niña, la niña me dará un hilo, llevaré el hilo al tilo, el tilo me dará una hojita, llevaré la hojita al río, y el río me dará agua para que beba el gallito, que se ha atragantado con un guisantito.
Los panaderos le dijeron:
- Ve a buscar a los leñadores y que te den leña para nosotros.
Fue la gallinita en busca de los leñadores, y les pidió:
- Leñadores, leñadores, dadme leña. Llevaré la leña a los panaderos, los panaderos me darán unas rosquillas, llevaré las rosquillas a los peineteros, los peineteros me darán un peine, llevaré el peine a la niña, la niña me dará un hilo, llevaré el hilo al tilo, el tilo me dará una hojita, llevaré la hojita al río, y el río me dará agua para que la beba el gallito, que se ha atragantado con un guisantito.
Los leñadores dieron leña a la gallinita.
La gallinita llevó la leña a los panaderos, los panaderos le dieron unas rosquillas, la gallinita se las dio a los peineteros, los peineteros le dieron un peine, la gallinita lo llevó a la niña, la niña le dio un hilo, la gallinita se lo llevó al tilo, el tilo le dio la hojita, la gallinita la llevó al río, y el río le dio agua.
El gallito la bebió y se tragó el guisantito. Muy contento, cantó el gallito:

¡Quiquiriquí!


Cuentos populares rusos.

martes, 2 de agosto de 2011

Curiosidades idiomáticas....

Entre los matices que distinguen a la lengua española figuran en un sitio relevante las curiosidades. Pongo de muestra un caso de acentuación. Aquí se trata de una oración en la cual todas sus palabras - nueve en total - llevan tilde. Ahí les va:

«Tomás pidió públicamente perdón, disculpándose después muchísimo más íntimamente».

A lo mejor una construcción forzada, pero no deja de ser interesante.
Y disfruten este:

La palabra oía tiene tres sílabas en tres letras.

En aristocráticos, cada letra aparece dos veces.

El término arte es masculino en singular y femenino en plural.

En la palabra barrabrava, una letra aparece una sola vez, otra aparece dos veces, otra tres veces y la cuarta cuatro veces.

En el término centrifugados todas las letras son diferentes y ninguna se repite.

El vocablo cinco tiene a su vez cinco letras, coincidencia que no se registra en ningún otro número.

El término corrección tiene dos letras dobles...
Y este otro grupo:

Las palabras ecuatorianos y aeronáuticos poseen las mismas letras, pero en diferente orden.

Con 23 letras, se ha establecido que la palabra electroencefalografista es la más extensa de todas las aprobadas por la Real Academia Española de la Lengua.
El término estuve contiene cuatro letras consecutivas por orden alfabético: stuv.

Con nueve letras, menstrual es el vocablo más largo con solo dos sílabas.

Mil es el único número que no tiene ni o ni e.

La palabra pedigüeñería tiene los cuatro firuletes que un término puede tener en nuestro idioma: la virgulilla de la ñ, la diéresis sobre la ü, la tilde del acento y el punto sobre la i.

El vocablo reconocer se lee lo mismo de izquierda a derecha que viceversa.

La palabra euforia tiene las cinco vocales y sólo dos consonantes...