sábado, 17 de diciembre de 2011
Escritura cursiva
¿Cuánto hace que no experimentamos el placer de recibir una carta manuscrita en letra cursiva? La caligrafía es una habilidad humana en rápida extinción, porque ya casi no se enseña en las escuelas. Cuando se emplea una lapicera, en general se lo hace para escribir con letra de imprenta. Stefano Bartezzaghi y María Novella de Luca, periodistas italianos interesados en el tema, se preguntan si la preocupación por el ocaso de la escritura cursiva responde a la nostalgia o constituye una emergencia cultural. Muchos expertos se inclinan por la última alternativa.
En Inglaterra se vuelve a usar la estilográfica para que los estudiantes aprendan la grafía. En Francia también se considera que no se debe prescindir de esa habilidad, pero allí el problema reside en que ya no la dominan ni los maestros.
Aunque el mundo adulto no está aún preparado para recibir las nuevas inteligencias de los niños producto de la tecnología, la pérdida de la habilidad de la escritura cursiva explica trastornos del aprendizaje que advierten los maestros e inciden en el desempeño escolar.
En la escritura cursiva, el hecho de que las letras estén unidas una a la otra por trazos permite que el pensamiento fluya con armonía de la mente a la hoja de papel. Al ligar las letras con la línea, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos en palabras.
Por su parte, el escribir en letra de imprenta, alternativa que se ha ido imponiendo, implica escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo, anular el tiempo de la frase, interrumpir su ritmo y su respiración
Si bien ya resulta claro que las computadoras son un apéndice de nuestro ser, hay que advertir que favorecen un pensamiento binario, mientras que la escritura a mano es rica, diversa, individual, y nos diferencia a unos de otros.
Habría que educar a los niños desde la infancia en comprender que la escritura responde a su voz interior y representa un ejercicio irrenunciable. Es ilógico suponer que la tendencia actual se revertirá, pero al menos los sistemas de escritura deberían convivir, precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva, que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el estado de ánimo.
Posiblemente sea esto lo que los jóvenes temen, y optan por esconderse en la homogeneización que posibilita el recurrir a la letra de imprenta. Porque, como lo destaca Umberto Eco, que interviene activamente en este debate, la escritura cursiva exige componer la frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no sugiere.
En todo caso, la resistencia que ofrecen la pluma y el papel impone una lentitud reflexiva. Muchos escritores, habituados a escribir en un teclado, desearían a veces volver a realizar incisiones en una tableta de arcilla, como los sumerios, para poder pensar con calma. Eco propone que, así como en la era del avión se siguen tripulando barcos a vela, sería auspicioso que los niños aprendieran caligrafía, para educarse en lo bello y para facilitar su desarrollo psicomotor.
Como en tantos otros aspectos de la sociedad actual, surge aquí la centralidad del tiempo. Un artículo reciente en la revista Time, titulado Duelo por la muerte de la escritura a mano, señala que es ese un arte perdido, ya que, aunque los chicos lo aprenden con placer porque lo consideran un rito de pasaje, "nuestro objetivo es expresar el pensamiento lo más rápidamente posible. Hemos abandonado la belleza por la velocidad, la artesanía por la eficiencia¨” . Y, sí -admite su autora, Claire Suddath-, tal vez seamos algo más perezosos.
La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del latín: “dentro de un tiempo, no la podremos leer". Abriendo una tímida ventana a la individualidad, aún firmamos a mano. Por poco tiempo.
Escrito a mano por Guillermo Jaim Etcheverry (ex rector de la Universidad de Buenos Aires)El autor es educador y ensayista.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
Mujeres de ojos grandes. Ángeles Mastretta.
La tía Leonor tenía el ombligo más perfecto que se haya visto. Un pequeño punto hundido justo en la mitad de su vientre planísimo. Tenía una espalda pecosa y unas caderas redondas y firmes, como los jarros en que tomaba agua cuando niña. Tenía los hombros suavemente alzados, caminaba despacio, como sobre un alambre. Quienes las vieron cuentan que sus piernas eran largas y doradas, que el vello de su pubis era un mechón rojizo y altanero, que fue imposible mirarle la cintura sin desearla entera.
A los diecisiete años se casó con la cabeza y con un hombre que era justo lo que una cabeza elige para cursar la vida. Alberto Palacios, notario riguroso y rico, le llevaba quince años, treinta centímetros y una proporcional dosis de experiencia. Había sido largamente novio de varias mujeres aburridas que terminaron por aburrirse más cuando descubrieron que el proyecto matrimonial del licenciado era a largo plazo.
El destino hizo que tía Leonor entrara una tarde la notaría, acompañando a su madre en el trámite de una herencia fácil que les resultaba complicadísima, porque el recién fallecido padre de la tía no había dejado que su mujer pensara ni media hora de vida. Todo hacía por ella menos ir al mercado y cocinar. Le contaba las noticias del periódico, le explicaba lo que debía pensar de ellas, le daba un gasto que siempre alcanzaba, no le pedía nunca cuentas y hasta cuando iban al cine le iba contando la película que ambos veían: «Te fijas, Luisita, este muchacho ya se enamoró de la señorita. Mira cómo se miran, ¿ves? Ya la quiere acariciar, ya la acaricia. Ahora le va a pedir matrimonio y al rato seguro la va a estar abandonando.»
Total que la pobre tía Luisita encontraba complícadísima y no sólo penosa la repentina pérdida del hombre ejemplar que fue siempre el papá de tía Leonor. Con esa pena y esa complicación entraron a la notaría en busca de ayuda. La encontraron tan solícita y eficaz que la tía Leonor, todavía de luto, se casó en año y medio con el notario Palacios. Nunca fue tan fácil la vida como entonces. En el único trance difícil ella había seguido el consejo de su madre: cerrar los ojos y decir un avermaría. En realidad, varios avemarías, porque a veces su inmoderado marido podía tardar diez misterios del rosario en llegar a la serie de quejas y soplidos con que culminaba el circo que sin remedio iniciaba cuando por alguna razón, prevista o no, ponía la mano en la breve y suave cintura de Leonor.
Nada de todo lo que las mujeres debían desear antes de los veinticinco años le faltó a tía Leonor: sombreros, gasas, zapatos franceses, vajillas alemanas, anillo de brillantes, collar de perlas disparejas, aretes de coral, de turquesas, de filigrana. Todo, desde los calzones que bordaban las monjas trinitarias hasta una diadema como la de la princesa Margarita. Tuvo cuanto se le ocurrió, incluso la devoción de su marido que poco a poco empezó a darse cuenta de que la vida sin esa precisa mujer sería intolerable.
Del circo cariñoso que el notario montaba por lo menos tres veces a la semana, llegaron a la panza de la tía Leonor primero una niña y luego dos niños. De modo tan extraño como sucede sólo en las películas, el cuerpo de la tía Leonor se infló y desinfló las tres veces sin perjuicio aparente. El notario hubiera querido levantar un acta dando fe de tal maravilla, pero se limitó a disfrutarla, ayudado por la diligencia cortés y apacible que los años y la curiosidad le habían regalado a su mujer. El circo mejoró tanto que ella dejó de tolerarlo con el rosario entre las manos y hasta llegó a agradecerlo, durmiéndose después con una sonrisa que le duraba todo el día.
No podía ser mejor la vida en esa familia. La gente hablaba siempre bien de ellos, eran una pareja modelo. Las mujeres no encontraban mejor ejemplo de bondad y compañía que la ofrecida por el licenciado Palacios a la dichosa Leonor, y cuando estaban más enojados los hombres evocaban la pacífica sonrisa de la señora Palacios mientras sus mujeres hilvanaban una letanía de lamentos.
Quizá todo hubiera seguido por el mismo camino si a la tía Leonor no se le ocurre comprar nísperos un domingo. Los domingos iba al mercado en lo que se le volvió un rito solitario y feliz. Primero lo recorría con la mirada, sin querer ver exactamente de cuál fruta salía cuál color, mezclando los puestos de jitomate con los de limones. Caminaba sin detenerse hasta llegar donde una mujer inmensa, con cien años en la cara, iba moldeando unas gordas azules. Del comal recogía Leonorcita su gorda de requesón, le ponía con cautela un poco de salsa roja y la mordía despacio mientras hacía las compras.
Los nísperos son unas frutas pequeñas, de cáscara como terciopelo, intensamente amarilla. Unos agrios y otros dulces. Crecen revueltos en las mismas ramas de un árbol de hojas largas y oscuras. Muchas tardes, cuando era niña con trenzas y piernas de gato, la tía Leonor trepó al níspero de casa de sus abuelos. Ahí se sentaba a comer de prisa. Tres agrios, un dulce, siete agrios, dos dulces, hasta que la búsqueda y la mezcla de sabores eran un juego delicioso. Estaba prohibido que las niñas subieran al árbol, pero Sergio, su primo, era un niño de ojos precoces, labios delgados y voz decidida que la inducía a inauditas y secretas aventuras. Subir al árbol era una de las fáciles.
Vio los nísperos en el mercado, y los encontró extraños, lejos del árbol pero sin dejarlo del todo, porque los nísperos se cortan con las ramas más delgadas todavía llenas de hojas.
Volvió a la casa con ellos, se los enseñó a sus hijos y los sentó a comer, mientras ella contaba cómo eran fuertes las piernas de su abuelo y respingada la nariz de su abuela. Al poco rato, tenía en la boca un montón de huesos lúbricos y cáscaras aterciopeladas. Entonces, de golpe, le volvieron los diez años, las manos ávidas, el olvidado deseo de Sergio subido en el árbol, guiñándole un ojo.
Sólo hasta ese momento se dió cuenta de que algo le habían arrancado el día que le dijeron que los primos no pueden casarse entre sí, porque los castiga Dios con hijos que parecen borrachos. Ya no había podido volver a los días de antes. Las tardes de su felicidad estuvieron amortiguadas en adelante por esa nostalgia repentina, inconfesable.
Nadie se hubiera atrevido a pedir más: sumar a la redonda tranquilidad que le daban sus hijos echando barcos de papel bajo la lluvia, al cariño sin reticencias de su marido generoso y trabajador, la certidumbre en todo el cuerpo de que el primo que hacía temblar su perfecto ombligo no estaba prohibido, y ella se lo merecía por todas las razones y desde siempre. Nadie más que la desaforada tía Leonor.
Una tarde lo encontró caminando por la de 5 de Mayo. Ella salía de la iglesia de Santo Domingo con un niño en cada mano. Los había llevado a ofrecer flores como todas las tardes de ese mes: la niña con un vestido largo de encajes y organdí blanco, coronita de paja y enorme velo alborotado. Como una novia de cinco años. El niño, con un disfraz de acólito que avergonzaba sus siete años.
- Si no hubieras salido corriendo aquel sábado en casa de los abuelos este par sería mío - dijo Sergio dándole un beso.
- Vivo con ese arrepentimiento - contestó la tía Leonor.
No esperaba esa respuesta uno de los solteros más codiciados de la ciudad. A los veintisiete años, recién llegado de España, donde se decía que aprendió las mejores técnicas para el cultivo de aceitunas, el primo Sergio era heredero de un rancho en Veracruz, otro en San Martín y, otro más cerca de Atzálan.
La tía Leonor notó el desconcierto en sus ojos, en la lengua con que se mojó un labio, y luego lo escuchó responder:
- Todo fuera como subirse otra vez al árbol.
La casa de la abuela quedaba en la 11 Sur, era enorme y llena de recovecos. Tenía un sótano con cinco puertas en que el abuelo pasó horas haciendo experimentos que a veces le tiznaban la cara y lo hacían olvidarse por un rato de los cuartos de abajo y llenarse de amigos con los que jugar billar en el salón construido en la azotea.
La casa de la abuela tenía un desayunador que daba al jardín y al fresno, una cancha para jugar frontón que ellos usaron siempre para andar en patines, una sala color de rosa con un piano de cola y una exhausta marina nocturna, una recámara para el abuelo y otra para la abuela, y en los cuartos que fueron de los hijos varias salas de estar que iban llamándose como el color de sus paredes. La abuela, memoriosa y paralítica, se acomodó a pintar en el cuarto azul. Ahí la encontraron haciendo rayitas con un lápiz en los sobres de viejas invitaciones de boda que siempre le gustó guardar. Les ofreció un vino dulce, luego un queso fresco y después unos chocolates rancios. Todo estaba igual en casa de la abuela. Lo único raro lo notó la viejita después de un rato:
- A ustedes dos, hace años que no los veía juntos.
- Desde que me dijiste que si los primos se casan tienen hijos idiotas - contestó la tía Leonor.
La abuela sonrió, empinada sobre el papel en el que delineaba una flor interminable, pétalos y pétalos encimados sin tregua.
- Desde que por poco y te matas al bajar del níspero -dijo Sergio.
- Ustedes eran buenos para cortar nísperos, ahora no encuentro quién.
-Nosotros seguimos siendo buenos -dijo la tía Leonor, inclinando su perfecta cintura.
Salieron del cuarto azul a punto de quitarse la ropa, bajaron al jardín como si los jalara un hechizo y volvieron tres horas después con la paz en el cuerpo y tres ramas de nísperos.
-Hemos perdido práctica -dijo la tía Leonor.
-Recupérenla, recupérenla, porque hay menos tiempo que vida -contestó la abuela con los huesos de níspero llenándole la boca.
Ángeles Mastretta.
martes, 8 de noviembre de 2011
Himno a la Escuela Rural
Entre trigales dorados,
Entre un monte y un maizal,
rodeada de luz y trinos,
está mi escuela rural.
El murmullo del trabajo,
con las risas y el cantar,
todo el día sube al cielo:
que la escuela es colmenar.
Vamos, amigos,
a trabajar;
hombres y niños
sin descansar.
La tierra que es generosa
pan dorado puede dar.
El niño que es esperanza
puede ayudar a sembrar.
Las semillas que en la tierra
nuestras manos sembrarán
sombra, leña, flor y fruto,
otro día nos darán.
Vamos, amigos,
a trabajar;
hombres y niños
sin descansar.
Hay un rincón en mi Patria
que es para todos igual:
su bandera azul y blanca
en mi escuelita rural.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Oda al mar. Pablo Neruda.
AQUÍ en la isla
el mar
y cuánto mar
se sale de sí mismo
a cada rato,
dice que sí, que no,
que no, que no, que no,
dice que si, en azul,
en espuma, en galope,
dice que no, que no.
No puede estarse quieto,
me llamo mar, repite
pegando en una piedra
sin lograr convencerla,
entonces
con siete lenguas verdes
de siete perros verdes,
de siete tigres verdes,
de siete mares verdes,
la recorre, la besa,
la humedece
y se golpea el pecho
repitiendo su nombre.
Oh mar, así te llamas,
oh camarada océano,
no pierdas tiempo y agua,
no te sacudas tanto,
ayúdanos,
somos los pequeñitos
pescadores,
los hombres de la orilla,
tenemos frío y hambre
eres nuestro enemigo,
no golpees tan fuerte,
no grites de ese modo,
abre tu caja verde
y déjanos a todos
en las manos
tu regalo de plata:
el pez de cada día.
Aquí en cada casa
lo queremos
y aunque sea de plata,
de cristal o de luna,
nació para las pobres
cocinas de la tierra.
No lo guardes,
avaro,
corriendo frío como
relámpago mojado
debajo de tus olas.
Ven, ahora,
ábrete
y déjalo
cerca de nuestras manos,
ayúdanos, océano,
padre verde y profundo,
a terminar un día
la pobreza terrestre.
Déjanos
cosechar la infinita
plantación de tus vidas,
tus trigos y tus uvas,
tus bueyes, tus metales,
el esplendor mojado
y el fruto sumergido.
Padre mar, ya sabemos
cómo te llamas, todas
las gaviotas reparten
tu nombre en las arenas:
ahora, pórtate bien,
no sacudas tus crines,
no amenaces a nadie,
no rompas contra el cielo
tu bella dentadura,
déjate por un rato
de gloriosas historias,
danos a cada hombre,
a cada
mujer y a cada niño,
un pez grande o pequeño
cada día.
Sal por todas las calles
del mundo
a repartir pescado
y entonces
grita,
grita
para que te oigan todos
los pobres que trabajan
y digan,
asomando a la boca
de la mina:
"Ahí viene el viejo mar
repartiendo pescado".
Y volverán abajo,
a las tinieblas,
sonriendo, y por las calles
y los bosques
sonreirán los hombres
y la tierra
con sonrisa marina.
Pero
si no lo quieres,
si no te da la gana,
espérate,
espéranos,
lo vamos a pensar,
vamos en primer término
a arreglar los asuntos
humanos,
los más grandes primero,
todos los otros después,
y entonces
entraremos en ti,
cortaremos las olas
con cuchillo de fuego,
en un caballo eléctrico
saltaremos la espuma,
cantando
nos hundiremos
hasta tocar el fondo
de tus entrañas,
un hilo atómico
guardará tu cintura,
plantaremos
en tu jardín profundo
plantas
de cemento y acero,
te amarraremos
pies y manos,
los hombres por tu piel
pasearán escupiendo,
sacándote racimos,
construyéndote arneses,
montándote y domándote
dominándote el alma.
Pero eso será cuando
los hombres
hayamos arreglado
nuestro problema,
el grande,
el gran problema.
Todo lo arreglaremos
poco a poco:
te obligaremos, mar,
te obligaremos, tierra,
a hacer milagros,
porque en nosotros mismos,
en la lucha,
está el pez, está el pan,
está el milagro.
lunes, 17 de octubre de 2011
Algunos poemas....
(EL DÍA Y ROBERT BROWNING) J. R. JIMÉNEZ.
El chamariz en el chopo
—¿Y qué más?
El chopo en el cielo azul
—¿Y qué más?
—El cielo azul en el agua
—¿Y qué más?
—El agua en la hojita nueva
—¿Y qué más?
—La hojita nueva en la rosa
—¿Y qué más?
La rosa en mi corazón
—¿Y qué más?
¡Mi corazón en el tuyo!
CANCIÓN DE CUNA PARA DESPERTAR A UN NEGRITO
Una paloma cantando pasa:
-¡Upa, mi negro, que el sol abrasa!
Ya nadie duerme, ni está en su casa:
ni el cocodrilo, ni la yaguaza,
ni la culebra, ni la torcaza…
Coco, cacao, cacho cachaza….
-¡Upa, mi negro, que el sol abrasa!
Negrazo, venga con su negraza.
¡Aire con aire que el sol abrasa ¡
Mire la gente: cantando pasa,
gente en la calle, gente en la plaza;
ya nadie queda que esté en su casa.
Coco, cacao, cacho cachaza…
-¡Upa, mi negro, que el sol abrasa!
Negrón, negrito, ciruela y pasa,
salga y despierte que el sol abrasa;
diga despierto lo que le pasa….
¡Que muera el amo, muera en la brasa!
¡Ya nadie duerme ni está en su casa!
Coco, cacao, cacho cachaza….
-¡Upa, mi negro, que el sol abrasa!
Nicolás Guillén.
A veces.
A veces tengo ganas de ser cursi
para decir: la amo a Usted con locura.
A veces tengo ganas de ser tonto
para gritar: la quiero tanto!
A veces tengo ganas de ser niño
para llorar acurrucado en su seno.
A veces tengo ganas de estar muerto
para sentir desde la tierra húmeda de mis jugos,
que me crece una flor rompiéndome el pecho,
una flor, y decir: esta flor,
para Usted.
Nicolás Guillén.
Sensemayá por Nicolás Guillén
(Canto para matar a una culebra)
¡Mayombe--bombe--mayombé!
¡Mayombe—bombe--mayombé!
¡Mayombe--bombe--mayombé!
La culebra tiene los ojos de vidrio;
la culebra viene y se enreda en un palo;
con sus ojos de vidrio, en un pato,
con sus ojos de vidrio.
La culebra camina sin patas;
la culebra se esconde en la yerba;
caminando se esconde en la yerba,
caminando sin patas.
¡Mayombe—bombe--mayombé!
¡Mayombe--bombe--mayombé!
¡Mayombe—bombe--mayombé!
Tú le das con el hacha, y se muere:
¡dale ya!
¡No le des con el pie, que te muerde,
no le des con el pie, que se va!
Sensemayá, la culebra,
sensemayá.
Sensemayá, con sus ojos,
sensemayá.
Sensemayá, con su lengua,
sensemayá.
Sensemayá, con su boca,
sensemayá ...
¡La culebra muerta no puede comer;
la culebra muerta no puede silbar;
no puede caminar,
no puede correr!
¡La culebra muerta no puede mirar;
la culebra muerta no puede beber;
no puede respirar,
no puede morder!
¡Mayombe—bombe--mayombé!
Sensemayá, la culebra…
¡Mayombe--bombe--mayombé!
Sensemayá, no se mueve…
¡Mayombe—bombe--mayombé!
Sensemayaá, la culebra…
¡Mayombe—bombe--mayombé!
Sensemayá, se murió!
jueves, 22 de septiembre de 2011
Ejercicios...
1. Digame si este libro de biologia incluye un capitulo de genetica.
2. No se por que todavia dudas tanto de aquel musico.
3. Aun no has puesto fin a esa situacion tan incomoda para ti.
4. Fui un discipulo de quien jamas aprendio a sonreir.
5. Por eso le pregunte al huesped donde habia olvidado su equipaje.
6. Sirvale el te con bastante azucar y lleveselo despues del desayuno.
7. Cortesmente le dio a entender que no creia en un exito tan repentino.
8. Porque aquel no fue el ultimo periodico que publico su espontanea renuncia.
RESUELVA EL MULTIPRODUCTOR DE PALABRAS.
Utilizando las sílabas del cuadro, construya 20 palabras de 2 sílabas y 10 de 3 sílabas. NO puede repetir sílaba dentro de UNA MISMA PALABRA. Todas las palabras que construya deben ser SUSTANTIVOS COMUNES.
ES RA DA
CA TO SO
LE RI MA
¿Estaba impreso o escrito a mano? ¿Estaba hecho de papel o de cualquier otra materia? Si existe todavía, ¿en qué biblioteca se le podría encontrar?
Se dice que hubo una vez un hombre que quiso buscar en todas las bibliotecas del mundo este primer libro. Pasaba días enteros hurgando entre montones y montones de libros carcomidos y amarillentos por los años. Sus ropas y sus zapatos estaban cubiertos por una espesa capa de polvo, como si acabase de realizar un largo viaje sobre una carretera polvorienta. Al fin, encontró la muerte al caerse de una de esas grandes escaleras que se apoyan contra los estantes de una biblioteca. Pero aun cuando hubiera vivido cien años más, sus búsquedas no hubiesen conducido a nada. El primer libro estaba ya integrado a la tierra, muchos millares de años antes de que él hubiese nacido.
Este primer libro no se parecía en nada a los de nuestros días. Tenía manos y pies, y no descansaba sobre un estante: sabía hablar y hasta cantar. En fin, era un libro vivo: era el hombre.
En: “Negro sobre blanco”, M. Ilin
Trabajo con la novela Lengua II
LENGUA II. 2012.
Trabajo: novela.
Se deberá elegir una novela, escrita en español (no traducida); consultar título y autor con docente, y leerla durante abril y mayo.
Primera tarea:
Se realizará una ficha de lectura:
1. Título de la obra y autor
2. Editorial, ciudad de publicación, año, ISBN.
3. Breve información sobre el autor.
4. Vínculo del alumno con la obra elegida: ¿cómo llegó a ella?, ¿tenía referencias?, ¿conocía el tema o el autor?, ¿se la recomendaron?
5. Reseña de la obra: elaborar un informe.
GUÍA PARA PARA REALIZAR EL INFORME.
Género literario
Se debe indicar el género al que pertenece el texto (narrativo), así como el sub-género (cuento, novela...).
Estructura
Es importante señalar si existe división en capítulos y cuántos son. Se mencionará también la existencia de prólogos, epílogos.
Los hechos narrados Se debe realizar un breve resumen de los hechos, indicando las acciones principales del relato.
Los personajes
Se debe clasificar a los personajes en principales y secundarios y caracterizar brevemente a los personajes principales.
El ambiente
Es necesario caracterizar el lugar donde transcurren los hechos y ubicar ese lugar dentro de un ámbito mayor.
Si es posible, se debe indicar la duración de la acción del relato y la época en que transcurre.
El narrador
Se debe señalar si es una primera persona protagonista, primera persona testigo o tercera persona.
La realidad representada
De acuerdo con la realidad representada en la narración, se debe indicar si se trata de un relato fantástico, realista, maravilloso, u otro.
Interpretación personal
Se debe proponer una interpretación personal de las situaciones y los símbolos que aparecen en el texto
Valoración personal
Es posible concluir el análisis del texto con alguna indicación del interés que tuvo su lectura o las reflexiones a las que condujo.
La reseña se entregará viernes 25 de mayo de 2012.
Feliz día del Maestro a las generaciones que están en camino !!
NO DEBEN INTERPONERSE EN EL
CAMINO DE LOS QUE YA LO ESTÁN HACIENDO”
THOMAS SAMUEL KUHN.
Narración en versos, sin verbos conjugados...
Hermosa noche de estío;
estrellado firmamento;
blanca luna; tenue viento;
fresco valle; manso río.
Ni un lagarto en la maleza;
en los árboles, ni un ave;
¡ni un canto dulce y suave!
Todo silencio y tristeza.
Allá arriba, todo luz;
aquí abajo, todo sombra;
junto al río, verde alfombra;
sobre la alfombra, una cruz.
Junto a la cruz, una bella;
junto a la bella, un doncel;
entre las dos manos de él
una blanca mano de ella.
Suspiros entrecortados;
mil abrazos, mil miradas;
frases muy enamoradas
y besos muy prolongados.
- ¡Mi cariño!
- ¡Dulce bien!
- ¡Alma mía!
- ¡Mi embeleso!
- Un beso…
- Sí.
- Y otro beso……..?
- ¡Y otro!
- ¡Y otro!
- ¡Y cien!
- Mañana al Carpio…
- Verdad.
- Y ambos, una vez allí…
- Tú mío.
- Y tú mía.
- Sí.
- Y eterna felicidad.
- ¿ Y ese hombre?
- No más suya.
- ¿Tu cariño?
- Para ti, como el tuyo para mí.
- ¿Siempre mía?
- Siempre tuya.
.
Atento a su propio mal
tras la cruz un noble anciano,
una pistola en la mano,
y al cinto agudo puñal.
Un rugido airado y fiero;
una mano sobre un brazo;
el fulgor de un fogonazo
reflejo de un acero.
-¡Ah, traidora!
-¡Justo Dios!
-¡Confesión!
-¡Piadoso cielo!
Dos bultos luego en el suelo,
y otro en pie junto a los dos.
A la mañana siguiente,
guardia civil, el Juzgado,
el populacho indignado,
y en prisión el delincuente.
José Estremera.
sábado, 17 de septiembre de 2011
Palabra con diptongo: ou
(del gr. «nooúmenon», lo pensado) m. Fil. Término filosófico que expresa, por oposición a «fenómeno», el objeto tal como es en *esencia, despojado de las apariencias que lo hacen perceptible por los sentidos y de los accidentes que pueden hacerlo aparecer distinto en distintos casos.
Ortografía, Curiusus.
No es lo mismo ser un buen físico-químico que ser un químico con buen físico.
Si una coz es una patada, ¿un niño precoz será el que se encuentra en el estado previo a descargar sobre otra persona la fuerza de sus pernas?
Si tengo una cita y me equivoco ligeramente con la hora, ¿cometo una equivocación cita?
No es lo mismo ver ATC por televisión, que pedirle a alguien: “Átese para ver televisión”
No es lo mismo ser gloriosa que llamarse Gloria y ser una osa.
No es lo mismo llorar por la pérdida definitiva de una mujer, que porque la mujer está perdida definitivamente.
No es lo mismo estarle yendo a decir algo, que estar leyendo algo para decirle.
No es lo mismo hablar de las hebras de la vida que de la vida de las cebras.
No es lo mismo decir que hay firmeza que: “Firme esa ahí”
No es lo mismo decir que él tuvo frío que el tubo se enfrió.
No es lo mismo decir que el turbo es lento que decir que es turbulento.
No es lo mismo pedirle a alguien que sea tranquilo que decirle que trabaje sereno.
Es muy distinto jugar al baloncesto que jugar al balón con los de sexto.
¿Nonagésima será la abuela a la que tuvieron la ocurrencia de poner de nombre Gésima?
Si un día te crecen alas y mientras subís por el aire te preguntás qué estás haciendo, decite simplemente: “Asciendo”
Si tener exclusividad es ser exclusivo, y expresarse bien es ser expresivo, ¿llevar bien el compás será “ser compasivo”?
En: “El puente de la ortografía”, 1991, © Santillana.
Cuento: Primera luna.
Elaine Mendina
Juliana removió el rescoldo en el primitivo fogón hecho con piedras, echándole aire con un viejo sombrero de paja del que sólo restaban las alas.
Lagrimeando por el humo, rezongaba insultos mientras cuidaba el caminito abierto entre el chircal, por donde esperaba ver aparecer su nieta. Probó con una cuchara el jarro de café hervido, escupiendo a continuación el líquido amargo.
- Porcaría...
Dejó el jarro en la mesa destartalada. Espantó dos gallinas, que se fueron cloqueando patio afuera, mientras repartía rezongos entre las gallinas, el café amargo y la nieta que demoraba, cuando la avistó por el senderito retorcido.
De lejos vio que no traía nada en la bolsita de plástico que llevaba en la mano, y esto redobló sus murmullos.
Joana venía saltando con ese saltito característico de niña. Por donde el pasto agostado y corto formaba una superficie casi plana. Cuando llegó al pedregal afilado de junto ala casa, dejó de saltar, preparándose para enfrentar a la abuela.
Joana tenía doce años. Era zanquilarga y fina, de miembros delgados y larguísimos. Blanca pecosa, el sol no conseguía oscurecer la piel lechosa. La boca grande y carnosa reía con facilidad, con una risa no siempre justificada, lo que unido a un marcado infantilismo en su habla y sus maneras, hacía sospechar en ella un cierto grado de retardo mental. Su única belleza eran los ojos, grandes y verdes, moteados de amarillo y rodeados de largas pestañas negras. El pelo también negro y liso, cortado como el de un hombre para facilitar el control de los piojos, podría hacerla pasar por varón, si no fuera por las curvas incipientes, recién nacidas, redondeando el algodón de la blusita de la blusita desteñida adherida al pecho y el pantalón corto hecho de un vaquero viejo con las perneras recortadas.
La abuela le gritó de lejos, preguntando por el azúcar encargado.
-Dice don Artave que no puede fiarle más. Hasta que le pague lo que le debe.
La respuesta, curiosamente, acalló a Juliana. Lo que esperaba hacía tiempo, había sucedido. Con los brazos caídos a lo largo del cuerpo, miró a su alrededor, y detuvo finalmente la vista en el jarro de café sin azúcar.
Joana, enhorquetada en un gajo de árbol cercano a la casa, mordisqueaba algo. La abuela prestó atención.
-¿Qué é, Jo?
La niña mostró un rectángulo castaño, mordisqueado en una punta.
-Rapadura. Me dio don Arteave.
La vieja alargó la mano:
-Me dá.
Joana le dio el último mordisco trabajoso al dulce azucarado y duro, y lo entregó. La abuela entró a la casa y se puso a molerlo con el cabo de un cuchillo, recogiendo en un trozo de papel el polvillo y las migajas resultantes.
Después lo echó al jarro de café y lo revolvió. Vertió parte del líquido en otro jarrito que descolgó de un clavo de la pared, tomó un plato de hojalata con unas cuantas galletas y llamó a la nieta.
La vieja y la niña comían a la sombra del rancho, sentadas en sus taburetes con el jarro de café entre las rodillas. Remojaban en él trozos de galleta reseca, hasta que se ablandaba.
Comían en silencio, sumidas ambas en sus preocupaciones. Las de Jo consistían en barajar la posibilidad de que su abuela le prestara el banco largo para jugar al almacenero.
Las de Juliana se vieron interrumpidas por el ruido de un carro y un caballo que se aproximaban. La niña, sin soltar su café, rodeó la casa y anunció:
-Es don Artave, “vo” Juliana.
La vieja dejó de comer, limpiando nerviosamente las migajas caídas en la falda del vestido.
Un sulky bien cuidado, tirado por una yegüita baya, entró por el frente del rancho levantando tierra y espantando las dos únicas gallinas. El vasco Arteave echó pie a tierra, dejando carro y caballo bajo la sombra de un higuerón.
Caminó hacia las dos figuras que lo aguardaban de pie, estiró la mano a la vieja al llegar cerca.
-Buenas tardes.
Dio a Jo “la bendición”, apoyando la mano en la cabecita pelinegra. Cumplido el ritual, la niña escapó para volver a la casa, y aprovechando que la abuela estaría entretenida, sacó el banco para jugar. La vieja ofreció al hombre uno de los taburetes.
-Sente.
El visitante se sentó con justificada cautela, pues el asiento no parecía capaz de contener sus noventa kilos metidos en un cuerpo achaparrado y fofo, de triple papada rojiza y un desaseo personal que la ropa relativamente costosa no conseguía disimular. Juliana, con las manos cruzadas en la falda, lo miraba en silencio. El hombre abordó la cuestión:
-Vine por el asunto de su cuentita, doña Juliana... usté sabe como son estas cosas...
-Sei.
Las palabras de la mujer caían como piedras en el agua: bruscas, cortadas, formando círculos concéntricos en las lagunas de silencio que las seguían.
Podría explicar, dar razones. Después de la muerte del único hijo que retuvo al lado, tiempo de relativa holgura, aún sobrevivió con cierto decoro, en el puesto donde el muchacho trabajara. Plantaba, criaba animales, lavaba ropa ajena. Era sola con Jo. Pero cuando tomaron al puestero nuevo y tuvo que irse a su actual vivienda, las cosas se pusieron duras. ¿Dónde plantar, criar, en aquel retazo rocoso agrietado de seco y sin aguada cerca? Los lavados se dificultaron, el arroyo quedaba lejos y una hernia nunca operada dificultaba seriamente sus movimientos.
Para que hablar. Todos sabían eso. Don Arteave también. Juliana nunca había llorado penas, ni aún para comer. Era el capital que le quedaba, el orgullo. Y era por naturaleza poca prosa. Que diablos quería, se preguntaba Juliana. Sabía perfectamente que ella no podía pagar. Pero el almacenero tenía otras ideas:
-Yo pensé, doña Juliana... cosas de viejo, usté sabe...
Se removió inquieto, haciendo peligrar la estabilidad del taburete.
-... bueno, ando precisando quién me dé una manito en el almacén. Usté sabe, ordenar cosas, barrer, lavar algún trapito... uno es solo y no da abasto, ¿m’entiende...?
Se calló, como si no supiera como seguir. Hubo un largo silencio incómodo.
Al fin, tomando aire como quien se va a tirar al agua, soltó:
-... y entonces pensé en la gurisa.
Con el gesto, señalaba a Joana, que jugaba acuclillada en la tierra, encargando alternativamente a la cliente y al vendedor. Hileras y montoncitos de piedras, huesecillos y frutas de tutiá eran la mercancía.
Juliana se quedó de una sola pieza.
-¿A Jo?
El hombre carraspeaba incómodo, sin saber como seguir. Pero no hacía falta. Juliana era mujer, vieja y pobre. Y eso es mucha escuela. La piel blanca de Jo relumbraba a través de un desgarrón reciente hecho en un clavo salido, junto al nacimiento de la pierna. Los ojos del almacenero recorrían furtivamente el cuerpo largo empezado a madurar. La abuela habló con voz seca:
-Vá la dentro.
Miró largamente con ojos duros y vacíos el hueco de la puerta por donde había desaparecido la niña, y luego al hombre enrojecido y resoplante. Bruscamente puso las cartas boca arriba.
-Inda nâo tem a lúa. (1)
La franqueza brutal de la vieja pareció aliviar la tensión del hombre: ahora podía hablar claro, sin perderse en eufemismos. Levantándose, le tendió la mano mientras daba por cerrado el trato.
-Yo espero.
Oyendo a la visita irse, Joana salió al patio, pero algo en la expresión de la abuela le avisó que no era prudente volver al juego. Juliana la miraba como si no la viese, o como si viera a través de ella. Larga y fina, parada en una sola pierna como una grulla, pidiendo con los ojos permiso para volver a jugar... Esos ojos, Dios mío.
De pronto eran otros así, verdes, idénticos, los que la miraban. Los ojos del hijo, diez años atrás. El muchacho con los brazos llenos de tubos, con la vida yéndose, por la herida de una cornada. Los ojos verdes desorbitados de dolor, mirando a Joana que entonces tenía dos años y dormía sobre el hombro de la abuela, el pedido:
-Tome conta dela, manhe.
Y la promesa lacónica, sin desbordes, que ella hiciera:
-Deixa conmigo.
Jo desvió los ojos y Juliana volvió a ver la realidad que la circundaba; la blusa deshilachándose sobre los senos incipientes, pequeños y duros como frutas aún verdes. Ordenó sin entonación:
-Ajunta os trapos e te calza. Vai trabalhar no armazém.
La siguió mientras la niña se levantaba sin comentarios, limpiando la tierra del trasero del pantalón, y se dirigía a la caja de cartón donde guardaba su ropa. La historia de su miseria fue surgiendo de la caja y apilándose dobladita sobre una gastada toalla extendida en el catre. Un pantalón remendado, dos suéteres demasiado grandes, evidentemente heredados de alguien; un desteñido vestido de lunares rojos, dos camisitas, una con el hombro desgarrado. Tres o cuatro bombachitas con las mallas corridas.
Jo tomó el atado y después de sacudir la tierra de los pies con la mano, se calzó las chinelas. Se encaminó a despedirse de la abuela, pero Juliana le había dado la espalda y caminaba con paso rápido rumbo al monte.
Cuando volvió, oscurecía. Se quedó parada frente al rancho vacío, mirando las latitas de piedras y frutas silvestres con que Joana había estado jugando.
Distraídamente tomo una latita.
Recostada en la pared de terrón, pensó en voz alta, mirando el campo desierto:
-Ninguém tem culpa, naô...
Hablaba para sí. O a la memoria del hijo, o a la nieta ausente. O al responsable de aquel estado de cosas que sólo podía sufrir y aceptar. No sabía... Y no importaba, ya.
Sin darse cuenta, estrechó la latita contra el pecho consumido.
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La autora nace en Artigas en 1956. Es Maestra y Profesora egresada de I.P.A., en Literatura. Ha publicado: Ibrahim y los otros; El otro circo; (ambos volúmenes de cuentos), y la novela: El pueblo blanco.
1) “Aún no tiene las lunas”: es impúber.
martes, 6 de septiembre de 2011
Cuentos y poemas. Antología Natalia Carzolio 2° B
El papá de Alberto era un hombre importantísimo y muy ocupado que trabajaba tantas horas, que a menudo debía trabajar los fines de semana. Un domingo Alberto se despertó antes de tiempo, y al escuchar que su papá abría la puerta de la calle para salir hacia la oficina, corrió a preguntarle:
- ¿Por qué tienes que ir hoy a trabajar, papi? Podríamos jugar juntos...
- No puedo. Tengo unos asuntos muy importantes que resolver.
- ¿Y por qué son tan importantes, papi?
- Pues porque si salen bien, serán un gran negocio para la empresa.
- ¿Y por qué serán un gran negocio?
- Pues porque la empresa ganará mucho dinero, y a mí es posible que me asciendan.
- ¿Y por qué quieres que te asciendan?
- Pues para tener un trabajo mejor y ganar más dinero.
- ¡Qué bien! Y cuando tengas un trabajo mejor, ¿podrás jugar más conmigo?
El papá de Alberto quedó pensativo, así que el niño siguió con sus preguntas.
- ¿Y por qué necesitas ganar más dinero?
Pues para poder tener una casa mejor y más grande, y para que tú puedas tener más cosas.
- ¿Y para qué queremos tener una casa más grande? ¿Para guardar todas esas cosas nuevas?
- No hijo, porque con una casa más grande estaremos más a gusto y podremos hacer más cosas.
Alberto dudó un momento y sonrió.
- ¿Podremos hacer más cosas juntos? ¡Estupendo! Entonces vete rápido. Yo esperaré los años que haga falta hasta que tengamos una casa más grande.
Al oír eso, el papá de Alberto cerró la puerta sin salir. Alberto crecía muy rápido, y su papá sabía que no le esperaría tanto. Así que se quitó la chaqueta, dejó el ordenador y la agenda, y mientras se sentaba a jugar con un Alberto tan sorprendido como encantado, dijo:
Creo que el ascenso y la casa nueva podrán esperar algunos años.
Autor: Pedro Pablo Sacristán
Las medias de los flamencos
(Cuentos de la selva, 1918)
CIERTA VEZ LAS víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los peces. Los peces, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los peces estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola.
Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de plátanos, y fumaban cigarros paraguayos. Los sapos se habían pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los peces les gritaban haciéndoles burla.
Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba.
Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. Todas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.
Y las más espléndidas de todas eran las víboras de que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, y negras, y bailaban como serpentinas Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.
Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral. Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia.
Un flamenco dijo entonces:
—Yo sé lo que vamos a hacer. Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo.
—¡Tan-tan! —pegaron con las patas.
—¿Quién es? —respondió el almacenero.
—Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
—No, no hay —contestó el almacenero—. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así. Los flamencos fueron entonces a otro almacén.
—¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero contestó:
—¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte. Ustedes están locos. ¿Quiénes son?
—Somos los flamencos— respondieron ellos.
Y el hombre dijo:
—Entonces son con seguridad flamencos locos.
Fueron a otro almacén.
— ¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras?
El almacenero gritó:
— ¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse en seguida!
Y el hombre los echó con la escoba.
Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos.
Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo:
—¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan. No van a encontrar medias así en ningún almacén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.
Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron:
—¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros.
—¡Con mucho gusto! —Respondió la lechuza—. Esperen un segundo, y vuelvo en seguida.
Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros. recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado.
—Aquí están las medias —les dijo la lechuza—. No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar.
Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos. Y muy contentos se fueron volando al baile.
Cuando vieron a tos flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un Instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.
Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien.
Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de la víbora es como la mano de las personas. Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más.
Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.
Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos y alumbraron bien las patas de! flamenco. Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná.
—¡No son medias!— gritaron las víboras—. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral
Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata. Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas y les mordían también las patas, para que murieran.
Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas, Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de medias, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile.
Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido eran venenosas.
Pero los flamencos no murieron. Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas.
Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.
A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.
Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los peces saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pececito se acerca demasiado a burlarse de ellos.
Autor: Horacio Quiroga
Quedé atrapado en un sótano
Una misteriosa noche de invierno llovía, cuando entré a mi sótano en busca de mi estufa, cada tano escuchaba ese goteo. De pronto sentí unos pasos que se escuchaban cada vez más fuertes, se cerró la puerta de golpe en ese momento me asusté.
Estuve horas atrapado cada vez que intentaba salir se sentía un pisotón en la puerta y al rato esa risa chillona. Luego de varios intentos me cansé, cuando vi que la manija se movía haciendo un chirrido espeluznante al mirar esa cara pálida, pelo largo castaño y ojos blancos como la nieve con esos dientes chuecos.
En ese momento grité de repente eso me tapo la boca y me golpeó, fue tan fuerte que me desmaye, desde ese momento no tengo nada claro solo esos ojos blancos…
Autor: Matías Brezina Borges
El burrito inteligente
Había una vez en una aldea muy lejana, un burrito que soñaba con estudiar pero nadie le hacía caso. Sólo se burlaban de él cuando decía que quería ir a la escuela a aprender.
Tomás lloraba triste. Lo hacían trabajar sin descanso, arriando carretas, cargando pajas y labrando la tierra. Lo mantenían ocupado para que no pensara más tonterías. Tomás no entendía el por qué de tanta injusticia, por qué no le daban una oportunidad de demostrar que era inteligente.
Que tenía el mismo derecho que todos a de estudiar, pero su fama de tonto lo seguía a todos lados, así que decidió marcharse de allí. Tomás se alejó hasta no ver más su aldea, caminaba muy triste ya que ni sus padres lo apoyaban. Llegó al claro de un bosque y escuchó a uno chicos riendo jugaban de lo más alegres.
Tomás se acercó y los miró con asombro, ellos se dieron cuenta y lo saludaron cordialmente.
-Hola amiguito ¿Cómo estás? ¿Qué haces por acá?-preguntó Carlitos el osito.
-Yo estoy bien, un poco sorprendido de verlos acá ¿no deberías estar en la escuela?
-¿Quién eres nuestra madre ja ja? –rieron burlones.
- No pero yo daría cualquier cosa por estudiar y aprender y ustedes que si la tienen ¿la desaprovechan?
- ¿Tu estudiar? -se rió burlándose Luisito el tigrecito
- Pues si yo – dijo molesto.- estoy seguro que se arrepentirán algún día. Adiós.
Sintió rabia, pero mientras más se burlaban, más fuerza le daba para seguir adelante. No descansaría hasta encontrar a un profesor que de verdad lo aceptara en su clase y le diera una oportunidad.
Siguió caminando hasta casi anochecer. Llegó a una casita, tocó a la puerta y la señora tigresa atendió.
-Hola hijito ¿como estas, que deseas?
- Disculpe señora, no quisiera molestar, pero vengo de muy lejos, y estoy cansado y hambriento. Si me da algo para comer y un sitio donde dormir, le compensaré se trabajar muy duro.
-Claro que si no lo dudo, cariño pero los niños no son para trabajar duro sino para estudiar, jugar y aprender a obedecer a sus mayores. Para más tarde cuando sea grande, hay leyes que respetar en nuestra sociedad y eso le ayudara a ser buenas personas. ¿No te parece amiguito?- dijo sonriente la amable y dulce señora tigresa.
-Ya lo creo que sí, señora…
-Señora Amanda.
-Claro que si señora Amanda.
- Y dime mi linda criatura ¿qué haces tan solo por acá y lejos de casa y tus padres?
Tomás contó a la señora tigresa toda su historia mientras esta le servía un plato de frijoles y pan. Ella lo escuchó atentamente. Y finalmente hasta que éste terminó su relato ella suspiro y dijo triste:
-Qué historia más triste mi pequeño, ojala mi Luisito fuera como tu y le gustara estudiar así. Ven, te digo algo: desde ahora este será tu hogar, acá serás muy feliz y serás tratado como mereces. Hiciste bien en seguir tus sueños, nunca se debe renunciar a ellos, debes buscar dentro de tu corazón y que él te guié hasta tus sueños y luego a esforzarse muy duro para lograrlos. Sin embargo le escribiremos a tus padres y le diremos que estas bien, y en cuanto al trabajo colaborar un poco trabajando está bien eso, te crea responsabilidades. Ojala mi Luisito aprenda algo de ti.
Así fue como Tomás encontró un nuevo hogar. Pasó un tiempo allí ayudando a la señora tigresa a hacer los mandados, limpiar el huerto y otras hacer tareas. El señor tigre también estaba complacido con su estadía. Todos menos Luisito, a quien le molestaba que lo compararan con ese desconocido.
Sin embargo, Tomás siempre trataba de ayudarlo y hasta hacia sus tares y lo cubría en sus escapadas para no entristecer a su mamá. La señora tigresa le enseñó a leer, contar, sacar cuentas. Tomas estaba feliz, hasta que un día un coche se detuvo al frente de la casita de sus protectores. Bajaron el señor y la señora burro.
A Tomás se le detuvo el corazón mientras leía un libro que la señora Amanda le había prestado. Se acercaron a Tomás, mirándolo severamente sin decir una sola palabra, pero éste levantó la mirada desafiante. Nadie lo haría desistir. Estaba decidido a seguir adelante. Los señores tigres salieron a recibirlos.
- Siéntanse bienvenidos- dijeron.
-Así jovencito ¿qué tienes que decir a tu fuga de la casa?
-que si no lo hacía de esa manera no me hubiesen dejado ir
-Claro que no ¿Quién te dijo a ti que los burros nacieron para aprender?
-Pues no se si los burros nacieron o no para eso, pero yo si voy aprender. Es más, ya se leer y escribir, sacar cuentas y no me iré de aquí.- dijo molesto Tomás dio media vuelta y se alejó.
Su padre furioso se disponía a seguirlo y su esposa lo detuvo mirando a los señores tigres que los miraban sin decir nada. Más tarde, en la sala de estar, tomaban te y galletas. Amanda le contó todo a sus padres que finalmente entendieron, y permitieron que Tomás se quedara allí.
Así fue como este pequeño que no se dejó vencer por nada para lograr su sueño de estudiar y llegar a tener un título universitario, fue a la escuela. Estudio mucho y siguió su camino al ser mayor.
Consiguió un trabajo y estudió mucho más. Luisito, en cambio, sólo llego a duras penas a mitad de escuela y comenzó en trabajar en un taller mecánico su amigo oso se fue lejos y solo se supo que trabaja en una tienda de ropa, la mamá de tigrito acepto que no todos nacen para tener títulos universitarios, lo importante es que siempre luchemos por ser mejor cada día, y ser una mejor persona en nuestro mundo, y ser feliz con lo que realicemos.
Se lo que tu quieras ser pero con amor, y con libertad para ser cada día mejor en lo hagas… Burro se graduó con honores de médico, se casó, y sus padres se sentía orgulloso de él, Luisito se hizo su mejor amigo al igual que sus padres de los papás de Tomás.
Autora: Carmen María Rondón Misle
La brujita que no pudo sacar el carnet
Era una brujita
tan boba, tan boba,
que no conseguía
manejar la escoba.
Todos le decían:
-Tienes que aprender
o no podrás nunca
sacar el carnet.
Ahora, bien lo sabes,
ya no hay quien circule,
por tierra o por aire,
sin un requisito
tan indispensable.
Si tú no lo tienes,
no podrás volar!
Pues ¡menudas multas
ibas a pagar!
¡Ea! no es difícil.
Todo es practicar:
- Bueno... dijo ella
con resignación.
Agarró la escoba
se salió al balcón,
miró a todos lados
y arrancó el motor...
Pero era tan boba,
que, sin ton ni son,
de puro asustada,
dio un acelerón
y salió lanzada
contra un paredón.
Como no quería
darse un coscorrón,
frenó de repente...
y cayó en picado
dentro de una fuente:
se dio un remojón,
se hirió una rodilla,
sus largas narices
se hicieron papilla
y, como la escoba
salió hecha puré,
pues, la pobrecilla,
además de chata
se quedó de a pie.
Ya no intentó nunca
sacar el carnet.
Se quitó de bruja
y se puso a hacer
labores de aguja.
Ángela Figuera Aymerich
Hagamos un trato (Mario Benedetti)
Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.
Los cinco (Amado Nervo)
Este es el dedo chiquito
y bonito: al lado de él
se encuentra el señor de anillos;
luego, el mayor de los tres.
Este es el que todo prueba,
y sobre todo la miel.
-¿Y éste más gordo del todo?
-Este, el matapulgas, es.
Escuela (Federico García Lorca)
MAESTRO
¿Qué doncella se casa
con el viento?
NIÑO
La doncella de todos
los deseos.
MAESTRO
¿Qué le regala
el viento?
NIÑO
Remolinos de oro
y mapas superpuestos.
MAESTRO
Ella ¿le ofrece algo?
NIÑO
Su corazón abierto.
MAESTRO
Decid cómo se llama.
NIÑO
Su nombre es un secreto.
La ventana del colegio tiene una cortina de luceros.
Poema 20 (Pablo Neruda)
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
La poesía (Juan Berbel)
Yo cogí a la Poesía de la mano, y la hice entrar en mi escuela.
Aquí -le dije- andarás como en tu propia casa. Nada te ha de faltar. Ni candela, pues un lucero arde siempre entre nosotros; ni flores -tú que tanto las amas-, ni corazón, ni un laúd de luna y de fe para tus canciones...
Y la hice entrar en mi escuela.
Y ya todo se llenó de su gracia sin palabras, de su celeste aliento creador...
Alguien, incomprensivo, murmuraba:
-¿Pero qué dicen a esto los poetas, desde sus . torres de marfil?.. Y los juglares, ¿qué hacen, cruzados de brazos?.. ¿Adónde vamos a parar?..
Geografía (Celia Viñas)
Pintaba un mapa mi niño,
¡qué color azul de mar!,
¡qué verde tierno en los valles!,
¡qué montes color de pan!
Pintaba un mapa mi niño
de un país... yo no sé cuál.
Vio que el mar era muy grande
y casi se echó a llorar;
¡oh los pobres marineros
sin un puerto do arribar!
Días y días y días,
sin ver color terrenal,
azules serán sus ojos
de tanto mirar el mar.
y si sopla el viento cruel,
sus labios llenos de sal
besarán las frías olas,
naufragio en la soledad.
Si llegan a pisar tierra,
de andar no se acordarán,
como patos caminando
se burlará la ciudad.
Pero mi niño ahora es bueno
y se pone a dibujar
un collar de islas pequeñas
que ahora acaba de crear.
¡ ya podrán los marineros .
en las islas descansar!
Pintaba un mapa mi niño
de un país, yo no sé cuál!.
Cuentos y poemas. Antología Lucía Tabarez 2° B
1) Autor: Juan Ramón Jiménez.
Llueve sobre el campo verde.
Llueve sobre el campo verde...
¡Qué paz! El agua se abre
y la hierba de noviembre
es de pálidos diamantes.
Se apaga el sol; de la choza
de la huerta se ve el valle
más verde, más oloroso,
más idílico que antes.
Llueve; los álamos blancos
se ennegrecen; los pinares
se alejan; todo está gris
melancólico y fragante.
Y en el ocaso doliente
surgen vagas claridades
malvas, rosas, amarillas,
de sedas y de cristales...
¡Oh la lluvia sobre el campo
verde! ¡Qué paz! En el aire
vienen aromas mojados
de violetas otoñales.
2) Autor: Idea Vilariño.
Grillita y Grillín.
Grillita y Grillín se van a casar.
Está su casita pequeña y bonita
Detrás del trigal.
¡Pequeña y bonita
Detrás del trigal!
Grillín canta allí
Con voz de cristal.
Grillita lo escucha
Sonriendo y a prisa
se viste de azahar
Sonriendo y a prisa
Se viste de azahar.
Grillita y Grillín
Alegres están
Porque entre los trigos
En fiesta de luna
¡En fiesta de luna!
Se van a casar
¡En fiesta de luna!
Se van a casar.
3) Autor: Carmen Conde.
Caricia.
Madre, madre, tú me besas,
pero yo te beso más,
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar...
Si la abeja se entra al lirio,
no se siente su aletear.
Cuando escondes a tu hijito
ni se le oye respirar...
Yo te miro, yo te miro
sin cansarme de mirar,
y qué lindo niño veo
a tus ojos asomar...
El estanque copia todo
lo que tú mirando estás;
pero tú en las niñas tienes
a tu hijo y nada más.
Los ojitos que me diste
me los tengo que gastar
en seguirte por los valles,
por el cielo y por el mar...
4) Autor: Mario Benedetti.
Chau pesimismo.
Ya sos mayor de edad
tengo que despedirte
pesimismo
años que te preparo el desayuno
que vigilo tu tos de mal agüero
y te tomo la fiebre
que trato de narrarte pormenores
del pasado mediato
convencerte de que en el fondo somos
gallardos y leales
y también que al mal tiempo buena cara
pero como si nada
seguís malhumorado arisco e insociable
y te repantigas en la avería
como si fuese una butaca pulman
se te ve la fruición por el malogro
tu viejo idilio con la mala sombra
tu manía de orar junto a las ruinas
tu goce ante el desastre inesperado
claro que voy a despedirte
no sé por qué no lo hice antes
será porque tenés tu propio método
de hacerte necesario
y a uno lo deja triste tu tristeza
amargo tu amargura
alarmista tu alarma
ya sé vas a decirme no hay motivos
para la euforia y las celebraciones
y claro cuando no tenés razón
pero es tan boba tu razón tan obvia
tan remendada y remedada
tan igualita al pálpito
que enseguida se vuelve sinrazón
ya sos mayor de edad
chau pesimismo
y por favor andate despacito
sin despertar al monstruo
5) Autor: Anónimo.
Carta abierta a los hijos.
No puedo darte soluciones para todos los problemas de la vida, ni tengo respuestas para tus dudas o temores, pero puedo escucharte y buscarlas junto a ti.
No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro.
Pero cuando me necesites, estaré allí.
No puedo evitar que tropieces.
Solamente puedo ofrecerte mi mano para que te sujetes y no caigas.
Tus alegrías, tu triunfo y tus éxitos no son míos.
Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.
No juzgo las decisiones que tomas en la vida.
Me limito a apoyarte, a estimularte y a ayudarte si me lo pides.
No puedo impedir que te alejes de mí.
Pero si puedo desearte lo mejor y esperar a que vuelvas.
No puedo trazarte límites dentro de los cuales debas actuar, pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.
No puedo evitar tus sufrimientos cuando alguna pena te parte el corazón, pero puedo llorar contigo y recoger los pedazos para armarlo de nuevo.
No puedo decirte quién eres ni quién deberías ser.
Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.
En estos días ore por ti...
En estos días me puse a recordar a mis amistades más preciosas.
Soy una persona feliz: tengo más amigos de lo que imaginaba.
Eso es lo que ellos me dicen, me lo demuestran.
Es lo que siento por todos ellos.
Veo el brillo en sus ojos, la sonrisa espontánea
y la alegría que sienten al verme.
Y yo también siento paz y alegría cuando los veo
y cuando hablamos, sea en la alegría o sea en la serenidad, en estos días pensé en mis amigos y amigas
y, entre ellos, apareciste tú.
No estabas arriba, ni abajo ni en medio.
No encabezabas ni concluías la lista.
No eras el número uno ni el número final.
Lo que sé es que te destacabas por alguna cualidad
que transmitías y con la cual desde hace tiempo
se ennoblece mi vida.
Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero,
el segundo o el tercero de tu lista.
Basta que me quieras como amigo.
Entonces entendí que realmente somos amigos.
Hice lo que todo amigo: Ore...
y le agradecí a Dios que me haya dado la oportunidad
de tener un amigo como tú.
Era una oración de gratitud: Tú has dado valor a mi vida.
Cuentos.
Cuento: La gota de agua.
Autor: Pedro Pablo Sacristán.
Había una vez una jarra de agua fresca y cristalina, en la que todas las gotas de agua se sentían orgullosas de ser tan transparentes, y día tras día se felicitaban unas a otras por su limpieza y belleza.
Hasta que un día, una de aquellas gotas decidió que se aburría de su limpia existencia, y que quería probar a ser una gota sucia. Las demás trataron de desanimarla, pero ella insistió. Sin apenas darse cuenta, en cuanto la gota se volvió sucia ensució a todas las gotas de su alrededor, que a su vez hicieron lo mismo con sus vecinas, y en un instante, todo el agua en la jarra se ensució.
Las gotas trataron de limpiarse, sin éxito. Hicieron de todo, pero era imposible terminar de sacudirse la suciedad. Finalmente, mucho tiempo después, la jarra acabó en una fuente, y sólo cuando volvió a entrar mucha agua limpia, las gotas recuperaron su transparencia y belleza iniciales. Ahora todas saben que si quieren ser unas gotas limpias, todas y cada una deben serlo siempre, aunque les cueste, porque arreglar lo malo de una sola gota cuesta muchísimo trabajo
Lo mismo pasa con todos nuestros amigos, si queremos ser una jarra de agua limpia, todos tendremos que ser gotas limpias, y además no debemos ser las gotas sucias que lo estropean todo. Y tú, ¿qué eres? ¿Una gota limpia?
Cuento: El saco de pulgas.
Autor: Pedro Pablo Sacristán.
Cuenta la leyenda, que el brujo Perrón y el mago Chuchin tenían una de las mejores colecciones de pulgas del mundo, las más listas, saltarinas y fuertes, utilísimas para cualquier hechizo. Llevaban siempre no menos de mil pulgas cada uno, bien guardadas en sus rarísimos sacos de cristal, para que todos pudieran apreciar sus cualidades.
En cierta ocasión, el brujo y el mago coincidieron en un bosque, y entre charlas y bromas, se hizo tan tarde que tuvieron que acampar allí mismo.
Mientras dormían, el mago Chuchín estornudó tan fuerte y mágicamente, que miles de ardientes chispitas escaparon de su nariz, con tan mala fortuna que una de ellas llegó a incendiar las hojas sobre las que brujo y mago habían dejado sus pulgas. Como los hechiceros seguían dormidos y el fuego se iba extendiendo, las pulgas comenzaron a ponerse nerviosas. Todas eras tremendamente listas y fuertes, así que cada una encontró una forma de escapar del fuego, y saltaba con fuerza para conseguirlo. Sin embargo, como saltaban en direcciones distintas, los sacos seguían en su sitio y el fuego amenazaba con acabar con todas ellas.
Entonces, una de las pulgas del mago vio a todas las pulgas del brujo saltando en su saco sin ningún control, y se dio cuenta de que nunca se salvarían así. Y dejando de saltar, reunió a un grupito de pulgas y las convenció para saltar todas juntas. Como no conseguían ponerse de acuerdo hacia dónde saltar, la pulga les propuso saltar una vez adelante y otra atrás.
El grupito empezó a saltar conjuntamente, y el resto de pulgas de su mismo saco no tardó en comprender que saltando todas juntas sería más fácil escapar del fuego, así que al poco rato todas las pulgas saltaban adelante y atrás, adelante y atrás. Las pulgas del saco del brujo, al verlo, hicieron lo mismo, y tuvieron tanta suerte, y balancearon tanto los sacos de cristal que llegaron a chocar uno contra otro y se rompieron en mil pedazos, dejando a las pulgas libres para ir donde quisieran. Cuando el fuego llegó a despertar a los hechiceros, ya era demasiado tarde, y aunque pudieron apagar el incendio sin problemas, todas las pulgas habían conseguido escapar.
Y nunca más se volvió a saber nada de aquellas excepcionales pulgas, aunque hay quien dice que aún hoy siguen trabajando en equipo para sobrevivir a los peligros de bosque.
Cuento: LOS TRES PRÍNCIPES Y LA PLUMA DE LA PAZ
Autores: niños de entre 9 y 12 años de edad a través de una página de internet.
Había una vez un Rey que tenía tres hijos. Era un Rey muy malo porque tenía planes malvados. Un día un hijo suyo lo descubrió e intentó detenerlo y entonces el Rey mandó que lo introdujeran en un pudridero. Otro hijo fue a rescatar a su hermano pero lo descubrieron, entonces él también fue atrapado. El Rey se sentía angustiado por lo que había hecho con sus hijos y ordenó a sus caballeros que los sacaran.
Los meses pasaron, el Rey enfermó y al poco tiempo falleció. Antes de que esto sucediera, dejó una nota informando a sus hijos, que rey sería aquel que ganara una competencia de valentía. La competencia consistía en luchar contra el Dragón de la Montaña Roja. Los tres hermanos aceptaron el desafío y partieron hacia allá.
El camino era largo y espantoso porque siempre era de noche y nunca se veía el sol. El Dragón de la Montaña Roja era un enorme animal con cuerpo de serpiente, cola de león, patas de caballo y alas de águila. Su cola era un arma terrible. Podía volar y echar fuego por la boca. Al llegar al pie de la montaña los tres hermanos decidieron llevar a cabo el desafío haciéndolo cada uno por su lado. Entonces llegaron a un acuerdo y por sorteo le tocó al hermano menor ir primero a intentarlo.
Cuando el hermano pequeño llegó al pie de la montaña, descubrió que había una entrada secreta, en forma de cueva, que estaba tapada por el boscaje, decidió entrar y lo que vio fue un monstruo fuerte y feo que le atacó sin piedad, pero el apuesto Príncipe se defendió y lo mató con su espada.
Pero cuando el Príncipe se dio la vuelta victorioso y dispuesto a salir de la cueva para contarle a sus hermanos su triunfo un terrible sonido le dejó inmovilizado de terror, un viento helado surgió de su espalda y aunque le dieron ganas de salir corriendo, la curiosidad le venció y volvió su rostro hacia atrás y cuál fue su sorpresa, que al girarse, se encontró con un niño. El Príncipe le preguntó cómo había llegado hasta la cueva, y el niño respondió que había sido hechizado por una bruja malvada, encerrándolo en el corazón del monstruo y que al derrotarle había quedado liberado del hechizo y así los dos juntos salieron de la cueva dando saltos de alegría.
Fueron corriendo a contárselo a los otros dos Príncipes, y los cuatro se alegraron mucho de verse. El Príncipe más pequeño les contó a sus hermanos lo que había pasado. Los otros dos hermanos se quedaron muy sorprendidos y le preguntaron al niño: « ¡es verdad eso! y ¿por qué te hechizaron?» y el niño contestó: «porque yo era el Príncipe de Francia y quería casarme con la Princesa de Italia». Esas palabras extrañaron a todos y pronto se dieron cuenta de que el niño hablaba con acertijos, por lo que su felicidad no podía ser completa, por eso decidieron enviarlo a su castillo para que descansara y pudiera recuperarse de la terrible experiencia que había vivido.
Cuando los tres Príncipes se quedaron solos se abrazaron y cada uno se marchó por un camino diferente hacia la cima de la Montaña Roja donde vivía el Dragón contra el que tenían que luchar, pero de pronto sopló un viento muy fuerte, el cual hizo que los tres Príncipes se encontraran con el Dragón, que era más grande que un castillo de un millón de pisos. Los tres se aterrorizaron y se marcharon corriendo. Pero a mitad de camino, los tres Príncipes se dieron la vuelta y demostrando su valentía se dispusieron a luchar contra el Dragón y tras una intensa pelea consiguieron vencerle. Al cabo de unos instantes el Dragón se fue transformando lentamente en un anciano que les dijo que había sido hechizado por un malvado Rey, que a su vez era un temible brujo, y este brujo era el padre de los tres Príncipes.
Entonces los Príncipes al conocer la noticia quedaron decepcionados. La maldad de su padre había quedado sembrada por todo el reino y ellos no querían heredar nada que estuviese relacionado con el Rey (su padre). Renunciaron al reino y disfrazándose de simples campesinos emprendieron camino hacia un lejano lugar.
Viajaron hasta llegar a una tierra desconocida lejos de la maldad de su padre. Los tres hermanos sufrieron mucho pues estaban acostumbrados a la vida lujosa del palacio y el campo era algo muy diferente. Por días enteros, sufrieron hambres y miserias hasta que un día su suerte cambió, encontraron un Ave Fénix que les dijo que si rozaban a cada niño que naciera con una de sus plumas, lograrían encontrar la paz que tanto ansiaban. Entusiasmados con la idea los tres hermanos celebraron su dicha dándose abrazos y emitiendo pequeños gritos. El menor de los Príncipes tomó la pluma que el Fénix le ofrecía. Al tocarla una sensación cálida nació en la punta de sus dedos, la cual le protegió del frío. Sus hermanos le imitaron y juntos partieron rumbo a la aventura. Pero al cabo de un rato, un cuervo les robó la pluma y se la llevó a la montaña donde habitaba, un alejado lugar donde moraban pájaros gigantescos, animales tan antiguos como el principio de la Tierra. El cuervo escondió la pluma en su nido, donde sus crías esperaban desde hacía tiempo el calor suficiente para salir de su cáscara y la pluma se lo proporcionó. Cuando nacieron fue inevitable que rozaran la pluma del Ave Fénix, lo que provocó en los Príncipes un gran desasosiego, ya que las crías del cuervo eran tan malas como él, pero sucedió que cuando las crías del cuervo rozaron la pluma murieron todas porque la pluma del Ave Fénix podía vencer la maldad.
Pero todas no eran crías de cuervo; también había en el nido un huevo de paloma y con el calor que le proporcionó la pluma nació una preciosa y blanca paloma, símbolo de la paz, que ayudaría a los Príncipes a llevar en el pico la pluma del Ave Fénix por todas partes del mundo, rozando con ella a todos los niños recién nacidos. Así se fue extendiendo la paz por la tierra que, poco a poco, se fue transformando en un lugar lleno de paz, armonía y felicidad. Y así los tres príncipes volvieron a su reino dónde vivieron los tres, juntos, felices y contentos. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Cuento: La abuela loca.
Autora: María García Borrego.
Mi abuela está loca. Tiene el pelo largo, teñido de rosa chicle, siempre está inventando canciones y bailando, le da lo mismo que sea una canción de los "Rolling", de "El Fari" o lo último de los "cuarenta". Le encantan los ordenadores, que maneja a la perfección. Su buzón de Internet está permanentemente plagado de mensajes de personas de todos los países y de todas las edades, amigos que ha ido encontrando en sus múltiples incursiones por el mundo cibernético. Ella siempre dice que el progreso nos llevará a los jóvenes por el camino de la paz. En este mundo, que nos pintan gris, que nos filman destruido, ella dice que nosotros, los niños del 2000, tenemos en nuestras manos el planeta y no debemos permitir que los adultos nos lo dejen hecho una marranada.
Mi abuela piensa también que los animales son más racionales que los hombres y por ello quiere que miremos al mundo animal y lo imitemos en sus comportamientos, que nos metamos en el mar y nademos como los delfines, que seamos tan leales como los perros, tan independientes como los gatos, que cantemos como los pájaros, que defendamos a nuestros hijos como los leones, que descansemos como los osos cuando estemos cansados y corramos como los conejos cuando tengamos ganas de sentirnos libres, que trabajemos como las hormigas en grupo, que saltemos como los canguros para intentar coger las estrellas, que nos subamos a los árboles y nos colguemos boca abajo como el oso perezoso para así, ver las cosas desde otra perspectiva. Que nos adaptemos a nuestro hábitat y, como además somos inteligentes, que intentemos cambiarlo para poder vivir mejor.
Para ello nos propone reír siempre que estemos contentos para hacer felices a los que nos rodean y llorar a moco tendido cuando tengamos un mal momento, sin ningún complejo, porque las lágrimas te limpian el alma y un alma limpia es el mejor remedio contra la tristeza y el mejor aliado de la paz.
Mi abuela está chiflada se viste con zapatos de suplemento, sus colores preferidos los saca del arco iris y se los pone para alegrar la ciudad, siempre tan sucia y siempre tan oscura. No usa bolsos, prefiere las mochilas que le permiten moverse con libertad mientras pasea por las calles bailando como la niña que aún sigue siendo, mientras tararea alguna cancioncilla de su propia cosecha.
Mi querida abuela me anima para que estudie y para que aprenda todo lo que puedan enseñarme, dice que la sabiduría no se puede imponer, que tiene que adquirirse con el paso de los años, que son los ancianos los que están más cerca de la muerte de los que tenemos que aprender a vivir, porque ellos han conseguido llegar a la vejez y hoy en día llegar a viejo ha dejado de ser el propósito de los más jóvenes que creemos que es mejor morir antes de tener arrugas, sin darnos cuenta que eso es un síntoma de cobardía y no de rebeldía...
Ojalá algún día pudiera ser como mi abuela.
Cuento: La elefanta que quería ser Jirafa.
Autora: Selene Ailín Sione (13 años)
Había una vez una elefanta que vivía feliz en su pueblo. Un día, mirando la televisión quedó fascinada con el Gran Desfile «Jirafa`s Moda Show», con las mejores modelos de Jirafancho Dottof y Roberto Jirofandio.
- ¡Cómo me gustaría ser una famosa modelo! -decía la elefanta sin dejar de mirar el Show-.
Entonces se puso a pensar, ya que no podía sacarse esa idea de la cabeza. Pensó y pensó durante un largo rato, hasta que por fin se le ocurrió una gran idea, hacer una dieta.
Y desde ese día empezó a comer cada vez menos. Al principio iba todo bien tal cual lo había planeado… ¡si hasta se notaba más flaca al mirarse al espejo! Pero el problema era que para hacer semejante sacrificio, tuvo que alejarse de sus amigos elefantes, porque éstos comían todo el tiempo y ella no podía resistir la tentación.
Así fue como empezó a quedarse sola, ya que sus amigos, cansados de que nunca quisiera salir con ellos, dejaron de invitarla.
- ¡Esto de ser flaca sí que cuesta mucho! –Pensaba tristemente la elefanta-.
Pasó el tiempo, y después de muchos sacrificios, logró por fin estar mucho más flaca, pero también estaba ojerosa, un poco débil y mucho más fea, ya que un elefante flaco nunca puede ser muy lindo.
Sus vecinos del barrio la miraban extrañados… es que empezaba a verse muy diferente al lado de los de su especie, y esto llamaba mucho la atención.
Fue entonces que la elefanta pensó que ya nada tenía que hacer al lado de sus gordos amigos, y decidió irse a vivir a Jiraflandia, la ciudad de las jirafas, donde creía que ya estaba lista para convertirse en una Súper Modelo.
¡Pero qué desilusión que se llevó! ¡Todas las jirafas la miraban como a una extraña! y nadie aceptó incluirla en sus desfiles.
Es que para ser delgada como una jirafa, aún seguía siendo muy gorda, y para ser una verdadera elefanta… ¡estaba demasiado flaca!
Ahora se sentía peor que nunca, porque no sabía cuál era su verdadero lugar, bueno, en realidad sí lo sabía, pero no estaba muy segura de querer aceptarlo.
Finalmente, después de mucho pensar, se dio cuenta de que lo que quería lograr era imposible, porque era como pedirle a una jirafa que sea tan gorda como un elefante… ¡eso nunca sería posible! Y aunque lo fuera ¿se imaginan lo fea que quedaría?
- Cada uno es como es -reflexionó la elefanta- Lástima que no lo pensé antes de arruinar tantos meses de mi vida intentando ser otra, haciendo terribles sacrificios para convertirme en una modelo famosa, como esas altas y delgadas jirafas. Si era tan feliz antes, estaba rodeada de amigos, y todos me querían como era… ¿para qué cambiar mi imagen? Si cada ser es único e irrepetible, ¿para qué quiero parecerme tanto a alguien que no soy? –Sollozaba tristemente- Ahora estoy sola, triste, y arrepentida de todo lo que hice.
Y así fue que decidió volver a su pueblo, junto a sus vecinos y amigos, y pedirles perdón, porque últimamente no los había tratado nada bien.
Todos allí la perdonaron, y le organizaron una fiesta de Bienvenida, donde no faltaron tortas, pasteles, y muchas cosas ricas.
La elefanta, que ya estaba cansada de pasar hambre, comió de todo y se sintió muy contenta de volver a ser una elefanta «normal».
Y desde ese día ya no quiso parecerse más a nadie, sólo quiso ser ella misma… ¡Y así sí que vivió feliz!